MORO
MORO
En sentido estricto, es el natural de la zona de África septentrional correspondiente con la antigua provincia romana de Mauritania; en España se aplicó, por extensión, a todos los mahometanos.
Poco después de la irrupción musulmana, el baluarte hispanovisigodo de Pamplona, como la mayor parte de la cuenca del Ebro, pasaron a depender del Islam. Desde la segunda mitad del siglo VIII se consolidó el dominio directo de las riberas navarras, donde debió de producirse un alto índice de conversiones a la fe mahometana entre la masa de población indígena asentada en las feraces vegas de la comarca, reorganizada progresivamente desde el ascendente núcleo urbano de Tudela. La reconquista de la zona por Alfonso I el Batallador (1119) planteó serios reajustes demográficos y socioeconómicos del amplio espacio ocupado. Se recurrió al sistema de pactos aplicado en casos semejantes para resolver, al menos en parte, los efectos de una posible evacuación de los antiguos moradores. No hubo, en consecuencia, expulsión, sino capitulación de la población sometida.
Los moros que optaron por permanecer bajo la soberanía de los monarcas cristianos gozarían de respeto a sus bienes, costumbres y prácticas religiosas; los de Tudela podrían permanecer durante un año en sus casas, pero luego, debían abandonar el recinto urbano y ocupar un barrio extramuros: la morería, regida por leyes y autoridades propias. Para amplios sectores de la población del régimen de propiedad de la tierra y la fiscalidad no diferían gran cosa de la situación anterior a la conquista. La iniciativa regia amortiguó las consecuencias de cualquier vacío poblacional. Se fomentó la presencia de los musulmanes, agrupados en comunidades o aljamas. Al norte de Tudela, había morerías en Cadreita, Arguedas, Valtierra y Murillo de las Limas; estas dos últimas localidades albergaron una población mudéjar superior al 40 por ciento del vecindario, porcentaje en progresivo descenso por causa probablemente de la atracción ejercida por el cercano núcleo tudelano. Al sur del Ebro y en el espolón orientado hacia Castilla, había dos aljamas de distinto signo Cintruénigo y Corella. En la primera los vecinos moros, muy reducidos después de 1348, parece que habían desaparecido al concluir el mismo siglo. En Corella, por el contrario, con casi un 20 por ciento de moradores mudéjares, el retroceso no se insinúa hasta el segundo tercio del siglo XV.
El aumento de población cristiana redujo la extensión de los cultivos en manos de aparceros musulmanes, moviendo a éstos a buscar asilo en las vegas fluviales del contiguo somontano aragonés. A lo largo del Queiles, se alineaban las morerías de Murchante, Cascante, Monteagudo, Pedriz, Barillas, Vierlas y Ablitas. Murchante contaba con unos diez hogares de moros, el grueso de su población. Cascante, en el centro del corredor Tudela-Tarazona, aglutina y ordena los espacios de huertas del valle medio del citado río; era el núcleo con mayor densidad de población musulmana, un 15 por 100. La morería de Monteagudo acogía a una docena de familias, algo más de la cuarta parte de su vecindario. Desde mediados del siglo XII, Pedriz perteneció a la Orden de San Juan de Jerusalén; Barillas y Ablitas fueron lugares de señorío nobiliario. En los tres casos el elemento mudéjar se mantuvo más compacto y estable. En cifras absolutas la aljama de Ablitas era la tercera del reino, y el número de hogares moros representó la mitad de sus vecinos. Siguiendo el curso del Ebro, Fontellas, Ribaforada y Cortes cobijaban algo más de la cuarta parte de los moros navarros. Cortes, el lugar de mayor densidad mudéjar del reino, albergaba en su recinto judíos, moros y cristianos; su morería, que superaba ampliamente a la comunidad cristiana, disponía de una mezquita en el barrio de la Almuzara, y el gobierno municipal estaba a cargo de tres jurados cristianos y dos moros. Tudela, capital de la Ribera, llegó a albergar a unas 160 familias musulmanas. Su aljama se hallaba en el lado oeste de la ciudad, entre el Queiles y e Mediavilla, protegida por un muro de adobe; la mezquita ocupaba el solar de la actual iglesia de San Juan.
Los moros de Navarra sobrepasaban, en suma, el medio millar de “fuegos”, aproximadamente el 2,7 por ciento de la población total del reino; este porcentaje se decuplica si se circunscribe al ámbito de la merindad de la Ribera. Sólo merecen el calificativo de urbanas las aljamas de Tudela, Cascante y Corella, en las cuales se concentraba casi la mitad de los moros navarros; la población rural sumaba un 56 por ciento. Entre ésta los señoríos de los Hospitalarios de San Juan (Pedriz y Ribaforada) albergaban un siete por ciento, y los señoríos nobiliarios (Barillas, Vierlas, Ablitas, Fontellas y Cortes) el 34 por ciento; el resto se asentaba en lugares realengos. Se detectan marcadas corrientes migratorias tanto en el interior de la comarca tudelana como con el vecino reino de Aragón. Tudela es el polo de atracción de su periferia campesina, mientras que Cortes y Ablitas acusan las mayores alternativas en los flujos transfronterizos. Leonor Filinger, señora de Monteagudo, acordó en 1437 instalar en sus tierras musulmanes aragoneses de Borja y Novallas. Al iniciarse poco después las guerras civiles, los movimientos migratorios cambiaron de signo y Tarazona acogió a numerosas familias de emigrados navarros. La onomástica refleja en cierta medida las variantes migratorias: Iça el Pedrizano, Mahoma de Cadreita, Audalla de Barillas, son ejemplos de movilidad interna; Grisel, Trasmoz, Lituénigo, Cunchillos y otros nombres locativos denotan desplazamientos a corta distancia desde Aragón, mas no falta tampoco las referencias antroponímicas a Zaragoza, Burgos, Córdoba o Granada. La monarquía contemplaba el vínculo especial de dependencia de sus súbditos musulmanes, con supuestos singulares de relación social recogidos en la compilación del Fuero General y sus sucesivos amejoramientos.
Aunque no se han transmitido por escrito, existían también unas pautas de funcionamiento de cada aljama. El máximo representante de la minoría, el alcadí, residía en Tudela; era un cargo de designación regia y solía tener carácter vitalicio, recayendo en linajes de probados servicios y lealtades a la Corona. Hasta el primer tercio de siglo XV lo desempeñaron miembros de la familia Alpelmí; luego pasó a la estirpe de Juçe Granada. Como subordinado inmediato del alcadí, el zalmedina velaba por la salvaguardia de la comunidad y la observancia de la ley coránica; era una función semejante en algunos aspectos a la del bedín de las aljamas de judíos. En cada morería había además un colegio de jurados, en número variable según el potencial demográfico, aunque con frecuencia eran dos. La asamblea se reunía en la mezquita. Algunos círculos familiares configuraron en cada aljama una especie de patriciado, como los Alpelmí, Taric, al-Cortobí, Almonahar, Alhudalí, en Tudela; Gualit, Handin y Hocen, en Ablitas; Royo y Vera, en Monteagudo. En ocasiones el cargo de alcadí llevaba anejo el oficio de alfaquí o notario público, para la redacción de testamentos, compraventas, cartas de reconocimiento de deuda, cartas de dote o “acidacas” y otros textos; era también un cargo de nombramiento regio y vitalicio. En el siglo XIV, sólo existía una escribanía de los moros en Tudela, pero a mediados de la siguiente centuria parece que había también un alfaquí en Ablitas, señorío de los Lacarra.
En los núcleos rurales no solía faltar el “cabeçala”, de presencia casi obligada en las pruebas testificales, aparte de su función específica como director de la oración. Las cuestiones relativas a la vigilancia, reparto y aprovechamiento de las aguas estaban sujetas al dictamen y arbitraje de los alamines de Tudela; los fraudes se castigaban con la tala de los frutos beneficiados quebrantando las ordenanzas de la “alema” o calendario de riesgos. Con el tiempo, se apreció un progresivo incremento de la jurisdicción cristiana sobre múltiples aspectos de la vida de las comunidades mudéjares. Legalmente los moros tenían acceso a la plena propiedad de bienes raíces; familias de las aljamas tudelana, como los Alpelmi, al-Cortobí, Ranamel, Alfayat o Xetení aparecen como titulares de extensas y prósperas fincas. El régimen de explotación de la tierra contemplaba los censos al cuarto o al quinto y otras modalidades de renta. No obstante, la predominante dedicación a tareas agrícolas, en las morerías de Ribaforada, Pedriz, Ablitas y Monteagudo, por ejemplo, se desarrollaban actividades ganaderas, productoras de notables excedentes de lana merina, adquirida por mercaderes pamploneses. Además de portadores, entre los mudéjares navarros hubo sobre todo artesanos de una industria muy ligada a las cabalgaduras, como consumados herreros, fabricantes de bridas, estribos y espuelas, y expertos también en el tratamiento de cueros. Destacaron igualmente en los oficios relacionados con la construcción; así Zalema Alpulient que figura desde 1359 como maestro de las obras del rey, auxiliado a veces por Audalla el Culebro y Zalema Zaragozano.
A su pericia en la fortificación de castillos debe añadirse su destreza en la preparación de ingenios bélicos; por ejemplo, los Alpelmi, Catalán y Alborgi, distinguidos ballesteros y lanceros. Desde esta especialización técnica se explica la presencia eficaz y bien recompensada, de moros navarros en las empresas militares de los monarcas, en particular las de Carlos II en Francia septentrional. Como los judíos del reino, también descollaron los médicos mudéjares: Mahoma Alfonso prestó servicio a Carlos II, a quien atendió luego Mahoma Almonahar, físico también de Carlos III, y Muza al-Cortobí cuidó la salud de la reina Blanca y de su familia (1439-1450). En este mismo siglo fue habitual la presencia de moros en otros servicios domésticos de los soberanos. Colaboraron asimismo en los mecanismos financieros de la Corona, mediante el arrendamiento de servicios, como baños, carnicerías y molinos, e incluso de ciertas imposiciones como la “sisa”. Estuvieron también a disposición de la nobleza señorial, y, así, el tudelano Hamet de Gualit fue (1437) procurador y administrador de Sancho Enríquez de Lacarra. La presión fiscal y el endeudamiento parecen una constante de la sociedad mudéjar. Los protocolos notariales registran las dificultades de financiación del mundo agrario, que en muchos casos soportaba una deuda crónica. El régimen fiscal de las aljamas de moros derivaba de la peculiar condición de sus moradores. A la recaudación de imposiciones directas, como la pecha debida por todos y cada uno de los miembros de la comunidad, se añadía una amplia gama de cargas indirectas sobre el comercio y el consumo: tasas de peaje, lezdas, molinos, hornos, herbajes, alcaicerías, “albaquela”, “azofra”, “aldaca”, “almazdra”, etc., en el marco de un complejo sistema de tributos.
Salvo en el sector arquitectónico, escasean los testimonios de la vida cultural mudéjar. El Aislamiento de las aljamas y la lógica presión de la mentalidad mayoritaria cristiana contribuyeron a una paulatina difuminación de la identidad originaria. El proceso culminó con la extensión a Navarra (1516) de la pragmática castellana de 1502 para la conversión o destierro de los moros.
Bibliografía
J. Yanguas y Miranda, Diccionario de Antigüedades del Reino de Navarra (Pamplona, 1848) (reed 1964), s. v. “Moros”. M. García-Arenal, Los moros de Navarra en la baja Edad Media “Moros y judíos en Navarra en la baja Edad Media” (Madrid, 1984), p. 11-139.