CHAPÍ, RUPERTO
CHAPÍ, Ruperto
(Villena, Alicante, 27.3.1851-Madrid, 25.3.1909). Compositor. Dotado de gran facilidad, compuso y dirigió antes de sus estudios, que emprendió en Madrid a los 16 años. Autor de obras de amplio éxito -“La tempestad” (1882), “El tambor de granaderos” (1894), “La revoltosa” (1897), “Margarita la tornera” (1909) Chapí es nombre imprescindible en la historia de los derechos de propiedad intelectual. Luchó, en muchos momentos solo y aislado, contra el saqueo y tiranía de los editores y en 1901 fundó con Sinesio Delgado la Sociedad de Autores. Años antes había creado la Sociedad de Autores Compositores y Editores de música, que no cuajó. Escribió también música instrumental y de cámara y fue elegido académico de Bellas Artes (1889), honor al que renunció.
En 1881 Chapí estuvo en los Sanfermines, junto con otros músicos destacados, Sarasate, Arrieta, Zabalza, Gainza. Fruto de la visita fue “La bruja”, se trata de una zarzuela en tres actos, divididos el segundo y tercero en dos cuadros, en prosa y verso. El libreto, dedicado a Sarasate, es de Miguel Ramos Carrión (1847-1915); la música, de Chapí. Estrenada en el Teatro de la Zarzuela (10.12.1887), “La bruja” se debe al entusiasmo de las reuniones sanfermineras habidas en 1882, en las que estuvieron además de los autores, Gayarre, Sarasate, Arrieta, Zabalza.
Esta obra sitúa la acción en Roncal, en el siglo XVII, durante los reinados de Carlos II y Felipe V. Leonardo, roncalés bien plantado, vive en su casa, con Magdalena, su madrastra, y Rosalía, hermanastra. En la casa trabaja Tomillo, pastor; éste cuenta en la cocina, ante el cura y otros mozos y mozas, que ha visto una bruja, la cual le ha dado por ayudarle a cruzar una charca un doblón que muestra a los presentes. Tomillo está enamorado de Rosalía, pero es pobre y no merece la aprobación de Magdalena. Aquella noche, retirados todos, cuando llega Leonardo de su excursión por el monte, Tomillo le desgrana su visión.
Leonardo conoce a la bruja de tiempo atrás, sabe cómo llamarla -tres toques del cuerno de caza- y habla con ella. La bruja le prometió que llegaría a casarse con una mujer bellísima a quien acertó a ver una sola vez bañándose en el río. Tomillo también quiere casarse, con Rosalía, y para ello necesita allegar cien doblones: toma el cuerno de caza, suenan tres llamadas y aparece la bruja que, informada, entrega al pastor una bolsa con más de cien monedas. Luego la bruja informa a Leonardo de que es ella la mujer con quien sueña, fue joven hermosa, desdeñó a numerosos pretendientes, quienes despechados, acudieron a un hechicero, cuyas malas artes trocaron a la muchacha en la bruja vieja y sarmentosa instalada en el, castillo del pueblo. Sólo podrá devolverle la apariencia juvenil un hombre que con sacrificios esforzados reúna honores y riquezas, más el cariño.
Leonardo parte hacia Italia y quema años enrolado en los tercios hispanos. Vuelve a Roncal. Tomillo y Rosalía tienen tres hijos y han prosperado. Leonardo va al castillo y encuentra a la bruja, a la que al mismo tiempo quiere prender el inquisidor, recién llegado al pueblo, el vecindario se resiste agradecido a sus múltiples caridades. Cuando el inquisidor llega al castillo y requiere a la bruja, ésta impide que Leonardo la defienda: ella misma abre las puertas como joven espléndida y declara su identidad: es Blanca de Acevedo, hija del señor de la fortaleza, muerto en el destierro, del que ella regresó huérfana y sola y para vivir así se rodeó de misterio; es feliz, porque probó el cariño de Leonardo, pero se entrega.
El Santo Oficio la condena por hechicería y queda internada de por vida en un convento de Pamplona. En éste, desde que llego Blanca, no ven más que brujas. Leonardo rescata a su amada y explica a las monjas que se la han llevado las brujas hermanas de la que internó en el claustro la Inquisición. La superiora da las gracias a Leonardo cuando éste le asegura que nunca volverán las brujas al convento. Muere el rey hechizado.
El libreto trabaja un argumento enmarañado sin fuste y no es una obra de caracteres regionales. El ambiente roncalés es leve y resulta extraño el movimiento de hilanderas y pelotaris, de inquisidores e hidalgos capitanes. Incluso si la primera intención fue aprovechar las posibilidades líricas de los cantos populares, es evidente que éstos no existen en la partitura y los que pudieran sonar como tales, serían anacrónicos.
De la zarzuela, obra de categoría y fija en el repertorio discográfico, han sobrevivido los coros de hilanderas y pelotaris y sobre todo la jota final del primer acto. Esta no es navarra. La copla dice:
“No extrañeis, no, que se escapen
suspiros de mi garganta;
la jota es alegre o triste,
según está quien la canta.”
La melodía, sobre la escala andaluza, coincide con una canción de siega burgalesa que Federico Olmeda recogió en pueblos de las lomas de Belorado. El mismo señala en el cancionero que el canto “parece haber sido el que ha inspirado al Sr. Chapí para el canto de la jota de su zarzuela “La bruja” (“Cancionero popular de Burgos”, Sevilla 1903, p. 46). La jota tiene, como es regla, siete frases musicales, el mismo número que la tonada burgalesa; ésta tiene dos frases, repartidas, mientras que la jota trabaja tres; de estas tres, dos coinciden con el canto de siega, y la tercera, añadida por Chapí, es respuesta en línea descendente a la primera frase.
El estreno de “La bruja” lo dirigió Jerónimo Jiménez (1854-1923).