DIGESTIÓN
DIGESTIÓN
Los desarreglos de la función digestiva, debido al exceso en el comer y el beber, constituyen uno de los males más generalizados como los remedios a los que se recurría para aliviarlos y curarlos, algunos de ellos aún vigentes. Se tiene conocimiento de que el famoso curandero Juan Griego de Bohemia (fines siglo XVI, que recorría los pueblos buscando dolientes que sanar, remedió en Metauten un “mal de barriga” con ajenjo amargo y yerbas de “tamaridas” en Sorlada, curó un “asco de estómago” con agua de violetas y ruibardo, pero en Barbadin llevo a mejor vida al alcalde, que sentía dolores de pecho y estómago y a quien propinó un brebaje a base de polvos de “tártago” y huevo asado, amén de un emplasto de manteca de cerdo y pan rallado.
A mediados del siglo pasado, el mesonero y curandero de Lerín llamado Juan Abrego combatía los “humores de estómago” con un simple emplasto, puesto a la altura de la boca del órgano. Más modernamente la terapéutica popular ha recurrido al café y al anís blanco (Izurdiaga), a las infusiones de manzanilla, té de las peñas o silvestre (Améscoa, San Martín de Unx) o a un jarabe, que en San Martín de Unx elaboraban con cebolla cruda picada, a la que se adicionaba azúcar negro. En Améscoa también empleaban el “caldo de ajo”, y cuando un niño “cocía mal” no dudaban en ponerle sobre el estómago una pastilla de chocolate reblandecida al calor y sujeta con una venda. J. M.ª Iribarren relata las prácticas de la que fuera emplastera de Olazagutía con las personas aquejadas de dolores en el epigastrio, malas digestiones, pesadez y tristura de cuerpo. Previamente desnudo el paciente de cintura para arriba, se situaba a su espalda y le metía las muñecas en los sobacos, tras de lo cual tiraba de los hombros con fuerza hacia atrás, al tiempo que le hincaba la rodilla en el espinazo, obligando al enfermo a intentar sentarse, hasta que se producían dos o tres crujidos. Terminada la operación, le aplicaba sobre las espaldas un emplasto de pez y ceñía un pañolón fuertemente al epigastrio con el nudo bajo el esternón. Otras veces prefería colocarse sobre el paciente y hundirle la rótula sobre la boca del estómago y, agarrándole por los brazos, hacía que se le alzara el torso, terminando con el emplasto citado.