DENTICIÓN
DENTICIÓN
Para facilitar la dentición de los niños, en Izurdiaga se les daba a morder corteza de pan o aletas de bacalao seco, y si tenían “mal de boca” (hinchazón de encías) se les aplicaba miel en las encías con una pluma de gallina. Un remedio generalizado era frotar las encías con un dedal o con un azucarillo. En Domeño, los dientes caídos eran tirados al fuego para que no se los comiera ningún animal, pues se creía que si lo comía una gallina al que los perdió le saldría pico. También los tiraban al fuego en Izurdiaga, al tiempo que decían: “tori zarra ta karri berriye”. En Baztán decían: “Xagu, xagu-zara-tori nere ortza xarazuk ekartzu neri berria”. En Aralar, a la vez que tiraban la pieza al fuego, recitaban: “Jaungoikoa: orra nere agin zarra eta ekar bezait berria”. En Améscoa el uso era dispar, porque mientras había lugares donde se ponían los dientes caídos en una bolsita colgada al cuello del niño, en Larraona se tiraban al fuego “para que el diablo no juegue con ellos” y porque si los comía una gallina, salían al niño dientes de gallina (no le salían), si los comía un perro le salían dientes de perro, en tanto que en Artaza los guardaban debajo de la cama.
El dolor de muelas se combatía en Izurdiaga abrigando el carrillo con un pañuelo de lana y en Urraúl Bajo y en el Romanzado recurrían a baños de pies en agua con ceniza y a cataplasmas de levadura y ajo, que se ponían sobre la cara. En San Martín de Unx se “juagaban” la boca con alcohol, ron o anís y en casos de caries se ponían pimienta, clavo o incluso zotal en la muela. Hurtado de Saracho da noticia del siguiente tratamiento: “Hacer un cucurucho de papel blanco. Quemarlo en un plato. Los residuos ahumados de papel, introducirlos mediante una hila de algodón en la muela careada”.
Las muelas y dientes siempre se han arrancado “en vivo”. En San Martín de Améscoa lo hacía el carpintero con alicates y tenazas, mientras en San Martín de Unx las extraía el “ministrante” o el barbero con una llave especial, aunque también se recurría a atar un hilo fuerte a la pieza que se pretendía sacar, sujetando el otro extremo al picaporte de la puerta; una vez tenso el hilo, otra persona cogía un tizón del fuego y lo dirigía inesperadamente contra el rostro del doliente, que se retiraba con violencia, arrancándose la muela. En esta última villa solían calmar el dolor de muelas metiéndose en la boca, junto a la pieza averiada, unas pequeñas piedras que cogían junto a la ermita de Santa Zita.