CARRANZA, BARTOLOMÉ
CARRANZA, Bartolomé
(Miranda de Arga, c. 1503-Roma 2.5.1576). Su familia era originaria del valle del mismo nombre en las Encartaciones de Vizcaya, de donde salió su abuelo; fray Bartolomé asoció además al nombre su lugar de nacimiento, al firmar fray Bartolomé de Miranda y ser designado como Mirandensis en el Concilio de Trento. Se educó en Alcalá a la sombra de su tío, el canónigo y catedrático Sancho Carranza de Miranda*; fue colegial de gramática en el Colegio de San Eugenio, y alumno de Angulo, Montañés y Salaya, y más tarde de artes en Santa Balbina y alumno de Almenara. En 1520 tomó el hábito de Santo Domingo en Benalaque (Guadalajara), profesó un año después y en 1525 ingresó como Colegial en San Gregorio de Valladolid, donde desempeñó cátedra de Artes (1530); pasó luego a ser Regente de Teología (1533) y sucedió como Regente Mayor al Maestro Astudillo. Obtuvo el título de Maestro de Roma (1539) y participó en el Capítulo general la Orden. Seis años más siguió explicando Teología, contando entre sus discípulos a fray Pedro de Sotomayor, fray Juan de la Peña, fray Ambrosio de Salazar, fray Felipe de Meneses, etc… Fue consultor de la Inquisición y predicó en el Auto de fe de Francisco San Román (1542); desplegó su caridad en el año del hambre (1540) y adquirió gran relieve como predicador y director de conciencias. Rechazó la mitra de Cuzco (1542) y más tarde la de Canarias.
Participó como teólogo de Carlos y en el Concilio de Trento en sus primeras etapas (1545-1547) y (1551-1552) donde brilló por su ciencia teológica y su actitud reformadora, publicando además varias obras: Quatuor controversiae, Summa Conciliorum y De residentia episcoporum. Entretanto recusó ser confesor del príncipe Felipe, pero aceptó el puesto de Provincial de su Orden en Castilla (1550). En 1554 pasó a Inglaterra en el séquito del futuro Felipe II, casado con María Tudor; adquirió gran relevancia como consejero de los Reyes y del Cardenal Pole y se convirtió en figura principal de la restauración católica en Inglaterra. Llamado por Felipe II a Flandes (1557) despegó gran actividad en la Corte y, al quedar vacante la mitra de Toledo, hubo de aceptarla por imposición regia (1557); fue consagrado obispo en el convento de Santo Domingo de Bruselas el 27 de febrero de 1558. Predicó incesantemente en la Corte en aquella Cuaresma y editó en Amberes, ese mismo año, sus Comentarios sobre el Catechismo Christiano, obra compuesta intencionalmente para Inglaterra, y por encargo del Sínodo inglés de 1555, para adoctrinar al clero y contener la avalancha de propaganda protestante. Previamente había publicado en Londres (1555) su Modo de oír Misa. Su pensamiento teológico, fijado en comentarios a la Biblia y a la Summa de Santo Tomás y acreditado en el Concilio y en sus libros, se distingue por una fuerte contextura bíblica y patrística, así como por su tonalidad espiritual, apoyada en la oración.
Convertido en Primado de España, trató de cumplir el exigente ideal que había trazado para los obispos. Por ello dejó la Corte flamenca y llegó a España en agosto de 1558. Tras asistir al Consejo de Estado en Valladolid y presenciar la muerte de Carlos y en Yuste, ingresó en Toledo en octubre de aquel año.
En pocos meses visitó las parroquias y conventos de la ciudad, reformó el cabildo y curia, predicó regularmente en la catedral y pueblos, impartió órdenes sagradas y exigió la residencia a los curas, recorrió las cárceles, liberó a los que estaban presos por deudas y dio muestras espectaculares de caridad y desprendimiento, así como de austeridad de vida.
Sin embargo, un año después (agosto 1559), fue apresado por la Inquisición y sometido a un proceso que duraría más de 17 años.
El teólogo Melchor Cano y el Inquisidor General Fernando Valdés fueron los principales acusadores. El segundo, con informes alarmísticos, logró de Paulo IV un breve para procesar a obispos -pensando en Carranza-, aunque el Papa se reservó dictar sentencia, gesto que repetirían sus sucesores con gran renuencia de la Inquisición española. Con sucesivas prórrogas, otorgadas por Pío IV, se instruyó el proceso, en España, durante siete años, extrayéndose centenares de acusaciones de la lectura de su Catecismo impreso, de sus cartapacios manuscritos y de las declaraciones de los protestantes vallisoletanos procesados. B. Carranza, obtuvo inicialmente una gran victoria moral; recusó como juez al Inquisidor General por notorio apasionamiento y los jueces árbitros aceptaron por probada la recusación y obligaron a Valdés a resignar su competencia en la materia, aun cuando continuara de Inquisidor general. A lo largo del proceso Carranza se defendió, tanto exponiendo la ejecutoria de su vida, como respondiendo a las acusaciones. Todo fue inútil, lo mismo que su afán de hacer patente al Rey la densidad de la intriga de que era víctima, tanto él como la iglesia de Toledo, despojada de sus inmensas rentas.
El inflexible Pío y abocó a Roma el proceso, que fue traducido al latín, pero falleció (mayo 1572), cuando se disponía a absolver a Carranza. La batalla se reanudó bajo Gregorio XIII; el Rey y la Inquisición trabajaron denodadamente para lograr su condenación. El pontífice quiso acabar el larguísimo proceso y dictó sentencia el 14 de abril de 1576; calificó al procesado ex actis et probatis de suspectus de haeresi y le obligó a una abjuración ad cautelam de proposiciones incriminables dudosamente atribuidas, pero no le depuso de la sede como deseaba el Rey, dispuesto a no dejarle retornar a España.
El arzobispo murió pocas semanas después de haber recobrado su libertad. Fue sepultado en olor de multitudes tras el altar mayor de Santa María sopra Minerva. El Papa dictó su epitafio, donde le declara varón esclarecido “en linaje, vida, doctrina, predicación y limosnas”. Carranza, que proclamó su inocencia en el lecho de muerte, murió acatando la sentencia, adhiriéndose al Rey y perdonando a sus enemigos.
La prosa sencilla y honda de Carranza se caracteriza por una profunda inspiración bíblica y está impregnada de fuerte cristocentrismo de corte paulino, próximo a la espiritualidad de San Juan de Ávila.
Uno de sus temas preferidos fue el de la necesidad de la transformación profunda o conversión del corazón y de la vida. Exigente respecto al paradigma pastoral (el Obispo) y a la vida religiosa, extendía su exigencia al laicado o pueblo cristiano, cuya evangelización profunda corresponde a sus pastores. Destacó con fuerza los imperativos de la condición de bautizados y confirmados, pidió un puesto en la iglesia para todos los cristianos y no tuvo dificultad en poner en manos de éstos la lectura de la Biblia en lengua vulgar. El tema de la caridad en sus diversas formas y entre ellas la limosna era en él iterativo.
Curiosamente, su Catechismo Christiano, incluido en el Index de Valdés (1559), y más tarde, en el romano (hasta el siglo XIX), fue una de las fuentes literarias principales del catecismo romano postridentino.
Bibliografía
J. I. Tellechea Idígoras Fray Bartolomé Carranza. Documentos históricos (en Archivo documental español, editado por la R. Academia de la Historia), (Madrid 1962-81) 6 vols. Id., Comentarios sobre el Cathechismo Christiano, ed. crítica (Madrid 1972) 2 vols. Id., El Arzobispo Carranza y su tiempo (Madrid 1968), 2 vols.; Id, Tiempos recios (Salamanca 1977); Id, Fray B. Carranza y el Cardenal Pole. Un navarro en la restauración católica inglesa (Pamplona 1977); Id, Melanchton y Carranza (Salamanca 1979). Id., Bartolomé Carranza. Mis treinta años de investigación. Lección inaugural en la Universidad Pontificia de Salamanca (Salamanca 1984).