NAIPE
NAIPE
Cada una de las piezas que componen una baraja. En Navarra se conocen diversas tafurerías o casas destinadas al juego desde el siglo XIII, pero la presencia del naipe no se atestigua hasta épocas más tardías. Hacia 1630 Pamplona alcanza el privilegio del estanco del naipe a favor del Santo Hospital. Ya con anterioridad, las Cortes celebradas en 1621 habían demandado a la Corona su obtención, para que así los beneficios recayesen en el reino y no en los franceses (se presuponía que los naipes que se gastaban procedían de Francia). Ante esta solicitud, el 9 de marzo de 1622 se dio una Real Orden para que el virrey y el Consejo informaran acerca de dicha súplica. Los resultados fueron adversos hasta que el Hospital General de Nuestra Señora de la Misericordia de Pamplona adquirió el privilegio del rey Felipe IV, a través de García de Avellaneda, conde del Castrillo. Entre las razones que aducía el Hospital para conseguir el estanco figuraba la de tener que atender todo género de enfermedades y albergar a los pobres, para lo que no disponía de un fondo económico suficiente. Como medio de ayuda se le concedió el estanco del naipe en toda Navarra, a condición de que se pusiera un arriendo y pagase la mitad de su producto a las urgencias de la Corona. Anunciado el arriendo, Juan de Zabalza pujó mil ducados al año y por un período de diez, siéndole adjudicado.
Poco después, al ver los gobernantes del Hospital que los beneficios serían más favorables con una administración directa, propusieron a García de Avellaneda que les cediese la mitad de lo que la Corona se había reservado para sí, a cambio de entregar en dos años 10.000 ducados de plata. La gestión fue aprobada, si bien, por falta de capital, el Hospital se vio obligado a entregar este privilegio a su propio gobernador Sancho de Monreal, como pago de diversas deudas que con él tenía contraídas, por un período de veintiún años y con las siguientes condiciones: el precio máximo de cada baraja quedaba establecido en cinco tarjas para las de naipe fino y tres para el común, y se prohibía la introducción de naipes en el reino bajo la pena de doscientos ducados. Ayudaban a Sancho de Monreal en su gestión cuatro personas por merindad. Una vez terminado el plazo, se volvía a sacar a subasta por un espacio de tres años. El primer arrendador, Juan de Ezcaray, tuvo que hacer frente al contrabando que ahora comenzaba a surgir. Hubo de decomisar veinticinco mazos de naipes a Remón de Aguirre, vecino de Sangüesa, que los traía de Aragón para pasarlos a Castilla. Pero fue absuelto, ya que, según las Cortes y el Real Consejo, no estaba prohibido comerciarlos. Tras esta circunstancia y después de apelar de nuevo a García de Avellaneda, se llegó a la resolución de prohibir la introducción de naipes en Navarra, su venta a excepción del Hospital, pasarlos de otro reino a Castilla, Aragón u otros, y jugar con barajas no fabricadas en Pamplona y por el Hospital, so pena de cien libras de multa.
A fin de realizar esta labor, se concedió al administrador del Hospital facultad de nombrar guardas para que celaran la observancia de esta ley. Con este mismo objetivo, se dictaminó que los naipes se emitieran sellados con una marca o señal en el tres de copas. Pero a pesar de estas leyes de prohibición, la introducción, venta y fabricación de naipes sin permiso se realizó con frecuencia. Ya que las penas materiales no tenían efecto, la junta rectora del Hospital solicitó la concesión de una sobrecarta de Paulina o anatema, como castigo espiritual. No obstante, el contrabando del naipe siguió realizándose con decomisos frecuentes. Ante la incapacidad para eliminarlo y para salvaguardar los intereses del Hospital, sus dirigentes decidieron nombrar un guarda del estanco para su vigilancia.
Los naipes más antiguos conocidos datan de 1688. Se trata de una baraja incompleta, de dibujo rudimentario y papel de muy mala calidad. En 1768 Pedro Berangot fabrica unos naipes de dibujos similares a los anteriores, pero de mejor calidad. También existen varias cartas sueltas contemporáneas a las precedentes, pero sin fecha ni autor conocidos. Los naipes fabricados en el Hospital eran de muy mala calidad y resultaban más caros que los realizados en otros reinos, por lo que hacia 1690, decaen en gran medida los arrendamientos del estanco y aumenta considerablemente el contrabando de naipes desde Francia y Aragón. De este modo, los administradores decidieron destituir en 1699 a su fabricante, la viuda de Juan de Lostal, e hicieron venir de Verona a un experimentado artífice, José Floren. En 1759 se hizo un contrato con el francés Carlos Requiran, al objeto de que corriera con la fabricación del naipe en la ciudad de San Sebastián, en donde se ubicaba su taller, por un tiempo de cuatro años, conforme a la baraja de muestra elegida por el Hospital y al precio de treinta y un reales fuertes cada gruesa. La entrega de los naipes se hacía en su oficina, encajonados, arpilleados y puestos en paja para su mejor traslado. Una vez en Pamplona, debían ser reconocidos por el Hospital en el plazo de un mes para ver la calidad de su fabricación, que en varias ocasiones resultó deficiente. En 1784 se arrendó el taller de barajas a Manuel Antonio de Balmaseda por un período de seis años, a condición de tener que realizar la labor dentro del propio Hospital. Fueron varios los modelos de naipes salidos de su fábrica: el común blanco y el común pintado, éste algo mayor y de mejor calidad que el primero, de segunda clase; el superfino blanco y el superfino pintado de azul y encarnado, de primera clase. Como consecuencia de un trabajo poco aceptable, le fue disuelto el contrato. En 1789 la junta del Hospital puso al cargo de la fábrica a Marcos Barangot, maestro naipero y vecino de San Sebastián, por tiempo ilimitado. En 1794 se designó a Francisco de Ormilugne, fabricante de naipes de Vitoria, y en 1808 fue sustituido por Juan Barbot de San Sebastián. Con posterioridad, existen noticas de Larraque (1818), Esteban Call (1821) y Pedro Dunard, natural y residente en Angulema, que tomó el arriendo por ocho años.
Además del permiso de impresión del naipe, el Hospital poseía los beneficios de la publicación y venta de libros de arte y, en general, los libros de carácter religioso como Cartilla, Catón Cristiano, Gallofa y los demás libros de Gramática y Gaceta de París, Holanda y otros, con el único fin de mejorar su crítica situación económica. Estas actividades provocaban una demanda de papel muy superior a la que su propia fábrica podía suministrar. Hasta comienzos del siglo XVIII esta deficiencia era solventada mediante su importación sin pago de derechos; pero, con la nueva implantación de aduanas, que obligaba a pagar los derechos correspondientes a dicha importación, y por la entrada en guerra contra Francia, que hizo imposible la llegada de todo tipo de mercancías, el Hospital sufrió graves perjuicios. A fin de buscar una solución, se solicitó permiso para introducir del país vecino las distintas clases de papel que le eran necesarias (papel de protocol, mirapech y ordinarios) y libres de derechos. Entre las personas que atestiguan la necesidad de importar el papel de Olorón (Francia) figuran el pintor e impresor de naipes José Floren y Francisco Picart*, impresor y librero del Hospital. Sus testimonios hicieron posible su paso a Navarra, que se realizaba por el puerto de Burguete.
Aunque se trató muchas veces del desestanco de los naipes y de establecer su libre fabricación, la primera vez que se realizó fue el 14 de febrero de 1815. Con él se pretendía el beneficio de los pueblos y el fomento de la industria nacional, pero se desconoce si el Hospital dejó de ostentar dicho estanco. Sí lo perdió durante el período constitucional (1820-1823), pero terminado este gobierno volvió a restablecerse el privilegio. Nuevamente será privado de sus beneficios en 1833, cuando Navarra pasó a ser una de las cuarenta y nueve provincias de España. La fabricación y venta del naipe quedó reglamentada por la Ley General. En 1839 se sabe que el Hospital escrituró con Fermín Domingo la fabricación de naipes en exclusiva para toda Navarra por seis años, circunstancia que no impidió que un año más tarde se concediera a Pedro Donaud la facultad de fabricarlos. Ante las pérdidas que este suceso podría acarrear al Hospital, la Diputación le concedió la posesión de un sello que se debía estampar en una carta de cada baraja o en la cerradura de una de ellas, pagando por cada ejemplar que se fabricase seis reales de vellón. A pesar de este impuesto, los naiperos y vendedores procuraron evitar su pago, ya que se conocen denuncias y quejas de personas que sí lo abonaban y que tenían que ofrecer las barajas a mayor precio que aquellos comerciantes que lo hacían de contrabando. Si a esto añadimos que en el resto de la península se iba a suprimir el impuesto bolla de naipes o la contribución impuesta sobre la fabricación del naipe, dejando además libre su circulación, y que en Navarra la calidad era muy inferior, el futuro de este arte resultaba poco halagüeño. Por ello los fabricantes pidieron que les fuera revocada la obligación de pagar el sello.
El Hospital se declaró incompetente y afirmó que debía ser la Diputación quien decidiera. Las cosas no salieron como aquéllos deseaban, ya que solicitaron a la junta del Hospital que pusiera en arriendo el ramo del naipe, con el fin de vigilar ellos mismos el cumplimiento de las normas y que los expendedores que se presentaran a sellar las barajas que tuvieran y que introdujeran de otras provincias. Gracias a este hecho se sabe quiénes eran los vendedores de naipes y dónde estaban situadas sus tiendas en Pamplona: Manuel Iribarren, calle Mayor 59; Francisco Oyarzun, Zapatería; Bautista Ciriza, Carmen 44; Martín José Zubiría, Pellegería 9; Ambrosio Alfaro, Pozo Blanco; Joaquín Domínguez, Mayor 93; Fermín Ardanaz, Zapatería 16; Teresa Sanz, Mayor 60; Ramón Domingo Bolserías 10; José Cenizo, Café; Marciala Huarte, Plaza de la Fruta 26; María Arrambide, Zapatería 21; José María Elizondo, Bolserías 17; Miguel Insausti, Carmen 42; Francisco Ardanaz, estanco de Mercaderes; Justo Redín, Café; Juan Miguel Larumbe, Comedias 14; Fermín Galar, Santo Domingo 20; Nicolás Florensa, Pozo Blanco. La familia Cumia mantuvo a finales del siglo XIX una gran actividad naipera. Son muy características las sotas con pelos en las pantorrillas que fabricaba Donato Cumia en su litografía de la calle Tecenderías. También de aquella época son los encorsetados reyes que salían del taller de Matías Serrano, establecido en la calle Navas de Tolosa.
El Hospital tuvo necesidad de crear un mercado para dar salida a la producción naipera. Con este fin abrió la Casa de Suscripción, centro de juego que pretendía liberar al hombre del cansancio de sus ocupaciones. Situada en la Plaza del Castillo, esquina Chapitela, en un principio fue administrada por el propio Hospital; en 1816 se arrendó a Pedro Fouzet y en 1822 a José Vital. (Papel*).
Bibliografía
J. Baleztena Abarrategui, Los naipes en Pamplona, “Los naipes en Pamplona, en la Imprenta de Navarra” (Pamplona, 1974).