ESCUDO
ESCUDO
En sus orígenes y primera etapa de desarrollo, los emblemas heráldicos pertenecían siempre a una persona. Sólo más tarde, después de perder totalmente su carácter militar, comenzaron a atribuirse a comunidades y territorios. Hasta el fin de la edad media el concepto propio es el de armas del rey de Navarra, vinculadas al territorio a través de la persona del rey.
Los emblemas heráldicos aparecen por todo el occidente en el segundo cuarto del siglo XII. En Navarra, antes, tampoco existió ningún otro emblema, ni un tipo de cruz más o menos específico, como la cruz de la Victoria en el reino de Asturias o la de doble traversa en Aragón. La cruz enarbolada en un hasta con volutas y adornos, que dio origen a las polémicas en torno a Sobrarbe, es un tipo monetario que se halla en los siglos XI-XII, tanto en Navarra como en Aragón y León, en multitud de firmas y signos de validación y con precedentes en monedas del Oriente cristiano. En los siglos XV-XVI se atribuyeron armas heráldicas a los antiguos reyes anteriores al siglo XII. Para unas, se inventaron emblemas de tipo parlante: las abarcas, las aristas. Otras se construyeron con las que entonces usaban los reyes de Navarra, Castilla, Aragón, etc. En los monasterios de Oña, Nájera, Cerdeña, Irache, etc. hay escudos de armas de esta clase atribuidos a Sancho el Mayor, a García el de Nájera, a Ramiro Sánchez, etc.
Los primeros testimonios auténticos se hallan en los signos de Sancho VII, de los últimos años del siglo XII y primeros del XIII. Consisten en la figura de un águila, a veces dispuesta horizontalmente, atravesada por estrechas franjas sin entintar. Si, como dice el P. Moret, se hacía con una estampilla, aquellas franjas corresponderían a hendeduras transversales cuya finalidad sería prevenir falsificaciones. La insólita posición horizontal parece que debe explicarse por la forma en que se veía usada habitualmente, no sobre un escudo, sino sobre una enseña del tipo de los gonfalones. Las primeras manifestaciones de los emblemas heráldicos en España se sitúan en torno a Alfonso VII el Emperador, favorecidas por los movimientos y contactos a que dio lugar la inclinación del leonés hacia el espacio mediterráneo, después de la muerte de Alfonso el Batallador (1134). Hay constancia de que entonces el emperador usaba el león en sus enseñas y monedas y Ramón Berenguer IV los palos en sus sellos. Parece probable que el personaje tercero en importancia de la España cristiana, García Ramírez, también tuviese entonces un emblema, que no podía ser otro que el águila usada por su nieto. El águila es, con el león, emblema frecuentísimo e incorporado a las armerías desde los primeros tiempos. Pero en este caso parece razonable relacionarlo con el sobrenombre que se daba a la familia de Margarita, esposa de García Ramírez, tomado de la villa de L´Aigle que poseían en Normandía. Como es sabido, García Ramírez era señor de Tudela, jure uxoris, antes de ser aceptado como rey de Pamplona. Además de esta importante posesión, por su mujer gozaba también de una posición ventajosa en la cuestión sucesoria, pues la madre de Margarita era prima hermana de Alfonso el Batallador, como hermana del célebre conde Rotrou del Perche. Es posible, en consecuencia, que algo antes de 1134 García Ramírez tuviese ya una enseña con el águila.
El águila tratada como señal, según se decía entonces, no como escudo de armas todavía, se ve en los signos de Sancho VII y en claves de bóveda de los templos de la Oliva y Ujué. En el sello de Sancho VII, del año 1214, aparece por primera vez plenamente como armerías, sobre el escudo que embraza la figura ecuestre y en las cubiertas del caballo. El desgaste no permite decidir si figuraba también en la seña de la lanza. En el reverso de este sello, el águila ocupa todo el campo, rodeada por la leyenda Benedictus Dominus Deus meus. Esta invocación corresponde a un tipo de leyenda sigilar que se usó en aquella época. No es adecuado unirla a la representación heráldica del águila, como se ha hecho, según una fórmula que sólo se usaría más de dos siglos después. Parece que es el águila de Navarra la que figura en dos sepulcros gemelos que existen en las Huelgas de Burgos, sola y combinada curiosamente con el león del reino de León. Estos sepulcros se habrían hecho en el segundo decenio del siglo XIII para la madre y un hermano de Sancho VII. Si esta hipótesis es cierta, en ellos se hallaría la única representación conocida del escudo de armas con el águila navarra como emblema de identificación, no como señal ni como arma defensiva llevada por una persona. No sabemos los colores que se daban a aquel escudo de armas.
El cambio posterior por las célebres cadenas, o su antecedente, es anormal dentro de los usos heráldicos; por eso necesitó una leyenda para ser explicado. La nueva figura o emblema no es, por el contrario, excepcional o única, sino frecuentísima en los siglos XII y XIII. Lo demuestra la comparación de las representaciones del escudo de armas de los reyes de Navarra en el siglo XIII con otras representaciones de escudos en sellos, pinturas, relieves e incluso con alguno original que se ha conservado. Desde principios del XII, los buenos escudos defensivos tenían unas piezas metálicas dispuestas radialmente a partir de un umbo central, generalmente en número de ocho, formando una cruz y un aspa. A ellas se confiaba la resistencia del arma, y en los ejemplares lujosos se adornaban con metales preciosos y gemas, dándoles formas artísticas. Hay notables ejemplares de escudos, así en el relieve de la iglesia de San Miguel de Estella y en un capitel del antiguo palacio en la misma ciudad. Este conjunto metálico, a la vez refuerzo y adorno, era llamado bloca. Los escudos blocados son repetidamente citados en la literatura de la época; el poema de Mío Cid, la Chanson de Roland, etc. En la forma más primitiva, (mediados del XII), las barras radiales no llegan al borde del escudo y terminan en remates floronados o ancorados. Así se ven en los escudos que llevan las figuras ecuestres de los sellos de Ramón Berenguer IV de Barcelona (1150), Alfonso VIII de Castilla (1163), el conde Pedro Manrique (1179), etc. Más tarde (primeros años del XIII), la forma habitual es la de barras radiales prolongadas hasta unirse con otra pieza que bordea el escudo. Todas estas piezas unas veces son lisas y otras están formadas por filas de pequeños cuadrados, rombos o círculos.
En estos años se extendió a la vez la costumbre de disponer emblemas heráldicos sobre el escudo. La bloca, radiada generalmente, desapareció para dejar paso a un emblema de aquel tipo, pero en algún caso se mantuvo, hasta llegar a ser considerada como un emblema con el nombre de carbunclo. En el lapidario medieval, el carbunclo es una gema que luce en la oscuridad. Su nombre se trasladó a la bloca a través de la doble conexión de su figura radiada, evocadora de luminosidad, y del hecho de adornarse realmente con cristales y gemas. De aquí la esmeralda que modernamente se puso en el centro de las armas de Navarra. Cuando este proceso se realizó más antiguamente, el carbunclo heráldico mantuvo su forma abierta y floronada, como el tan conocido de los duques de Cleves. En España, a mediados del siglo XIII, usaban el carbunclo, cerrado por una pieza perimetral y formado por pequeños círculos, tanto Teobaldo I de Navarra como Alfonso Téllez de Campos, señor de Meneses (sello de 1254), además de otros varios personajes de menor relieve. En esta época, tanto en la casa de Navarra como en la de Meneses el carbunclo cerrado se representa indistintamente con barras, unas veces lisas y otras formadas por filas de círculos o botoncillos. Su categoría heráldica no estaba entonces consolidada; conservaba aún algo de su carácter de adorno y refuerzo del escudo. Si en la casa de Navarra la adquirió luego definitivamente, en los Meneses terminó desapareciendo y quedaron sus armas en un escudo de oro llano.
No existe ninguna prueba de que las nuevas armas hayan sido usadas alguna vez por Sancho VII. Se ha solido aportar como tal un sello que existía en el archivo de la Catedral de Tudela, pendiente de un documento sin fecha, con la figura ecuestre de un rey defendido por un escudo con bloca radiada abierta y floronada. Los que prejuzgaban auténtica la leyenda de la adopción de las cadenas de las Navas de Tolosa decían que el documento es posterior a 1212. Pero, por su contenido, hay buenas razones para suponerlo del año 1196. Y aún más, tanto el tipo de este sello, de doble impronta, ambas ecuestres, como el escudo que llevan las figuras, semicircular en la parte superior y con bloca radiada abierta y floronada, parecen muy anticuados en 1194, cuando comenzó a reinar Sancho VII. En cambio, corresponden perfectamente al tiempo de su padre. Parece lo más probable que Sancho VII continuase utilizando en 1196 el sello de su padre, hasta que mandó grabar con arreglo a los tipos que entonces se estilaban el que antes citamos, usado en 1214. Veinticinco años atrás Alfonso I de Aragón había hecho lo mismo. Los primeros ejemplares del nuevo escudo real son del tiempo de Teobaldo I, y se hallan en sus sellos (desde 1238), en las labras de la Catedral de Tudela y en algún otro lugar, como el cofre llamado de San Luis.
Si el origen del nuevo emblema y la época de su aparición no ofrecen demasiadas dudas a la luz de los testimonios conservados, las razones del cambio resultan impenetrables. Como luego insistiremos, las nuevas armas que adoptó Teobaldo I como rey de Navarra fueron en realidad: de gules plano, esto es, un escudo rojo sin figuras, pues la bloca o carbunclo no tenía aún carácter plenamente heráldico. Quizá pretendió más suprimir el águila que introducir un emblema evocador. Las posibles relaciones con los “caballeros rojos” de las narraciones artúricas y con otras armas también de gules plano, como las de Amanieu de Labrit y del vizconde de Narbona, no es oportuno discutirlas aquí.
En los sellos de Teobaldo I, la figura ecuestre, de tipo anglofrancés, en posición contraria a la de tipo mediterráneo que usara su tío, lleva un escudo triangular con el carbunclo cerrado. El caballo lleva coberturas lisas, sin emblemas. En el contrasello, otro escudo triangular con la banda cotizada que venían usando sus antepasados, condes de Troyes, y el grito de guerra de esta casa. Las cubiertas del caballo, que serían rojas si la figura tuviera colores, no repiten el carbunclo del escudo, porque se consideró como elemento constitutivo del mismo y no emblema heráldico.
Entre los muchos escudos de Navarra que adornan la Catedral de Tudela, interesan especialmente los que ocupan los capiteles de las columnas de ambos lados de la nave mayor más cercanas al portal del Juicio. Se ha dudado si representan el emblema real o son escudos-arma de mero adorno; así dispuestos, no llevados por un guerrero, nunca se han figurado escudos-armas no significantes, porque ello carecía de sentido. Además, en cada pareja, uno de los escudos es partido de Navarra y Champagne, las armas que habitualmente usaron los descendientes de Teobaldo I y éste en ocasiones. Se conservan los colores rojo (en el lado de Navarra) y azul (en el de Champagne), así como la banda en relieve de color blanco. Lo notable es que la bloca se representó sobre la totalidad del escudo, también en la mitad correspondiente a Champagne, lo que prueba que su carácter no era aún totalmente heráldico. Este mismo escudo de armas partido de Navarra y Champagne, pero con el carbunclo limitado a la primera mitad (que en lenguaje heráldico se llama dimidiado), como emblema heráldico de Navarra, se ve con sus colores en tiempo de Teobaldo I en uno de los esmaltes que adornan el cobre de San Luis (Museo del Louvre). Tanto en Tudela como en este esmalte, las barras que forman el carbunclo son lisas.
De la época de Teobaldo II, Enrique I y Juan I hay numerosas representaciones de este mismo escudo partido dimidiado de Navarra y Champagne en los sellos reales, en Santo Domingo de Estella, en los sellos de las bailías de Troyes, Provina, etc. Las barras llevan habitualmente unos ensanchamientos globulares de trecho en trecho: “yerros de las esferillas” que decía P. Moret.
En los años 1275-1285 las armas del rey de Navarra son blasonadas en los armoriales ingleses y franceses: de gules, un carbunclo de oro besanteado, partido dimidiado con las de Champagne. Los reyes de Francia y Navarra, desde 1285 a 1328 usan un escudo partido de las armas correspondientes a ambas dignidades, en el orden enunciado, suprimiendo las de Champagne.
Felipe III de Evreux inició una nueva etapa en las armas reales, al combinar en un escudo cuartelado, según la fórmula que había iniciado en Castilla San Fernando, sus armas personales con las de Navarra. En los cuarteles 1° y 4° dispuso las armas diferenciadas que había adoptado su padre, hijo mejor del rey de Francia; el sembrado de lises de aquel reino con un banda componada de gules y de plata. En los 2° y 3° las armas de Navarra. Carlos II invirtió el orden de ambos cuarteles, dando preferencia a Navarra. Este escudo cuartelado de Navarra y Evreux se continuó en toda la descendencia de este rey, combinado o diferenciado de varios modos, tanto en los reyes efectivos como en los titulares después de la anexión a Castilla y en todos los hijos segundos y bastardos. Juan II añadió las armas de Aragón y la combinación en cuartelado en aspa de Aragón, Castilla y León que usara en alguna etapa de su vida. Francisco Febo aportó los cuarteles de Foix, Béarn y Bigorra. Por último, Juan de Albret incluyó también las de su linaje.
Quizá es en tiempo de Carlos III cuando se admite que las armas de Navarra están constituidas cada vez más hacia eslabones enlazados y así se describen en la propia cancillería real. En consecuencia, el formato del carbunclo cerrado se descompone en algunas concesiones de las armas reales, como las de la ciudad de Pamplona y del obispo don Sancho Sánchez de Oteiza. En otras descripciones posteriores, emanadas de la cancillería real, se hablará del “punto de sinople” en el centro, recuerdo de la primitiva piedra preciosa carbunclo y explicada también a través de la batalla de las Navas.
Después de la anexión, Fernando el Católico incluyó el cuartel de Navarra en su escudo de armas. Así pasó a las complicadas grandes armerías de doña Juana y de la primera época de Carlos I. Pero desapareción en la simplificación posterior que eliminaba, con Navarra, Hungría y Jerusalén. Este modelo es el que adquirió estado oficial al ser reproducido habitualmente en sellos y monedas por todos los reyes de la casa de Austria. En los primeros tiempos de Felipe II todavía aparece Navarra en ocasiones, en armerías que copiaban las más amplias de su padre. La ausencia del cuartel de Navarra en las armas reales motivó quejas del reino. No se tomó ninguna resolución oficial, pero dentro de Navarra se procuró enmendar la falta con pintorescas soluciones, poco acertadas heráldicamente. Así en el gran escudo de la puerta de Laguardia, el cuartel de Navarra se incrusta entre los austríaco-borgoñones. Más extraño es el expediente adoptado para el sello del Real Consejo de Navarra: en el cuartelado de Castilla-León, las cadenas sustituyen al segundo emblema; los dos leones sustituidos van a parar junto al cuartel de Aragón. Sólo en tiempo de Fernando VI las cadenas aparecen en el escudo real, situadas en la punta, junto con Granada, lo que originó nuevas protestas. Este nuevo modelo para las armas reales, simplemente acostumbrado pero no basado en disposición oficial, puede verse en el antiguo Hospicio de Madrid. El nuevo escudo promulgado por Carlos III prescindió otra vez de Navarra.
Después de la anexión es mucho más perceptible el carácter territorial
de las armas de Navarra en el escudo real, al faltar la vinculación genealógica. Y aún más en las monedas, donde figuraron solas desde el tiempo de Fernando el Católico. Estos escudos de las monedas pueden considerarse el precedente inmediato del uso moderno y actual, cuyo sentido es exclusivamente territorial.
Los derechos de los reyes de Navarra, desposeídos en 1512, recayeron en los reyes de Francia desde Enrique IV. Sus sucesores se titularon reyes de Francia y de Navarra y usaron, salvo alguna intermitencia, las armas de este reino. La forma que se impuso fue la de dos escudos acolados. Esto fue, probablemente, una de las causas de la resistencia de los reyes de España de la dinastía borbónica a incluir el cuartel de Navarra en sus armerías.
Al mismo tiempo incluían en sus armerías el cuartel de Navarra, con un sentido estrictamente genealógico, muchos descendientes de los antiguos reyes, como los Mariscales de Navarra, los Beaumont, los Enríquez de Lacarra, los duques de Híjar, los señores de Lodosa, etc. Y otras familias que lo poseían por concesión real, como los Peralta, los Atondo, los Eulate, etc. En el siglo XVII se extendió la costumbre de que las buenas villas del reino ostentaran las armas de Navarra junto con las propias.
Las armas de Navarra volvieron a figurar en el escudo que se organizó para el rey intruso José Bonaparte con un criterio puramente territorial. De él se tomó el modelo adoptado como armas nacionales por el Gobierno Provisional de 1868. En lo sucesivo, ya no falto su presencia en el escudo de armas español.
En 1897, para un congreso de etnografía celebrado en San Juan de Luz, inventó Jaurgain un escudo en el que se yuxtaponían emblemas heterogéneos de muy diferente significación original. Allí se mezclaban las armas que desde el siglo XIII eran propias de los reyes de Navarra y su linaje con el emblema sigilar de una Hermandad, un escudo concedido por la reina Juana de Castilla a una provincia de su reino y otros cuarteles de dudoso origen. Todo ello se dispuso sobre una cartela o escudo de forma pretendidamente antigua. Querían representar territorios de historia muy diferente que poseen una raíz étnica vasca. Tanto en los usos heráldicos medievales como en los modernos, la reunión de armas territoriales tiene un carácter administrativo, porque significa que están (de hecho o como pretensión) bajo una autoridad común. El Gobierno de Navarra planteó un recurso (198) ante el Tribunal Constitucional, por el uso, por parte la comunidad del País Vasco de un escudo inspirado en el propuesto por Jaurgain que contiene las armas de Navarra.
En 22.1.1910 la Diputación de Navarra estableció oficialmente un diseño para el escudo, en el que se fijan ciertos detalles de las cadenas, etc. La línea de evolución gráfica del emblema o incluso de futuros estilos artísticos quedaba teóricamente cortada. También es de señalar que en este decreto la Diputación se consideraba propietaria de estas armas, como hacía antiguamente el cabo de armería de un linaje, reservándose el derecho a autorizar su uso oficial como particularmente.
Los ornamentos exteriores que aparecen junto a los escudos de los reyes privativos de Navarra son más bien atributos y divisas personales. En la edad moderna, el escudo de Navarra en las monedas aparece timbrado con la corona real y, en tiempo de Fernando VII, acolado a la cruz de la Orden de San Juan. Durante la segunda república (8.6.1931 a 18.3.1937) la Diputación ordenó utilizar la corona mural. El jefe del Estado Francisco Franco concedió a Navarra la Cruz Laureada de San Fernando y el 14.12.1937 acordó la Diputación que el escudo de Navarra figurase acolado a dicha cruz. La Ley Foral de Símbolos de Navarra promulgó (28.5.1986) el modelo actual.