NAVARRO VILLOSLADA, FRANCISCO
(Viana, 1.10.1818-28.8.1895). Primero de un grupo de autores literarios navarros que se lanzaron a escribir impulsados por el patriotismo que surgió como resultado de la Ley Paccionada de 1841. En sus escritos, y muy en concreto en su novelística, hizo bandera del regionalismo frente a las corrientes uniformadoras del centralismo; así su literatura adquirió el matiz de “comprometida”. Se le considera como destacado cultivador de una especie particular y concreta de la novela histórica romántica, cual es la novela regionalista de ribetes políticos.
Recibió en Viana sus primeras enseñanzas. Tras estudiar filosofía y teología en Santiago, obtuvo el título de Derecho en Madrid. Los acontecimientos históricos que se suceden en estos primeros años de su vida le dejaron viva huella; la sublevación de Riego, los años de política represiva de Fernando VII, la guerra carlista. El desenlace de esta primera guerra civil y sus consecuencias para Navarra marcaron a la larga su futura trayectoria ideológica.
Desde joven comenzó una vida de gran actividad. Hasta los 40 años ejerció como funcionario público, Secretario del Gobierno Civil de Álava y después oficial en el Ministerio de la Gobernación. Sin embargo, fue el periodismo lo que le atrajo con fuerza y desde los 19 años, en que realizó sus primeras armas en El Correo Nacional, no cejó en esta actividad hasta el final de su vida. La inquietud política corre pareja con la periodística. Liberal primero, entusiasta de Espartero en su época de caudillo liberal en la guerra civil, siempre católico a machamartillo, abrazó con fuerza la causa carlista a partir de 1858. Diputado a Cortes tres veces, senador, Secretario de Cámara de Carlos VII y Jefe de la Comunión Tradicionalista. Sus ideas políticas influyeron fuertemente en su quehacer literario. Algunas de sus poesías, muchos de sus artículos literarios, gran parte de su teatro, sus novelas históricas, repetirán en diferentes moldes sus tendencias ideológicas.
Como periodista fue colaborador asiduo de más de una quincena de periódicos, siendo en una ocasión editor de cuatro de ellos a la vez; fue además fundador de tres rotativos y director del “Semanario Pintoresco Español”.
La importancia y volumen de sus artículos -cifrados entre seiscientos y mil, según los diferentes comentaristas- cobra especial relieve cuando abandonó sus otras actividades para fundar el diario católico El Pensamiento Español, desde donde luchará incansablemente por el triunfo de sus ideas tradicionalistas mediante la sátira política.
Su carrera literaria la inició como poeta a los 21 años. Fue en 1840 cuando, influenciado como todos los jóvenes de su época por la poesía romántica, publicó para glorificar a Espartero el ensayo épico titulado Luchana. No había de tardar mucho tiempo en pasar a atacar las ideas que antes profesó, tal como lo hizo desde las columnas de El Padre Cobos contra la revolución y el bienio progresista de Espartero, y cuando más tarde, asumió apasionadamente los postulados carlistas. La poesía es consustancial al arte de Villoslada; por eso no es de extrañar que cultivase con éxito este género, principalmente la sátira, la oda heroica y las composiciones de índole religiosa. Son famosos su soneto a Espartero, el madrigal dedicado al valle de Viana y la oda A la Virgen del Perpetuo Socorro.
Basado en sus ideas religiosas y patrióticas, estrenó para el teatro más de media docena de obras que fueron varias veces representadas. Ensayó el género lírico con la zarzuela La dama del rey estrenada con éxito en 1856 con música de su amigo y paisano, Emilio Arrieta. Sin embargo, no fue en las tablas donde el genio artístico de Navarro Villoslada encontró terreno abonado, sino en la narrativa.
La obra fracasó. El argumento desarrolla una historia amorosa de Fernando el Católico, que tiene un niño con una dama vizcaína; el niño crece en el caserío de Arizmendi, confiado a una bella aldeana, Lucinda, cuyo novio es Martín de Munguía: de éste vive enamorada la condesa de Larrea, que para atraerse a Martín echa a rodar el bulo de que el niño es hijo de Lucinda; ésta, a su vez declara que la madre es la Larrea, que fue quien se lo entregó; al fin se demuestra que la madre verdadera es hermana gemela de la condesa, llevan al niño a palacio, los novios se casan y las gemelas también alcanzan buenas nupcias. En el libreto hay alusiones a Navarra y la partitura ofrece algunos números de sabor vasco, como el zortziko final y un coro de vendedores en Begoña.
Abordó la novela desde diversos puntos de vista, así, los títulos El Anticristo, Historia de muchos Pepes, El Caballero sin nombre, pero es en la vertiente histórica regional, como antes dijimos, donde el ilustre vianés por derecho propio ocupa un lugar en la historia de la literatura en lengua castellana. Tres novelas de este matiz son las que definen su manera de hacer; en 1845, siendo director del “Semanario Pintoresco”, comenzó en este periódico la publicación de La princesa de Viana; en tres años se realizan cuatro ediciones de esta novela ya con el título más conocido de Doña Blanca de Navarra, Crónica del siglo XV. Traducida al portugués y al inglés, recibió posteriormente seis ediciones más y es considerada por algunos autores como la mejor novela histórica del romanticismo español. Poco después en 1849, publica la extensísima novela Doña Urraca de Castilla, Memorias de tres Canónigos, que fue acogida con similar éxito que la anterior. Los avatares políticos hicieron que las inquietudes del novelista navarro se dirigieran hacia otras miras y se dedicó de lleno a la política y al periodismo por espacio de seis lustros. Estos años de voluntario reposo literario son para el escritor momentos de inquietudes y zozobras, de acción y de lucha política. En 1869 estuvo preso en la cárcel del Saladero; a su salida se expatrió a lo largo de los cinco años de la etapa revolucionaria.
En 1877, en el periódico “La Ciencia Cristiana” inició la publicación de su generalmente aceptada como obra cumbre Amaya o los vascos en el siglo VIII. Antes de retirarse definitivamente a Navarra, todavía escribió un libro importante, La vida de San Alfonso María de Ligorio. Cansado de la actividad pública y de los derroteros que tomaba la política, pasó en Viana los últimos años de su vida. Durante su agitada existencia y a lo largo de su obra aparece siempre una constante: su amor por Navarra.
Sus novelas históricas se distinguen por una reconstrucción del pasado honesta y detallada y por su imaginación. No se basa exclusivamente en la pura invención, sino que los datos de época y los lugares geográficos constituyen parte sustancial de sus libros, sin que empañe su mérito ciertos conceptos históricos y lingüísticos no del todo exactos y situaciones difícilmente verosímiles para los ojos actuales.
El interés por las novelas de Navarro Villoslada fue decreciendo paulatinamente. El realismo y naturalismo atrajeron el favor del público en detrimento de las historias románticas y la figura del novelista navarro pasó a segunda fila. Así se explica la escasa bibliografía con que cuenta y la inexistencia de una exégesis global y profunda sobre su obra.
Navarro Villoslada ha pasado a la posteridad por la citada novela Amaya. En un principio fue recibida muy fríamente por crítica y público. Una primera razón es obvia. Para el año en que se publica Amaya, había triunfado en España otra corriente literaria más moderna y más a tono con los nuevos tiempos: el realismo en la narración. Pérez Galdós, Varela, Alarcón, Pereda, habían publicado ya varias de sus importantes novelas. Efectivamente, Amaya llegaba tarde. Pero había otros motivos extraliterarios corrientes en la época. Las agudas divergencias políticas hacían que los partidarios de una ideología determinada no estuvieran dispuestos a aceptar más que las obras de su misma línea. La reacción frente a esta obra del ultracatólico y carlista Navarro Villoslada por parte de sus oponentes políticos no se hizo esperar: se le hizo el vacío. La crítica especializada no le hizo ningún eco, excepto la voz de Arturo Campión, que, en 1880, realizó una recensión exhaustiva y emocionada en la “Revista Euskara”. Su nivel de popularidad queda marcado por la película basada en la novela, estrenada en 1952 y la ópera del mismo título del año 1920, con música del maestro Guridi. La acción se desarrolla en dos planos distintos: Como lucha de los protagonistas entre sí y como enfrentamiento dramático de razas y religiones diferentes.
No es meramente casual que Navarro Villoslada concibiese la idea de escribir su Amaya en plena actividad pública, porque en ella va a plasmar de forma novelada sus ideales políticos. Incorpora a la acción situada en la Euskal-Erria del siglo VIII, los problemas ideológicos de su siglo y de la Navarra de entonces; desarrolla y resuelve la narración desde su óptica de tradicionalista y católico. La tesis del novelista es sencilla: Los postulados cristianos están por encima de los objetivos de este mundo, la religión triunfará sobre el patriótico aislamiento de los vascos y les hará participar definitiva y responsablemente en los problemas y destino final de la nacionalidad hispánica.
Navarro Villoslada tuvo una faceta política de cierta importancia. Fue secretario particular de Carlos VII entre 1860 y 1871; durante las legislaturas de 1865-1866 y 1867-1868 fue diputado en Cortes por Navarra; luego, en la última guerra carlista (1872-1876) se mantuvo alejado del movimiento; pero, al morir Cándido Nocedal -que fue jefe del movimiento carlista entre 1876 y 1885- y desatarse la crisis del carlismo que dio origen a la escisión del Partido Integrista, Carlos VII volvió a acudir a él para que mediara en el conflicto, que acabó sin embargo en la ruptura, en 1888. Carlismo*, Integrismo*.