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OFRENDAS FÚNEBRES

OFRENDAS FÚNEBRES

Con motivo de la muerte de un familiar las ofrendas más frecuentes hasta 1960 han sido pan y/o trigo y cera “para alumbrar a las ánimas”. En Améscoa hay constancia documental de llevar a misa “el pan añal” desde 1600, y en toda la Navarra Media se recogen testimonios de esta ofrenda. Solía ser pan amasado en forma de torta, cabezón o panecillos, en cuya masa, se añadían granos de anís, los “chosnes”. Al finalizar la misa, se repartía entre los monaguillos este “pan de almas”. En celebraciones especiales como el Día de Difuntos* en que se juntaban muchas ofrendas había para todos los niños e incluso el párroco llevaba uno a su casa. A principios del siglo XIX, en Améscoa, cabildo eclesiástico y concejantes del valle llegaron a establecer, en función de la categoría del funeral, la cantidad de trigo que se aportaría en pago del funeral y el añal*. La cera, al igual que el pan, ha tenido presentaciones diversas: cera o cerilla enrollada en la tablilla o argizaiola* que podía ir dentro del cestillo de mimbre o simplemente sobre el paño; cerilla pegada a la punta del churro*; velas y hachas colocadas sobre el hachero*, la fuesa* o en candeleros. En Azpíroz, llegado el día del entierro, en la casa del difunto cortaban cinco trozos de cerilla de unos 60 cm. de largo cada uno y los introducían en agua caliente, de modo que sobresalieran de ella los 10 cm superiores, para que los restantes se ablandasen. Enrollados los cinco cabos de esta cera, la metían en un candelero y abrían en abanico los restantes 10 cm, que se encendían en recuerdo de las “cinco llagas de Cristo”. El candelero se posaba sobre el ataúd, primero en casa y luego durante los funerales. En Améscoa, para contribuir al gasto de cera, los invitados al funeral, además de “sacar un responso” daban a la familia una vela. Para celebrar responsos, ha perdurado hasta nuestros días la aportación monetaria de familiares y amigos. En Gorráiz de Arce el día de San Martín, patrón del pueblo, el mayordomo/a llevaba ofrendas a los antepasados, que consistían en dinero para responsos. En Valcarlos, al regreso del cementerio, familiares y allegados formaban desfile hasta la casa parroquial para entregar “ofrendas”, destinadas a responsos. En 1964 la ofrenda equivalía a 2 pts. 50 céntimos y el número de ofrendas dependía del grado de parentesco o amistad que cada uno tenía con la persona o familia del difunto. En la misa parroquial de un día festivo se leía la lista de familias y el número de ofrendas entregadas por cada una. Se tenía en cuenta el dato “para corresponder en su día”. En Romanzado y Urraúl Bajo, una mujer se encargaba antes de misa de recoger las limosnas para los responsos y durante el rezo ella las depositaba.

En la Montaña de Navarra hay abundante información sobre otro tipo de ofrendas. En Aranaz, además de las candelas y rollo de cera en las misas mayores del año, la oferente, en el ofertorio de la misa de los lunes, entregaba en nombre de la familia 5 pts. y un huevo y en la fiesta de la Epifanía una rosca o un pan, una naranja o manzana y 5 pts. En Areso, el día del funeral se ofrendaba una sábana de hilo que el sacerdote pregonaba desde el altar. En Garzarón la ofrenda consistía en un cordero que estaba destinado al cura. En Azpíroz, además de la cera y los panes, se ofrecían durante las exequias 3 l de vino y si el fallecido era el amo propietario de casa, se ofrendaban también una oveja que tenían en el pórtico hasta el ofertorio. Entonces un familiar o amigo del difunto cogía el animal en brazos, avanzaba por el interior del templo, besaba la estola del sacerdote y se retiraba de la iglesia llevando consigo el animal. Más tarde al cura se le entregaba en metálico el valor de la oveja. Si moría la “etxekoandre” la ofrenda consistía en 3 ó 4 panes, tres botellas de vino, una pierna de oveja y un paño de altar -“aldare-oyala”- de hilo. El sacerdote anunciaba esta última dádiva desde el altar: “Au da etxekoandre onek elizari egin dion ofrenda edo erregaloa”. Si el difunto era un inquilino o no era cabeza de familia la ofrenda se reducía al pernil de oveja, 3 ó 4 panes y 3 botellas de vino. En Huici también la ofrenda consistía en un carnero que se llevaba hasta la pila del agua bendita durante el ofertorio, para sacarlo enseguida, porque debía consumirse al mediodía en la comida de los sacerdotes que asistían al acto. En Vera de Bidasoa debió de ser frecuente que la serora, al frente del cortejo fúnebre, llevara en un cesto una pierna de carnero, si el funeral era de primera, una de cordero, si era de segunda, y un bacalao, si era de tercera. En Urzainqui llegó a ponerse sobre la celeja*, paño negro o blanco, una jarrita vacía. “Celeja” y jarrita llegaron a significar, respectivamente, pan y vino.

En testamentos de la Ribera se recogen las “mandas pías” impuestas por el uso, porque en caso de no donar se indicaba expresamente. Solían ser beneficiarios el Hospital de Navarra y “la Redención de Cautivos”. También la donación de cera y aceite para determinadas ermitas se recoge en testamentos desde el siglo XIV. En Viana hay constancia documental en los siglos XV y XVI de ofrendas de limosnas para que un peregrino vaya a Santiago de Compostela a rezar por el difunto. Yanguas y Miranda recoge que en 1372 Carlos III mandó pagar 30 libras al Padre Guardián de San Francisco de Pamplona por el caballo, armas y joyas que fueron ofrecidas en la misa que se dijo “cuando Mosén Seguín de Badastal fue sepelido en dicho monasterio”. De donde deduce Bonifacio Echegaray que era la ofrenda habitual en entierros de caballeros.

Bibliografía

B. de Echegaray, Los ritos funerarios en el derecho consuetudinario de Navarra, (Pamplona, 1951), p. 23-30; J. Garmendia Larrañaga, De etnografía vasca (cuatro ensayos), (Tolosa, 1976), p. 102 y ss; L. Lapuente, Estudio etnográfico de Améscoa (I y II), “” (Pamplona, 1971), núms. 7 y 8.

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