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FIESTAS PATRONALES

FIESTAS PATRONALES

Denominadas antiguamente “mecetas”. Las que celebra cada población en honor del Santo titular de la parroquia u otro patrón. La sobriedad fue característica de estas jornadas antes del siglo XVI, y aún después, en medios rurales, predominando lo religioso.

Desde el siglo XVI, a la par que el reino experimentaba un notable desarrollo demográfico, las patronales cobraron nueva dimensión, prolongándose los días festivos y multiplicándose diversiones y solaces. Ello comportó en numerosos casos la necesidad de trasladar las de otoño e invierno al verano, como sucedió en Pamplona (1590) y otras poblaciones. El fenómeno de reajuste de fechas se repite en nuestros días, obedeciendo a motivos diferentes.

Característica general fue la participación popular y la alegría callejera. Cada comunidad expresó estos días su propia personalidad. En la mitad norte de Navarra, donde predominan los pequeños núcleos de población, los mozos fueron el alma de las fiestas. Organizados en una especie de asociación, elegían entre ellos anualmente dos mayordomos, encargados de buscar, traer y mantener a los músicos (gaiteros, txistularis o acordeonistas). Terminado el acto religioso de la víspera, los mayordomos, singularizados por los adornos de sus boinas, iniciaban oficialmente el baile en la era, danzando con las mayordomas. Los actos religiosos (misa, procesión y vísperas) y la presencia de familiares y amigos forasteros daban carácter especial al día de] Patrón. Cada mañana se repetían las dianas y las visitas de músicos y mozos por las casas, recibiendo el obsequio de “piperropiles” u otras viandas y unas copas de licor. La alegría callejera, la buena mesa, el baile público y el juego en casas y tabernas fueron rasgos típicos de las mecetas en los pueblecitos septentrionales navarros, cuyo programa se completaban con partidos de pelota u otras competiciones deportivas.

En las ciudades y villas más populosas del sur constituían el plato fuerte de las patronales las corridas y capeas de toros y vaquillas, las rondas de las cuadrillas de muchachos por las calles, los bailes públicos y en locales cerrados, y las “costilladas” y “abadejadas” finales de unas jornadas de alegría intensa y compartida.

Como todo, las fiestas están cambiando. El protagonismo organizador de los mozos ha pasado a comités municipales de festejos. Frente a la escasez de recursos económicos de ayer, hoy se destinan grandes sumas a los festejos programados. Algunas poblaciones prolongan sus fiestas durante ocho jornadas o más.

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