CATALINA
CATALINA
(?, ca. 1469 – Mont de Marsan, 12.2.1517). Reina de Navarra. Hija de Gastón de Foix y de Magdalena de Francia, príncipes de Viana, sucedió en el trono navarro y en los señoríos de Foix y Bearne a su hermano Francisco Febo.
Iniciado su reinado (1483) bajo la regencia de su madre, su tío Juan de Narbona pretendió heredar los dominios franceses alegando la ley sálica y llevó sus reivindicaciones ante el Parlamento de París. Por otro lado las fuerzas sociales de Navarra, para la joven reina; la misma aspiración compartían los monarcas de Francia y de Castilla-Aragón que pretendían mantener el reino pirenaico en su respectivas órbitas de influencia. Así, los Reyes Católicos propusieron la candidatura de su hijo Juan y lograron el apoyo del lugarteniente del reino, el cardenal Pedro de Foix, y de las Cortes tanto agramontesas como beamontesas (1483), pero la oposición del monarca francés y su amenaza de despojar a la reina de los señoríos en litigio, movieron a la regente a optar por un candidato francés, Juan de Albret (1484). Tras la celebración de los esponsales (1486) el suegro de la reina, Alain de Albret, nombrado lugarteniente general, comenzó a dirigir la política de Navarra: intentó una reconciliación de los bandos rivales y mezcló al reino en sus luchas feudales con el monarca francés, apoyado por los Reyes Católicos. Cuando el rey alcanzó su mayor edad (1491), prestó juramento ante los Estados de Bearne y se consumó el matrimonio, pero los soberanos -pese a las peticiones de las Cortes- continuaron residiendo fuera del reino, hasta que una tregua de los beaumonteses, conseguida por mediación de Fernando el Católico, les permitió entrar en Pamplona y ser coronados (1494).
Comenzó así el reinado efectivo de Catalina y su esposo al que, según la historiografía más antigua, aventajaba en talento y energía, si bien la actuación conjunta de ambos monarcas no permite establecer tal distinción; tampoco es fácil determinar la labor desempeñada por sus consejeros -navarros unos, de los dominios franceses otros- entre los que cabe destacar a Juan Bosquet y Juan de Jaso.
Uno de los propósitos de su reinado fue la reforma y modernización de la administración para reforzar el poder monárquico, en sintonía con la actuación de los soberanos vecinos. Para ello comenzaron por elevar a los puestos de mayor responsabilidad a personas de su confianza tratando de poner fin al reparto entre los bandos y al monopolio que ejercían algunas familias. Introdujeron cambios en el Consejo Real (1494 y 1503), configurado como tribunal supremo, y en la Cort y Cámara de Comptos. Intentaron la reforma del real patrimonio (1494, 1501) y de las formas de contribuir en las ayudas graciosas (1497-1511), para dotar a la monarquía de recursos más estables, así como la reforma y unificación de fueros (1511) y la modificación del carácter de la Hermandad. El fracaso de estos proyectos se debió, en buena medida, a la oposición de la nobleza y de algunas buenas villas, particularmente del bando beamontés, manifestada en las Cortes y sobre todo en enfrentamientos armados promovidos por el conde de Lerín. A ello se añadía la presión de Francia y de Castilla-Aragón, potencias rivales entre sí, que pretendían controlar los dominios de los Navarra-Foix interpuestos entre ambas: el soberano francés amenazaba con fallar a favor de Juan de Narbona el pleito sucesorio sobre los dominios franceses de la reina; por su parte Fernando el Católico intervenía en Navarra a través de los beamonteses a los que apoyaba en su enfrentamiento con los monarcas.
Las primeras medidas tendentes a recuperar el real patrimonio provocaron las hostilidades de los beamonteses que se alzaron en Viana y Olite y asediaron Puente la Reina. Para conseguir la paz los monarcas tuvieron que recurrir de nuevo a la mediación del rey castellano-aragonés que, por el acuerdo de Madrid (1491), estableció un protectorado sobre Navarra, obtuvo en garantía la custodia de la princesa primogénita y de las plazas de Viana y Sangüesa y ocupó en tercería las posesiones del conde de Lerín expulsado del reino. La situación provocó una ofensiva de Carlos VIII de Francia que quiso participar en las ventajas obtenidas por el castellano e intentó negociar con él un reparto de los dominios de Catalina. La diplomacia navarra neutralizó la amenaza pactando directamente con el pretendiente Juan de Narbona al que se cedían algunos señoríos (1497). Casi al mismo tiempo murió el rey francés y su sucesor Luis XII prefirió un acercamiento a los navarros que favoreciese las pretensiones a la anulación de su matrimonio por el Papa, con quien habían emparentado los Albret a través de Cesar Borgia. Este momentáneo apoyo permitió a Catalina y Juan librarse del control castellano y recuperar las plazas que tenía en tercería Fernando el Católico, si bien tuvieron que perdonar y acoger de nuevo al conde de Lerín (tratado de Sevilla, 1500). Era necesario mantener un delicado equilibrio entre los dos poderosos vecinos: el acercamiento a Francia provocaba un recrudecimiento de la guerra civil alentada por los Reyes católicos, mientras que la alianza castellana daba excusa al rey francés para reavivar el pleito sobre la herencia de los Foix, continuado ahora por Gastón, hijo de Juan de Narbona, que llegó a titularse rey de Navarra (1503).
La muerte de Isabel la Católica (1504) complicó aún más la situación, ya que el reino de Castilla recaía en un aliado de Francia (Felipe de Austria), y dejaba en una situación precaria al monarca aragonés, viudo y obligado abandonar Castilla. Para evitar su aislamiento, Fernando el Católico buscó también la alianza francesa mediante su matrimonio con Germana de Foix, hermana del pretendiente a los dominios navarros, Gastón de Foix, por lo que Catalina y Juan temieron su apoyo a las reivindicaciones de la rama menor de los Foix y buscaron la alianza con Felipe de Austria cuya temprana muerte truncó este pacto (1506). A estas dificultades se unía una nueva sublevación beamontesa, alentada por Fernando el Católico, y la constante reticencia de las Cortes a la política real.
Una alianza entre Luis XII y Fernando el Católico (liga de Cambrai, 1508) proporcionó a los navarros un año de relativa tranquilidad, rota por una nueva ofensiva del francés que, a través del Parlamento de Toulouse, decretó la confiscación de los bienes franceses de la casa de Foix. Por ello los Estados de Bearne -y las Cortes navarras en su apoyo- pusieron al país en pie de guerra, pero no se llegó al enfrentamiento armado, ya que los asuntos de Italia distrajeron la atención francesa hacia ese escenario.
El año 1512 marca el término del difícil equilibrio y el punto culminante de la rivalidad entre Francia y Castilla-Aragón. Fernando de Aragón logró formar una gran coalición antifrancesa, en la que participaban Venecia y el papado y a la que quería unir Navarra; al mismo tiempo y tras la muerte de su cuñado Gastón, heredaba, con su mujer, los derechos de esta rama de los Foix y entre ellos la reivindicación de los dominios de los reyes navarros. El acercamiento entre Francia y Navarra parecía ahora la única salida posible para ambos reinos y quedó sellado por un tratado firmado en Blois (18 de julio 1512). La alianza daba excusa a Fernando el Católico para invadir el reino pirenaico -decisión que venía madurando tiempo atrás- apoyado en unas bulas papales, solicitadas por él, que condenaban a quienes apoyaran a los franceses. El 21 de julio las tropas castellanas llegaban a Huarte-Araquil mientras la reina Catalina se retiraba a sus señoríos franceses (Bearne primero, Marsán más tarde). Desde allí siguió los esfuerzos de su marido por recuperar el reino y murió poco después que él. Fue enterrada en la catedral de Lescar. Había tenido catorce hijos de los que solo seis la sobrevivieron. Dejó como sucesor al primogénito Enrique II.