CABALLERO
CABALLERO
Caballero (en su forma latina, miles) era en la Edad Media el que por derecho propio y hereditario combatía a caballo. La voz acabó designando principalmente a los miembros del escalón medio de la nobleza*, para diferenciarlos, tanto de la exigua cúspide de los ricoshombres, como de la caterva de los simples infanzones e hidalgos, tan numerosos en Navarra. Fue el sector minoritario que ejercía realmente las funciones genuinas del círculo nobiliario. De los linajes de caballeros derivaron gran parte de los titulares de los palacios “de cabo de armería” de los siglos modernos. Dotados de una base patrimonial más modesta que los ricoshombres, trataban de medrar a la sombra de éstos y al servicio directo del rey, mientras espiaban la ocasión de acceder tal vez a la ricohombría con el favor del propio monarca, para cubrir los huecos que en la nómina de la alta nobleza pudiera provocar la caída en desgracia o la extinción natural de alguno de sus linajes. Durante la baja Edad Media los caballeros percibían del tesoro regio soldadas o acostamientos en metálico, llamadas también “Caverías” o “mesnaderías”. La cantidad entonces asignada a cada una de estas solía ser de 20 libras, y sólo excepcionalmente de 40: obligaba y permitía al mesnadero mantener un caballo de guerra y el correspondiente armamento ofensivo (espada, lanza) y defensivo (escudo, arnés): además de un escudero o “sargento de armas” (serviens armorum), que acostumbraba a llevar una cabalgadura cargada con las armas y armaduras (corza. yelmo, etc.) del caballero, pues éste sólo las ceñiría poco antes del combate, una vez efectuada desembarazadamente la marcha de aproximación al campo de batalla. El escudero no sólo se precisaba para vestir la complicada armadura, sino también para ayudar al jinete va equipado a ocupar su montura. La mesnadería obligaba a los caballeros a servir al rey, dentro o fuera del reino, durante cuarenta días al año, seguidos o en varios plazos. Con el tiempo se perfiló e instituyó un rito especial por el que el rey o los ricoshombres “armaban caballeros” a ciertos vasallos nobles. Así, coincidiendo con las ceremonias de su coronación el año 1390, Carlos III armó caballeros a doce donceles, a los que regaló el equipo completo (armadura, espada, bacinete y hasta espuelas doradas y, en algún caso, silla de montar dorada y bocado y brida también dorados). El mismo monarca, cuyo temperamento cuadraba perfectamente con el boato y magnificencia que entonces imperaban en las costumbres cortesanas, se sumó a la moda francesa y creó una Orden de Caballería, la del Lebrel Blanco o de la Bonne Foi cuyos miembros lucían largos mantos y unos collares de oro o de plata con un lebrel de oro colgante. El Fuero General de Navarra contempla el supuesto del caballero que deshonraba su condición; debía ser degradado públicamente por el rey, el cual procedía a cortar con un cuchillo la correa de la que pendía la espala del mal caballero, para que ésta cayera al suelo.
A partir de la incorporación a la Corona de Castilla (1515), se pierde la memoria de las órdenes propiamente navarras y comienzan a aparecer las militares castellanas, especialmente las de Santiago y de Calatrava, con cuyos hábitos premiaban los reyes de las casas de Austria y de Borbón los servicios de los navarros en las armas o en las letras, igual que en los demás reinos. En muchos casos, constituían un primer paso para acceder posteriormente a algún título nobiliario.
Las casas de los caballeros en los pueblos de su origen o residencia solían tener por lo general la condición de palacios.
Llamábase también brazo militar o de los caballeros a uno de los tres que integraban las antiguas Cortes* de Navarra.