LACARRA Y DE MIGUEL, JOSÉ MARÍA
LACARRA Y DE MIGUEL, José María
(Estella, 24.5.1907-Zaragoza, 6.8.1987). Máximo representante y maestro de la moderna historiografía sobre Navarra. Cuarto hijo del abogado y foralista estellés Victoriano Lacarra Mendiluce*, hizo los estudios de bachillerato entre los Escolapios de su ciudad natal y el Instituto de Vitoria. Por lealtad a una recia tradición familiar comenzó, y terminó en la Universidad de Madrid la carrera de Derecho, pero se matriculó simultáneamente desde el curso 1923-1924 en la Facultad de Filosofía y Letras. Halló en ésta excepcionales profesores, como Manuel Gómez Moreno, Agustín Millares Carlo y Claudio Sánchez-Albornoz, cuyas enseñanzas afirmaron su vocación de historiador, intuida desde la adolescencia y avalada por una sólida formación humanística.
Licenciado con premio extraordinario (1928), obtuvo cinco años después el grado de Doctor con una tesis sobre los fueros medievales de Navarra. Había ingresado por oposición (1930) en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, con plaza de funcionario en el Archivo Histórico Nacional. Vinculado al equipo investigador de Claudio Sánchez-Albornoz, trabajó asimismo en el Centro de Estudios Históricos y su Instituto de Estudios Medievales, revalidados oficialmente en enero de 1932. Fue pensionado al año siguiente por la Junta de Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas para una estancia en París, donde exploró y recogió materiales documentales españoles en los Archivos Nacionales y la Sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional; frecuentó al propio tiempo las prestigiosas aulas de la École des Chartes y la École Pratique des Hautes Études. A su retorno colaboró como profesor auxiliar en la cátedra de Historia medieval de Claudio Sánchez-Albornoz, quien por otro lado le había asignado la recopilación de textos navarros para la edición de unos Monumenta Hispaniae Historia, proyecto malogrado por la guerra civil.
Como archivero del Estado cooperó durante los primeros meses de conflicto en las tareas de salvación de los tesoros artísticos y documentales y estuvo adscrito luego al Ministerio de Justicia sin función específica. Concluidas las hostilidades, ganó la cátedra de Historia medieval de España en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Zaragoza, y la ocupó sin solución de continuidad desde su toma de posesión (21.11.1940) hasta la reglamentaria jubilación (24.5.1977). Fue sucesivamente secretario, vicedecano (1943) y decano (1949-1967) de su Facultad; desempeñó más tarde (1972-1975) el cargo de vicerrector, único entonces, de la propia Universidad, cuyos Cursos de Verano en Jaca había dirigido durante casi tres lustros (1954-1968). Fundó el Centro de Estudios Medievales de Aragón (1941), encuadrado en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas a través del Instituto Jerónimo Zurita y su Escuela de Estudios Medievales; fue luego director de esta Escuela, a pesar de estar radicada en Madrid. Organizó y rigió el Archivo Histórico Provincial de Zaragoza (1943), al cual incorporó gran parte de los protocolos notariales de la provincia.
A instancias de la Diputación Foral de Navarra había contribuido a fundar en Pamplona la Institución Príncipe de Viana, sentando además las bases para una eficaz renovación de las actividades conducentes al rescate y la difusión del patrimonio cultural de la región, especialmente en los sectores arqueológico, archivístico y bibliotecario; promovió también entonces (1940) la creación de la revista histórica “Príncipe de Viana”. No obstante su enraizamiento profesional y familiar en Zaragoza, conservó siempre la vecindad foral de nacimiento; continuó además cultivando personalmente y orientó con especial interés las investigaciones de tema navarro que habían conformado sus primeras publicaciones y su tesis doctoral. Siguió, por otra parte, atentamente la trayectoria cultural y científica de la región y alentó, por ejemplo, el desarrollo de un departamento de Historia Medieval en la naciente Universidad de Navarra, con la cual aceptó relacionarse como profesor extraordinario a raíz de su jubilación administrativa durante el curso 1977-1978.
En tan dilatada carrera docente se acreditó por su ejemplar dedicación a los estudiantes, la calidad de unas enseñanzas abiertas a todas las auténticas novedades temáticas y metodológicas, y sobre todo el generoso empeño en la formación de un plantel de universitarios capaces de continuar con rigor científico y entusiasmo los avances del moderno medievalismo español. El recuerdo entrañable, la gratitud y el respeto de sus numerosos discípulos certifican las dimensiones de una sabiduría destilada día a día, durante medio siglo, con singular finura intelectual, talante magnánimo y comprensivo y un encanto personal transido de sencillez, nobleza y humanidad. Semejante magisterio sólo se explica desde una vida aplicada sin descanso al estudio y la investigación, como evidencia igualmente su copioso legado de publicaciones científicas, más de 25 libros y 130 artículos de revista. Sus certeras recensiones críticas, aparecidas en el “Anuario de Historia del Derecho Español”, “Príncipe de Viana”, “Pirineos”, “Índice Histórico Español”, “Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón” y otras publicaciones periódicas, revelan insaciable curiosidad, lecturas caudalosas, y, en suma, una información permanentemente actualizada.
En sus manuales, ensayos y conferencias, concebidos como respaldo de las actividades académicas y, por otro lado, como vehículo de difusión social de unos conocimientos sólidamente adquiridos, campea la destreza del verdadero historiador que acopia, ordena, relaciona, criba y sintetiza lógicamente, con precisión y claridad, un cúmulo inorgánico de testimonios, datos y aportaciones especializadas. Cabe clasificar sus trabajos monográficos en tres grandes apartados temáticos: la historia medieval peninsular, la historia de Aragón y la historia de Navarra; y como basamento de todos ellos, la exhumación meticulosa de textos y documentos de primera mano. Pero su preocupación por las fuentes de calidad no se estancó en una idolatría servil y raquítica -un “positivismo” alicorto-, sino que le permitió interpretar con mayor seguridad unos materiales siempre fragmentarios y descarnarlos, para infundirles vida con la lucidez inquisitiva, las dosis de imaginación y el pensamiento creador que subliman el oficio de historiador, especie de arquitectura intelectual como solía calificarlo.
En cuanto al ámbito global del territorio hispano, cabe subrayar su colaboración señera en el monumental estudio sobre Las peregrinaciones a Santiago de Compostela (Madrid, 1948-1949, 3 vol.) y una apretada serie de aportaciones concretas de mayor o menor envergadura para el esclarecimiento de la época visigoda, la reconquista, las repoblaciones, la vida urbana, la espiritualidad y otros aspectos de la época altomedieval; gran parte de estos artículos sueltos se reimprimió en dos volúmenes misceláneos con los títulos de Estudios de Alta Edad media española (Valencia, 1971) y Colonización, parias, repoblación y otros estudios (Zaragoza, 1981).
Nada más ocupar su cátedra de Zaragoza se propuso renovar a fondo la historiografía aragonesa; ilustró tempranamente los antes oscuros Orígenes del condado de Aragón (Zaragoza, 1945), reconstruyó en varios estudios la conquista y la repoblación de Zaragoza y colaboró ampliamente en una historia medieval de la ciudad (Zaragoza, 1976). Evocó con riqueza documental y penetración psicológica la figura de Alfonso I el Batallador en tres monografías sucesivamente acrecentadas (Zaragoza, 1949, 1971 y 1978), abordó con objetividad el tema de la unión dinástica del reino de Aragón y el condado de Barcelona. Ofreció la quintaesencia de sus reflexiones sobre la peripecia histórica de aquella monarquía en la sugestiva obra Aragón en el pasado (Zaragoza, 1960 y Madrid, 1972). Con el título Estudios dedicados a Aragón (Zaragoza, 1987) se reprodujeron quince artículos de este asunto. No abandonó, con todo, la historia de su tierra de origen, a la que había dedicado sus primeras publicaciones; siguió investigando asiduamente sobre ella de forma que al cabo le había consagrado la porción relativamente más cuantiosa de todas sus obras impresas. Pueden señalarse, en primer término, sus contribuciones al sólido conocimiento de la plataforma jurídica tradicional, desde las transcripciones primerizas del fuero estellés y las luminosas Notas para la formación de las familias de fueros de Navarra (“Anuario de Historia del Derecho Español”, 9, 1933, p. 203-272) hasta sus ponderadas consideraciones En torno a la formación del Fuero General de Navarra (ibíd., 50, 1980, p. 93-110), pasando por los dos volúmenes de Fueros de Navarra. Fueros derivados de Jaca. 1. Estella-San Sebastián, y 2. Pamplona (Pamplona, 1969-1975), preparados con la colaboración de A.J. Martín Duque y en los cuales a las respectivas ediciones críticas con minuciosos índices preceden estudios introductorios y extensos complementos documentales. Guardan relación con esta línea de interés sus materiales y análisis sobre las singularidades institucionales y sociales del antiguo reino; le permitieron construir después dos monografías estelares; una, de apretada síntesis y máximo espectro cronológico (Estructura político-administrativa de Navarra antes de la Ley Paccionada, “Príncipe de Viana”, 24, 1963, p. 231-248), la otra centrada con brillante erudición en El juramento de los reyes de Navarra (1234-1329) (Madrid, 1972). A partir de estos sondeos fundamentadores, de otras precisiones de índole histórico-política y de un soberbio dominio de la documentación elaboró el tratado general de Historia política del reino de Navarra desde sus orígenes hasta su incorporación a Castilla (Pamplona, 1972-1973, 3 vol.) y la versión abreviada y complementaria Historia del reino de Navarra en la Edad Media (Pamplona, 1976); constituyó en su momento un modelo de historia regional admirado por todos los especialistas. Mucho antes había provocado un animado replanteamiento de los orígenes de la monarquía con su minuciosa recopilación crítica de los Textos navarros del Códice de Roda (“Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón”, 1, 1945, p. 193-283). Casi en el ocaso de actividad investigadora recreó con especial deleite y competencia un episodio de la “antehistoria” navarra que siempre le había intrigado, La expedición de Carlomagno a Zaragoza y la batalla de Roncesvalles (Zaragoza, 1980); ésta y otras diez aportaciones menores se reimprimieron en el volumen misceláneo de Investigaciones de historia navarra (Pamplona, 1983), siguiendo la pauta marcada anteriormente en los siete Estudios de historia navarra (Pamplona, 1971). No debe olvidarse el inestimable servicio prestado a los investigadores con su Guía del Archivo General de Navarra. Pamplona (Madrid, 1954), tras haber dado el primer impulso al Catálogo de la Sección de Comptos del mismo archivo, cuyo primer tomo (Pamplona, 1952) avaló con una erudita introducción (El Archivo de Comptos de Navarra, p. 5-34). Todavía pudo acariciar el segundo volumen de la considerable Colección diplomática de Irache (Pamplona, 1965-1986, 2 vol.), cuyas piezas había comenzado a transcribir tanto tiempo atrás; había aprovechado ya algunas de ellas en las series de Documentos para el estudio de la reconquista y repoblación del valle del Ebro, incluidos en los tomos 2, 3 y 5 de “Estudios de Edad Media de la Corona de Aragón” (Zaragoza, 1946, 1947-1948 y 1952) y reordenadas y reimpresas luego con el mismo título (Zaragoza, 1981-1985, 2 vol.)
Procede finalmente recordar, entre otros muchos trabajos de menor entidad, su transcripción de las interesantes Ordenanzas municipales de Estella (aparecidas las de los siglos XIII y XIV en el “Anuario de Historia del Derecho Español”, 5, 1928, p. 434-445; las de los siglos XV y XVI, en “Príncipe de Viana”, 10, 1949, p. 397-424); también, sus aportaciones documentales a la historia del arte medieval navarro y a diversas manifestaciones del sedimento vascón en el antiguo reino, en particular las conferencias editadas con el título Vasconia medieval. Historia y filología (San Sebastián, 1957).
Aparte de toda la ingente labor investigadora que revelan sus publicaciones, no conviene olvidar su asesoramiento en la búsqueda y desarrollo de temas para múltiples tesis doctorales; ni su presencia activa en numerosos congresos nacionales e internacionales. Creyó siempre en la fecundidad científica de los intercambios y debates de ideas y resultados entre colegas; organizó, por ejemplo, los encuentros sobre la reconquista y la repoblación españolas (Jaca, 1947, y Puigcerdá, 1949) y los Coloquios de Roncesvalles sobre la épica medieval (Pamplona, 1955), comunicó prestigio y animó las Semanas de Estudios Medievales de Estella desde 1963, presidió el Primer Simposio de Historia medieval española (Madrid, 1969); impedido por su última y penosa enfermedad, aceptó con jovial ilusión la presidencia de honor del Primer Congreso General de Navarra (Pamplona, 1986). No le faltaron en vida los merecidos galardones y el reconocimiento social de un magisterio tan ejemplar.
Recibió la investidura de Doctor honoris causa por las Universidades de Toulouse (1969), Deusto (1982), Zaragoza (1985) y Navarra (1989); en esta última a título póstumo. Obtuvo el preciado título de académico de número de la Real Academia de la Historia (1970). La ciudad de Zaragoza lo declaró Hijo Adoptivo (1976) y la de Estella Hijo Predilecto (1987). La Diputación General de Aragón le otorgó el Premio San Jorge (1987). El Gobierno de Navarra lo distinguió con la Medalla de Oro de Navarra (1984), y le concedieron también sus medallas de oro las ciudades de Zaragoza y Estella (1987).
Bibliografía
A.J. Martín Duque, José M.ª Lacarra y de Miguel, “Anuario de Estudios Medievales”, 6 (Barcelona, 1969), p. 651-665. L. García de Valdeavellano, Discurso [en el acto de recepción en la] Real Academia Española (Madrid, 1972), p. 109-127. A. Ubieto Arteta, Estudios dedicados a Aragón, Zaragoza, 1987, p. 7-20 (con bibliografía completa).