PROFESIONALES
PROFESIONALES
Término taurino. En Navarra en el transcurso de los siglos, excepto los matatoros, no se registran personas que salieran a los ruedos mediante remuneración en metálico; sería aplicable al espíritu que reinaba en Castilla, señalado por Alfonso X el Sabio, que consideraba “infames” a quienes cobraban por torear, a la par que establecía en sus Partidas que los padres podían desheredar a los hijos que salieren a los ruedos por dinero. En las corridas caballerescas resultaría un deshonor ofrecer algún tipo de recompensa económica al participante y, en las plebeyas, quienes actuaban eran mozos lugareños que gozaban y divertían con el espectáculo.
Los estilos cambiaron lentamente y los llamados “corredores de toros”, no solicitaban emolumentos pero esperaban gratificación, o alguna ayuda económica que los resarciera de los días de trabajo perdidos, incluido el desplazamiento y los gastos devengados por sus caballerías; sus estipendios eran siempre muy bajos y equiparables a los salarios perdidos. Pueden considerarse como embriones del profesionalismo, que se acentúa en los “toreadores”, sean de banda o ventureros*, cuyos honorarios seguían siendo bajos en la mayoría de los diestros, aunque los ases pudieran durante la “temporada” de fiestas en lugares distintos obtener dinero suficiente para subvenir a las necesidades del resto del año, sin necesidad de otros trabajos, sin embargo, la reiteración en salir a los ruedos hasta la senectud, cuando carecían de facultades y su cotización resultaba ínfima, inclina a pensar que sus mejores tiempos no les permitieron ahorrar. Posiblemente, en Navarra los primeros profesionales sean los toreros de a caballo, a juzgar por los honorarios que perciben, pero sus actuaciones son eventuales, no en todos los cosos pueden contratarlos, solamente los de categoría, o capaces de acoger gran afluencia de público; problemático el que pudiera hacer fortuna.
El auténtico profesional en Navarra surgió con los toreros andaluces y es precisamente Costillares, el diestro que asombró por los honorarios que percibía en sus actuaciones en Pamplona, quien, sin duda, partir de finales del siglo XVIII comenzó la vertiginosa carrera en los emolumentos de los ases de la torería, que crecen sin cesar hasta nuestros días.