VIRILA, SAN
VIRILA, San
Monje que, al parecer, era abad de Leire* en el 928, cuando Galindo*, obispo de Pamplona, fijó los límites de Catamesas y Benasa, actuales despoblados próximos al monasterio. Se ha sugerido identificarlo con un coetáneo abad de Samos (Galicia), también denominado Virila, pero los argumentos esgrimidos no resultan convincentes.
Según una piadosa tradición, Virila no alcanzaba a comprender el misterio de la eternidad del cielo ni su interminable felicidad. Un día fue atraído por los trinos de un ruiseñor y se adentró en el bosque. Extasiado, permaneció oyendo al pajarillo durante trescientos años. Al volver en sí, pensó que sólo había transcurrido un rato. Cuando regresó al monasterio los monjes no le reconocieron y fue preciso recurrir al archivo para esclarecer el prodigioso suceso. Todos los monjes se rigieron a la iglesia y entonaron el salmo 89, momento en el que reapareció el pajarillo para depositar un anillo abacial en el dedo de San Virila.
Luego Dios se le apareció para hacerle comprender que la felicidad celestial era muy superior al canto del pajarillo.
Aunque se ha dicho que el culto a San Virila se remonta a 1011, la noticia proviene de documentos interpolados o falsificados y sería más prudente retrasar la fecha a 1037 o a la segunda mitad del siglo XI. Su fiesta se celebra el 1 de octubre. Sus reliquias permanecieron en el monasterio hasta el segundo intento desamortizador, momento en el que fueron trasladadas a Tiermas (1820), pueblo aragonés vecino que se consideraba como lugar de origen del santo. En 1825 volvieron a Leire, salvo una pequeña porción que quedó allí. A resultas de la definitiva desamortización, fueron trasladadas a la catedral de Pamplona. En 1964 Tiermas devolvió al monasterio las reliquias que conservaba.
Los documentos de los siglos XI y XII nada dicen del relato del pajarillo, pero éste parece recogerse en un bajo relieve del monasterio de los siglos XIII o XIV. El primer relato escrito no se imprimió hasta 1705. Una tradición en esencia similar, aunque con personajes diferentes, se expandió por toda Europa occidental durante la Edad Media. Pudo ser de origen oriental. Su difusión parece ligada en parte a la orden cisterciense* dado que bastantes localizaciones coinciden con monasterios de esta orden. La versión más antigua es de mediados del siglo XII y corresponde al monasterio de Afflinghen (Bélgica). Poco después aparece en los sermones de Mauricio de Sully, obispo de París. Ya en el siglo XIII la recogen Jacobo de Vitry en Francia, Cherrington en Inglaterra, las Cantigas de Alfonso X en España, la Leyenda Aurea de Jacobo de Vorágine y en los Libros de ejemplos. También se conoció en Irlanda y Suecia. Alcanzó su máxima difusión en Alemania a partir del siglo XIV, desde donde pasó a Austria. En la Península Ibérica existen relatos similares en los monasterios de Armenteira (Galicia) y Villar de Frades (Portugal). En este contexto la tradición legerense del abad San Virila destaca por su precocidad y por la existencia real del protagonista.