DONOSTIA, JOSÉ ANTONIO DE
DONOSTIA, José Antonio de
(San Sebastián, 10.1.1886 – Lecároz, 30.8.1956). Capuchino, compositor y musicólogo. De nombre civil José Gonzalo Zulaica Arregui, estudió en el colegio Santa María de su ciudad natal y a los diez años de edad entró en el de Lecároz, en el que hizo el bachillerato, ingresó en la Orden, profesó, cursó los estudios eclesiásticos y se preparó para las órdenes sagradas. Sacerdote (1909), pasó temporadas en los monasterios de Silos (1909) y de Besalú (1915) para completar su formación gregoriana. Dedicado a la música, recibió lecciones de Eugène Cools (París), y se relacionó con E. Granados (Barcelona) y Pedrell.
El P. Donostia residió oficialmente siempre en Lecároz donde fue profesor (1909-1918) y en donde está enterrado, pero vivió temporadas fuera. Así, en Madrid, el primer semestre de 1919, e invierno de 1924; en París, primer semestre de 1920, 1921, 1930 y gran parte de 1931; en Argentina, el segundo semestre de 1924. Padeció exilio (Toulouse, Burdeos, Mont-de-Marsan, París, Bayona) de 1936 a 1943. Desde 1944 permaneció temporadas en Barcelona, incorporado al Instituto Español de Musicología.
El P. Donostia fue uno de los temperamentos musicales mejor dotados del país vasco y perteneció de lleno a su época e ilustró con sus composiciones, conciertos, artículos y conferencias.
Entre sus obras destacan los cuatro cuadernos de Preludios vascos -de los que J. Larregla* estrenó en Madrid 28.2.1916) Oñazez, Aitonaren ele-zaarrak, Seaskaaldean eresiz y Bordako atalarrian; tres de ellos, en versión orquestal, fueron estrenados por Pérez Casas (19.1.1917): urruti-jaya, Irulea, Aur-dantza, el Poema de la Pasión (1937), el organístico Itinerarium mysticum (Montserrat, 1943), sus numerosas armonizaciones corales de canciones populares y, entre sus trabajos musicologicos, el Cancionero Vasco.
Para algunos, la estancia en París (1920) marcó en la trayectoria de compositor el repudio de la clásica y de los románticos y aun de sus propias composiciones anteriores, y “la conversión de la herejía modernista”. Eso es descabellado. Basta analizar cualquiera de sus composiciones de la segunda época para convencerse de que nunca repudió el arte clásico y romántico: en esas obras se descubre el sedimento que en su estilo personalísimo ha ido dejando la evolución de su estilo, pareja de la evolución histórica de la música en el correr de los tiempos. Modernismo significa para él huída del estancamiento, espíritu de libertad, abierto a todo lo nuevo que sea bello y noble. “La politonalidad, la atonalidad, son procedimientos, nada más, escribía en 1933, de que un compositor puede servirse para dar cuerpo a sus intuiciones de la belleza musical. Tienen la ventaja de excluir la vulgaridad, y el inconveniente de no ser belleza en sí, antes bien, sólo medios para expresarla”.
También a veces se dice que renunció a sus Preludios Vascos, sin duda la obra más representativa de su primera época. Pudo haber frases suyas que no eran más que protestas contra quienes pretendían congelarle en una determinada manera de sentir y escribir música. Él no se inmovilizaba en una etapa o escuela: compadecía a quien sólo veía en él al “Padre de Oñazez”.
Hombre sencillo y humilde y bondadoso, ayudó, durante su exilio en Francia, a huir a los judíos perseguidos y fue requerido por M. Azaña, ayuda que no pudo prestarle por impedirle los alemanes el paso de la Francia ocupada a la de Vichy en la que falleció el presidente español.
Vivió recargado de ocupaciones durante toda su vida: clases, composición musical, recogida de canciones populares, visitas de archivos y bibliotecas, trabajos literarios, conferencias, conciertos, organistía, viajes, correspondencia… aparte las obligaciones de la vida religiosa y sacerdotal.
La Musicología Vasca le cuenta entre sus iniciadores; el Folklore Vasco, entre sus especialistas más autorizados; el Canto gregoriano, entre sus más fervientes adeptos. Tomó parte en Congresos de Estudios Vascos, en Nacionalidades de Música Sacra e Internacionales de Musicología y de Folklore. En dos de estos congresos internacionales, el de Londres (1947) y el de Basilea (1948) representó oficialmente a España. Colaboró en los Diccionarios Musicales de Torrellas, Labor, Larousse, Riemenn, Grove y Blume, y en las revistas Euskalerriaren Alde, Internacional de Estudios Vascos, Zeruko Argia, Gure Herria, Yakintza, Lecároz, Boletín de la Real Sociedad de los Amigos del País, Etudes Franciscaines, Estudios Franciscanos, Anuario Musical, etc. Fue vocal de la Junta Permanente de la Sociedad de Estudios Vascos (Sección Música y Danzas). Colaborador-fundador del Instituto Español de Musicología (Barcelona), dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, correspondiente de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y de la Academia de la Lengua Vasca (Euskaltzaindia). Correspondiente asimismo de la Hispanic Society of America, de la Internationales Gesellschaft für Musikwissenschaft de la Societe Français de Musicologie, de la Societé des Sciences, Lettres, Arts de Bayonne, de la Sociedad Folklórica de México, socio de mérito del Ateneo de Santander y socio honorario del Ateneo de Navarra.
Fallecido el P. Donostia, se pensó en crear un archivo donde se conservara su legado literario-musical. Ante todo, sus manuscritos: desde los Gozos a San Francisco de Asís, firmados en 1900 por el colegial de 14 años, José Gonzalo Zulaica, hasta las Infantiles, en cuya orquestación trabajaba al morir.
Y luego, sus obras publicadas (primeras ediciones), desde sus ensayos para órgano, estampados en Voz de la Música, revista que dirigía F. Olmeda, hasta el Itinerarium mysticum (In Festo VII Dolorum B. V. Mariae), que vio las luz el día mismo en que su autor moría. También se conservaron diversos textos, como su primer cuaderno de apuntes sobre la canción popular, de donde salió el plan de aquellas sus conferencias de 1916 (Bilbao, Eibar, Pamplona, Tolosa); sus rebuscas folklóricas en Baztán, principio y fundamento del futuro Cancionero. Allí, en fin, su Diario (de 1920 a 1956), con datos que nos permiten seguirle paso a paso en sus actividades y desplazamientos.
Instalado el Archivo, surgió la idea de publicar su obra musical y literaria. De la musical se han publicado ya en 12 tomos lo referente a piano, órgano, canto y piano, motetes religiosos para coro y órgano, motetes y cantigas a capella y canciones vascas para coro mixto, es decir, todo aquello que no requiere intervención de gran orquesta o aparato escénico.
En cuanto a la obra literaria, de la que ya han salido cinco tomos, está prevista la publicación de una decena de tomos, en que se recojan sus artículos de fondo, sus artículos de diarios y sus reseñas bibliográficas, sus conferencias, diversos temas de carácter etnográfico, y el Cancionero.
En Aguiña, término de Lesaca, la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País erigió en su memoria un monumento, consistente en un monolito y una capilla.