ARRIETA CORERA, EMILIO
(Puente la Reina, 21.10.1823 – Madrid, 11.2.1894). Compositor. Hijo de agricultores y huérfano a corta edad, Arrieta, bautizado con el nombre de Pascual, pasó a Madrid, reclamado por su hermana Antonia. Demostró precocidad en los estudios musicales y su hermana le llevó a Italia (1838), de donde ambos volvieron al poco. Pascual, que entonces usaba el nombre de Juan, emprendió viaje a Milán. En Barcelona subió a una nave, dada al contrabando, que tardó sesenta y seis días en salvar el golfo de Lyon. Ingresó en el conservatorio de la capital.
Estudió piano y armonía y vivió días de bohemia y hambre, que le hicieron sufrir desmayos. Una pensión del conde de Litta le permitió permanecer en Milán hasta 1846. Coronó su carrera el primer premio del Conservatorio, del que se despidió con Ildegonda, ópera representada con éxito.
Ya en Madrid, y tras un período de titubeo -Arrieta recibió solicitudes italianas, encabezadas por el de Litta- el joven maestro se impuso con rapidez. Isabel II, que lo conoció en un sarao palaciego, le llamó como profesor suyo de canto y ordenó que se construyera en palacio un teatro donde pudiera estrenarse Ildegonda (10.10.1819).
Después, en diciembre de 1849, le nombró maestro compositor de la real cámara de teatro, Arrieta estrenó en palacio (10.10.1850) La conquista de Granada y comenzó a trabajar en Pergolesi, pero abandonó la corte y pasó a Italia (marzo de 1851). Su ausencia significó la extinción del teatro regio (R. O. de 30.6.1851), en el que se habían dado 24 representaciones de ópera, repartidas entre las dos citadas de Arrieta y La straniera, de Bellini. El apoyo de Isabel II a Arrieta se debía, según la maledicencia de la época, a razones extramusicales.
Arrieta permaneció en Italia un año y volvió definitivamente a Madrid. El 19 de febrero de 1853 estrenó su primera zarzuela, El dominó azul; treinta años después, la última, San Francisco de Sena; entre ambas, firmó unos cincuenta títulos, óperas incluidas. De tal producción es Marina la única obra hoy superviviente en el repertorio. Marina, zarzuela con libreto de Camprodón -que también escribió el de El dominó azul- se estrenó en septiembre de 1855 sin buena acogida. Tamberlick* le aconsejó hacerla ópera y como tal la presentó en el Teatro Real madrileño (marzo 1871): fue su mayor éxito y es la única ópera española hoy representada, el “Don Juan Tenorio” del teatro lírico, como se la ha definido. Gaztambide la calificó de “verdadera ópera española al alcance del vulgo”.
Arrieta tuvo la habilidad de mantener su prestigio en medio de los avatares políticos del siglo. Gozó del favor regio, como va dicho, pero en 1868, llegada la Revolución, puso música al himno de García Gutiérrez que proclamaba: “Abajo los Borbones!”. Entonces fue nombrado director del Conservatorio, puesto que ostentó hasta su muerte, porque supo acomodarse en tiempos de Amadeo I, de la República y posterior Restauración. La reforma del Conservatorio, que tras la Revolución se llamó Escuela Nacional de Música y Declamación, era en realidad anterior a ese giro político. Pero Arrieta salvó la institución, la dotó de medios y le dio prestigio: impuso el diapasón normal, mejoró los salarios de profesores, estableció la clase de Conjunto con actuaciones públicas, reconstruyó el salón del centro; entre las decisiones menos comprendidas, relegó a Eslava a la clase de composición.
Arrieta, que se esforzó por conocer el funcionamiento de conservatorios, renovó las enseñanzas y para no pocos fue un sorprendente europeizador.
La República creó en la Academia de Bellas Artes la sección de Música y nombró los doce primeros individuos de número (30.5.1873), entre ellos Arrieta. En la Academia pronunció el discurso inaugural de 1877, que él mismo dividió en cuatro apartados: necesidad de generalizar en España la enseñanza de la música; abusos en la música interpretada en las iglesias -“en que con una sola obra se cometen dos profanaciones: la del Templo y la del Arte”-; solicitud de mayor atención a los espectáculos lírico-dramáticos españoles -“en estado de completo abandono”-, y la “lucha violenta que se ha entablado entre los tradicionalistas y los partidarios de Wagner y sus doctrinas”, contienda en la que Arrieta se reservó la opinión al ver excesos en ambos bandos.
Arrieta no fue nombre cimero, pese a su carrera, en la teoría musical o la pedagogía, aunque entre sus alumnos contó a Bretón, Chapí y Marqués. Tampoco fue pluma brillante, si bien en su tiempo se le daba por colaborador literario, además de financiero, de una revista destacada, “El Padre Cobos”. La gloria de Arrieta se funda en su producción teatral y más en concreto en el papel decisivo que representó aquella en la consolidación de la zarzuela como género. Ese predominio del maestro navarro fue posible por su sentido melódico, en la línea tradicional de un Bellini más que en la renovadora y dramática de Verdi, y por los recursos técnicos-armónicos e instrumentales- que le dio su formación italiana. En ese último aspecto, Arrieta fue superior a sus colegas peninsulares, en comparación con los cuales quizás careciera del garbo y brillo popularista. Porque de Marina son hoy populares, además del “Brindis”, las seguidillas y el tango, como el bolero y el polo de “De tal palo tal astilla” o la jota de “Llamada y tropa”; pero esos números y ritmos no fueron ingredientes de una lírica nacional, sino localistas y coloreadores.
Arrieta, autor prolífico de zarzuelas, rechazó siempre el vocablo y defendió que en lugar de “zarzuela” se llamase, como en Francia, “ópera cómica”. No tuvo éxito. Acaso en un rasgo propio de su honor, quiso que en su lápida sepulcral se le identificara como “zarzuelero”: “Aquí yace el zarzuelero Arrieta”.
Falleció a la una de la madrugada del 11 de febrero de 1894, en su domicilio. Cayó víctima de un ataque de parálisis, sin agonía. Le dieron tierra el día siguiente en un nicho del cementerio de S. José y S. Millán.
Otras de sus obras fueron: El grumete, La suegra del diablo, El planeta Venus, El toque de ánimas, El potosí submarino, La guerra santa, La cacería real, La estrella de Madrid, La taberna de Londres, Las fuentes del Prado, El motín contra Esquilache, Un viaje a Conchinchina, El agente del matrimonio. El catálogo rebasa los cincuenta títulos.
Bibliografía
Antonio Peña y Goñi. La ópera española y la música dramática en España en el siglo XIX. (Madrid, 1881). Capítulo XXIII, resumido en España, desde la ópera a la zarzuela, (Madrid, 1967), p. 157-169. Federico Sopeña, Historia crítica del Conservatorio de Madrid, (Madrid, 1967), cap. VII, p. 69-86.