CÓDICE CALIXTINO
CÓDICE CALIXTINO
Obra atribuida al papa Calixto II (1113-1143) conservada en el archivo catedralicio de Santiago de Compostela, manuscrito del siglo XII. Consta de 225 folios. El archivo de la Corona de Aragón, en Barcelona, conserva (Fondo de Ripoll, n.° 99) una copia incompleta de 86 folios, debida a Arnaldo del Monte, monje de Ripoll, que la escribió el año 1173.
El Códice consta de cinco partes: un bloque de sermones, textos litúrgicos y fórmulas litúrgicas compostelanas; una colección de 22 milagros verificados en diversas regiones y debidos a Santiago; narración del traslado del cuerpo del apóstol a Galicia; el Pseudo-Turpín; y el conocido como Liber Peregrinationis o libro de la peregrinación. El Pseudo-Turpín fue desgajado del volumen a principios del siglo XVII.
Hoy parece evidente que en el códice hay varios autores, tanto de los textos literarios como de las páginas musicales, cuyo compilador acaso fue Aymeric Picaud*, pese a que la carta de Calixto II que encabeza el códice es falsa, como lo es la del papa Inocencio II (1130-1143) que avala la de Calixto II. Se da como fecha de composición la del año 1160, más o menos.
El Liber peregrinationis es la primera de las guías del Camino de Santiago, redactada acaso por un francés que conoce bien las cuatro rutas que describe y que son las principales desde el centro de Francia a los Pirineos y, salvados éstos, fundidos en uno solo desde Puente la Reina. El Liber o Guía del peregrino tiene un sumario y once capítulos de distinta extensión, que van desgranando los pueblos y ciudades del camino, los ríos y su calidad, las gentes y los juicios que merecen al autor.
El capítulo séptimo, De nominibus terrarum et qualitatibus gentium que in ytinere Sancti Jacobi habentur, describe los grupos humanos que el peregrino jacobeo va a encontrar, entre ellos los de nuestra tierra. El texto viene a decir: “Luego, cerca de los puertos de Cize, viene el territorio de los vascos, con la ciudad de Bayona hacia el norte, en la costa. Ésta es tierra de lengua bárbara, boscosa y montuosa, carente de pan, vino y todo género de alimento, salvo el refrigero de manzanas, sidra y leche. En esta región, cerca del puerto de Cize, en Ostabat, Saint-Jean y Saint Michel, son tan malvados los cobradores del portazgo que merecen la condena más dura, porque armados con dos o tres palos salen al paso de los peregrinos y les arrancan a la fuerza tributos injustos”. Tras pedir a las autoridades mano dura con tales recaudadores, sigue: “Todavía en tierra de vascos, el camino pasa por un monte muy alto, Port de Cize, así llamado por ser la puerta de España o porque por ahí pasan las mercancías de un país a otro. Tiene ocho millas de subida y otras tantas de descenso y parece que toca el cielo. Quien lo sube cree poder tocar el cielo con la mano. Desde la cima puede verse el mar británico y occidental, así como los confines de Castilla, Aragón y Francia. En la cima hay un paraje, llamado la Cruz de Carlomagno”.
Recuerda la rota del emperador franco y llega a Roncesvalles. “Pasado este valle, viene la tierra de los navarros, próvida en pan, vino, leche y ganado. Navarros y vascos se parecen y tienen características parejas en la alimentación, vestido y lengua, pero los vascos son de rostro más pálido que los navarros. Los navarros usan ropas negras y cortas hasta las rodillas, como los escoceses, y utilizan un calzado que llaman lavarcas hechas de cuero peludo sin curtir, que atan con correas al pie, protegen las plantas de los pies y dejan el resto al descubierto. Llevan mantos negros de lana que les cubren hasta los codos, con orla, a modo de capote, y les llaman sayas. Visten, pues, mal, y mal comen y beben. En casa del navarro toda la familia come junta, tanto el criado como el amo, la señora y la sirvienta, y mezclan todos los platos en una cazuela y comen con las manos, sin cucharas, y beben todos del mismo jarro. A quien les ve comer le parecen perros o cerdos. Y a quien les oye hablar le recuerdan los ladridos de los perros. Su lengua es completamente bárbara. A Dios le llaman Urcia; a la Madre de Dios, Andrea Maria; al pan, orgui; al vino, ardum; a la carne, aragui; al pescado, araign; a la casa, echea; al dueño de la casa, iaona y andrea a la dueña; a la iglesia, elicera; al sacerdote, belaterra, equivalente a bella tierra; al trigo, gari; al agua, uric; al rey, erreguia y a Santiago, Jaona done Jacue. Son un pueblo bárbaro, diferente de todos los demás en naturaleza y costumbres, lleno de maldad, negro de color, de aspecto innoble; son malvados, perversos, pérfidos, desleales, lujuriosos, borrachos, duchos en toda violencia; pueblo feroz y salvaje; desalmado y réprobos, impíos y rudos, crueles y pendencieros, huérfanos de virtud y diestros en toda iniquidad, parejos a getas y sarracenos en maldad, enemigos cerrados de nuestra nación gala. Un navarro o un vasco mata como puede a un francés por una moneda miserable. En algunas de sus regiones, por ejemplo en Álava y Vizcaya, los navarros mientras se calientan, se enseñan sus partes, el hombre a la mujer y la mujer al hombre. Además los navarros fornican con el ganado. Cuentan que el navarro coloca en las ancas de su mula o yegua una protección para impedir su goce a los demás. También da besos lujuriosos a la vulva de su mujer o de su mula. He ahí por qué las personas enteradas deben reprobar a los navarros.
No obstante, son valientes en la batalla, esforzados en el asalto de fortalezas, puntuales en el pago de los diezmos y asiduos en las ofrendas al altar. El navarro, cada vez que se acerca a la iglesia, ofrece a Dios pan, vino, trigo o cualquier otra cosa. Allá a donde va un navarro o un vasco muestra colgado del cuello un cuerno como de cazador y acostumbra a llevar en la mano dos o tres jabalizas que llaman auconas.
Y al volver a casa entra silbando como un milano. Y cuando, preparado para asaltar a una presa, quiere avisar a sus compañeros, canta como el búho o aúlla como el lobo”.
Después de rastrear origen escocés para los habitantes de esta tierra, la Guía estampa que “navarro se traduce non verus”, no verdadero, es decir nacido de raza o prosapia no pura ni legítima” -porque los escoceses mataron a todos los varones y se hicieron con sus esposas- y que “los navarros tomaron su nombre de una ciudad llamada Naddaver”.
Tales etimologías fueron calificadas por el P. Fita como “argumento insípido”, fruto fiel de la inquina gálica del autor. Es difícil aceptar como objetivos los adjetivos del viajero, que acaso escribía escocido de resentimiento. Se ha llegado a pensar que tanto resquemor pudo deberse a haber vivido en algún núcleo francés en Navarra, donde sin embargo no hubo, como es bien sabido, a diferencia de Castilla, sensibilidad antifranca, porque el alto clero y la burguesía eran precisamente de tal origen. En cualquier caso, el autor de la Guía se interesó por la lengua vasca y nos dejó, junto a maledicencias acientíficas, una de las primeras listas de voces eusquéricas, en las que se advierten los préstamos latinos y algunos rasgos fonéticos.
Estos pasajes, los más duros y crudos de la Guía, debieron ser los que movieron a Ambrosio de Morales, enviado por Felipe II a León, Galicia y Asturias (1572) a aconsejar la destrucción del códice, porque “Quien quiera que fue el autor, puso allí cosas tan deshonestas y feas, que valiera harto más no haberlo escrito”. El cabildo compostelano valoraba el códice en mucho y no hizo caso al enviado regio.
El autor de la Guía no denostó sólo a los navarros, sino incluso sus ríos, salvo el Arga, del que no dice nada, y el Ega, “de agua dulce, sana y extraordinaria”. El mismo recalca: “Todos los ríos entre Estella y Logroño son malsanos para las personas y animales y sus peces son nocivos”. Y en el caso del Salado, a su paso por Lorca, aún dice más: “Camino de Santiago, sentados a su orilla, dimos con dos navarros que afilaban los cuchillos con los que acostumbran desollar las cabalgaduras de los peregrinos que abrevaban de aquel agua y morían. Les preguntamos y nos mintieron al respondernos que sí, que aquel agua era potable. Les dimos de beber a nuestros caballos; dos murieron enseguida y los navarros los despellejaron allí mismo”.
Entre tantas líneas cargadas de opiniones adversas, el autor calificó a Estella como “próvida en buen pan y vino excelente, en carne y pescado y en todo tipo de delicias”.