Gran Enciclopedia de Navarra

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CRUZADA

CRUZADA

Al menos desde un tercio de siglo antes de que se emprendiera la primera campaña organizada de la Cristiandad occidental para el rescate de los Santos Lugares, los pontífices romanos atribuyeron expresa o tácitamente el carácter de cruzada a las acciones de reconquista de los monarcas hispano-cristianos contra el Islam. El papa Pascual II incluso desaconsejó a Pedro I trasladarse a Jerusalén, animándole a combatir a los infieles en sus propias fronteras; y el monarca navarro-aragonés bautizó con el lema de los cruzados, “Dios lo quiere” (Deus lo vol) el reducto que a continuación ocupó (Hoy Juslibol) a la vista de Zaragoza (1101). La conquista de esta ultima plaza se realizó (118) con el respaldo del papa Gelasio II y la cooperación de caballeros “cruzados” de tierras francesas; el propio soberano Alfonso I el Batallador consideró aquella y sus restantes campañas contra los musulmanes como fases preliminares de la cruzada que soñaba organizar hacia Tierra Santa. Este talante explica tanto su fundación de las cofradías militares de Belchite y Monreal del campo, como su testamento (1131) instituyendo herederas del reino a las órdenes del Santo Sepulcro, el Temple y el Hospital de San Juan de Jerusalén. El rey navarro García Ramírez y su nieto Sancho VII el Fuerte participaron con auténtico aliento de cruzados en las empresas castellanas que tuvieron como desenlace la conquista de Almería (1147) y la victoria de Las Navas de Tolosa (1212) respectivamente. El mismo Sancho VII envió un contingente de caballeros navarros a la “cruzada” que en tierras portuguesas reportó (1217) la toma de Alcacer do Sal; y dos años después, estimulado por el papa Honorio III y respaldado por el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada, organizó su propia expedición de cruzada desde las fortalezas que había adquirido en el bajo Maestrazgo.

El bloqueo territorial del reino al sur del Ebro y el advenimiento de sucesivas dinastías de monarcas franceses alejaron definitivamente a Navarra de la reconquista hispana. Cuando en 1308 algunos caballeros navarros desearon participar en la cruzada predicada en Castilla y Aragón contra el reino de Granada, no hallaron ningún apoyo institucional. Se renovó, con todo, el interés por la reconquista con la entronización de la dinastía de Evreux. Aunque no llegó a intervenir en la campaña de Granada, para la que el papa Juan XXII le había concedido (1330) los privilegios acostumbrados y un diezmo de dos años, Felipe III acudió finalmente con 100 caballeros y 300 peones a la cruzada que tenía como objetivo inmediato la plaza de Algeciras (1343) y en ella enfermó y acabó sus días. En la siguiente centuria se predicaron en Navarra las sucesivas cruzadas de Juan II de Castilla contra Granada (1437) y de los Reyes Católicos contra Granada, mas no hubo en ellas intervención navarra.

Constituye capítulo aparte la presencia de navarros en las empresas extrapeninsulares conocidas estrictamente como “cruzadas”. No obstante el deseo del papa Pascual II de que los caballeros hispanos se emplearan exclusivamente en la guerra contra el Islam en tierras hispanas, los Santos Lugares atraían poderosamente tanto a los caballeros como a los simples peregrinos. La presencia de navarros en la Primera Cruzada y la conquista de Jerusalén (1099) ha sido objeto de una tradición historiográfica desmentida definitivamente por el Prof. Antonio Ubieto. Como se ha indicado, el monarca Pedro I solo intencionalmente fue un verdadero “cruzado”, dispensado además del voto que había pronunciado. Consta, sin embargo, que en los primeros años del siglo XII emprendieron el iter Iherosolimitanum, como guerreros o peregrinos, algunos personajes navarros, como la infanta Ermesinda, el infante Ramiro Sánchez y Pedro de Roda, obispo de Pamplona, que había formulado su voto en el concilio de Clermont (1095). Más adelante, es probable que Sancho VII el Fuerte, siendo todavía infante, siguiera en parte la ruta de la Tercera Cruzada. Acompañó a Felipe Augusto y Ricardo Corazón de León en febrero y marzo de 1191, cuando invernaban en Sicilia con rumbo hacia Acre. Su presencia se explicaría por formar parte del séquito de su hermana Berenguela, prometida al rey inglés. Saldría de Sicilia en abril con dirección a Chipre, donde el 12 de mayo tuvo lugar la boda de la infanta. Pero a finales de junio estaba de regreso en Navarra. Hay que descartar, pues, su presencia posterior en los combates de su cuñado Ricardo contra Saladino.

La expedición de Teobaldo I a Palestina tuvo escaso eco entre los historiadores navarros, seguramente por el puesto secundario que tradicionalmente se ha asignado a aquella campaña en la historia de las cruzadas. El monarca recibió la cruz en 1235, lo que le permitió obtener del papa Gregorio IX bulas condenatorias de los infanzones rebeldes (1235-1238) y ciertas seguridades ante la amenaza de una invasión castellana. El pontífice le otorgó además (1238) un donativo voluntario del clero navarro, la redención de votos de los cruzados y los préstamos que no se pudieran restituir. A punto de concluir el tratado entre el emperador Federico II y el sultán de Egipto, diversos señores franceses se dispusieron para partir hacia Oriente, bajo el mando de Teobaldo, el único que podía lucir el título de rey y que, por otra parte, compuso con tal motivo tres canciones de cruzada. La fuerza expedicionaria, integrada por unos dos mil caballeros, embarcó en Aigues Mortes y Marsella y llegó a Acre el 1 de septiembre de 1239. Los barones no querían negociar con el sultán para no seguir el deshonroso ejemplo del emperador Federico, pero se hallaban divididos sobre el enemigo que convenía atacar. Teobaldo decidió que primero se atacarían las posiciones egipcias de Ascalón y Gaza y después Damasco. Pero el conde Pedro de Bretaña se apoderó de una caravana siria y, celoso de este éxito, el conde Enrique de Bar realizó a su vez una temeraria incursión contra Gaza que acabó en desastre, quedando prisioneros más de 600 francos. Teobaldo desistió de su campaña en el sur e instaló su campamento en Trípoli; entre tanto estalló la guerra entre Siria y Egipto. El príncipe de Damasco ofreció a los cruzados Beaufort y Safed a cambio de su ayuda, mientras que el sultán egipcio brindaba por su parte Ascalón y la libertad de los prisioneros de Gaza. Teobaldo prefirió esta última opción, quebrantando la tradicional amistad de Damasco, con los cruzados desde tiempos de Saladino. Cuando en septiembre de 1240 los expedicionarios regresaron a Europa quedaban en manos cristianas Beaufort, Safed y Ascalón. La participación navarra en la Octava Cruzada (1270) contra Túnez constituyó el episodio final del reinado de Teobaldo II, fallecido a su regreso en la localidad de Trápani (Sicilia). La rivalidad entre los soberanos de Francia e Inglaterra frustraron la campaña de Tierra Santa en la que Felipe III de Evreux deseaba participar (1333).

En el siglo XV la amenaza turca en el Mediterráneo condujo a la predicación en Navarra de nuevas cruzadas en 1443 y 1459, acompañadas de las acostumbradas concesiones económicas. Pierres de Peralta, condestable de Navarra y embajador de Juan II ante la Santa sede, obtuvo del papa Pío II (1459) la cesión de la isla de Lagulona, en Grecia, si se rescataba de los turcos; pero apenas se alejó de Mantua, donde se había preparado la cruzada, fue revocada la concesión. En 1514, Fernando el Católico hizo renovar la cruzada para una expedición a África, extendiéndola al recién incorporado reino de Navarra.

Bibliografía

A. Ubieto Arteta, La participación navarro-aragonesa en la primera cruzada, “Príncipe de Viana”, 8, 1947, p. 357-384; J. Goñi Gaztambide, Historia de la Bula de la Cruzada en España, (Vitoria, 1958).

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    Pinturas del Palacio de Óriz ()

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    Cruzada de Teobaldo I. 1239-1240

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