CASTILLO
Desde los siglos IX y X, hay noticias de castillos navarros con motivo de campañas y expediciones musulmanas. Originariamente fueron torres aisladas, concebidas más para la vigilancia que para la defensa. En los núcleos del dominio musulmán, el castillo o atalaya estaba emplazado en la parte más alta, y al pie del mismo, excavadas en la peña, las cuevas que servían de refugio y almacén de víveres en las ocasiones de peligro. En algún caso, como Tudela, el castillo adoptó la forma de recinto jalonado de torres, según el esquema de las alcazabas moras.
En los siglos XII y XIII, las torres dejaron de ser exentas y fueron evolucionando hacia el castillo propiamente dicho. Unidas entre sí por
lienzos de muralla, formaban recintos fortificados dispuestos en torno a un patio de armas interior. Algunos contaban con fosos y poternas de salida. Casi todos poseían cisterna o algibe para el agua, almacén para víveres, habitación para el alcaide y la guarnición y calabozo para custodia de presos.
A la muerte de Sancho el Fuerte en 1234, los Teobaldos fueron poniendo al día los viejos torreones y construcciones defensivas, a la vez que los alcaides sustituían a los tenentes al frente de los castillos y fortalezas, que pasaron a ser exclusivamente puntos fortificados, con finalidad únicamente militar. A lo sumo, servían de prisión a ladrones y malhechores. Fijadas ya las fronteras del Reino no se construyeron nuevos castillos, sino que continuamente se reparaban o reconstruían los ya existentes. Los registros de Comptos de los siglos XIV y XV recogen numerosas contratas y cuentas de obras realizadas, y de los maestros que las hicieron. En el siglo XV, no obstante, se produjo una cierta despreocupación por los castillos. Durante el reinado de Carlos III el Noble son bastantes los que aparecen en los documentos arruinados o sin guarnición. Algunos se derrumbaban o se destruían en las guerras, y ya no volvían a edificarse. Mientras tanto, se gastaban cuantiosas sumas en obras suntuosas en los palacios de Olite y Tafalla.
Las guerras civiles del siglo XV ocasionaron la ruina de algunas fortalezas más. Otras pasaron a manos señoriales, por concesión de Juan II o del Príncipe de Viana, según la filiación agramontesa o beaumontesa del beneficiario. Otras se derribaron o abandonaron por haber perdido ya su interés estratégico. Hacia 1500, apenas ocho o diez castillos navarros se encontraban en condiciones de poder hacer frente a un ataque con artillería de campaña. A pesar de ello, algunos resistieron, en la medida de sus posibilidades, la invasión castellana de 1512. A raíz de este hecho histórico, Fernando el Católico mandó levantar en Pamplona un fuerte castillo artillero, de planta cuadrada, con cubos en ángulos, fosos, taludes y garitones, que permanecería en servicio hasta la construcción de la Ciudadela.
Tras la conquista de Navarra, y posterior unión a la corona de Castilla, el cardenal Cisneros, regente del Reino, ordenó en 1516 la demolición de los castillos que creyó de interés estratégico. Muy pocos se salvaron de la piqueta. Con ello buscaba dos objetivos: dificultar una posible sublevación de los navarros a favor de sus reyes legítimos, y, por otra parte, economizar los caudales que de otro modo serían precisos para poner y pagar guarniciones armadas en todos los castillos. El virrey duque de Nájera fue comisionado para ejecutar las órdenes de demolición. No obstante, por falta de tiempo o de dinero, en algunos casos el derribo no fue total, sino que afectó únicamente a los elementos netamente defensivos: almenas, matacanes, etc. Las Cortes de Navarra reclamaron como agravio la destrucción de los castillos, pero no se logró la reparación. Quedaron en pie solamente unas quince fortalezas, con guarnición beaumontesa y castellana.
Reinando ya Carlos I (IV de Navarra) en 1521, se dieron nuevas órdenes, mandando derrocar los pocos castillos que aun quedaban en pie y los recintos amurallados de algunas ciudades y buenas villas. Esta vez fue ejecutor de las reales disposiciones el virrey conde de Miranda. Por último, en 1572, se voló con dinamita el castillo de Estella por considerarlo inútil, unificando su guarnición en la de la ciudadela de Pamplona.
Los pueblos y sus gentes se encargaron de lo demás, aprovechando los paredones cuarteados de los castillos como canteras gratuitas, de donde sacaron durante generaciones piedra de sillería y buenos materiales para sus casas, corrales y cierre de fincas y heredades. Sobre esto hubo frecuentes pleitos del Patrimonio Real contra distintas localidades y particulares, sobre todo en el siglo XVI.
La mayor parte de los castillos navarros, por no decir la totalidad, eran de realengo -pertenecientes directamente al rey- siendo muy pocos los señoriales. El rey nombraba a los alcaides, los trasladaba o los deponía. El erario real costeaba las obras de reparación y mantenimiento. La mano de obra solía ser especializada, y las tareas de peonaje y acarreo de materiales solían estar a cargo de los vecinos labradores, contribuyendo si era preciso gentes de los valles o aldeas próximos, que se beneficiaban del refugio de los muros con sus ganados y bienes, en caso de necesidad. Los canteros solían contratarlos el merino, y si había urgencia, lo hacían directamente los alcaides. En ocasiones, se nombraban comisarios reales, que recorrían las fortalezas y mandaban realizar las reparaciones que consideraban necesarias. Otras veces disponían la compra de armas, armaduras, munición o vituallas, a fin de que todo estuviese a punto de poder resistir un asedio enemigo.
Los castillos estaban situados unas veces dominando las villas, sobre alguna elevación o formando parte del recinto amurallado, y otras veces en despoblado, guardando y vigilando puntos estratégicos, como puentes, encrucijadas de caminos y otras zonas de paso. Los había también fronterizos, a veces verdaderas avanzadillas situadas frente a Castilla o Aragón, o cerca de las mugas. Sancho el Fuerte, por ejemplo, sembró la Bardena de pequeños castillos hacia 1220.
En tiempo de guerra o de peligro, solían contar con guarniciones que ordinariamente oscilaban entre 10 y 20 hombres, y en algún caso más, hasta 50, a los que se solía proveer de pan, vino, carne, tocino salado y pescado seco. En tiempo de paz, solían servir de prisión a los malhechores, y muchas veces también de lugar de ejecución. Los mejores castillos -Estella, Tudela, Tafalla, Monreal, Tiebas- servían también con cierta frecuencia de residencia temporal a los reyes.
En la época de mayor apogeo, que viene a coincidir con el siglo XIV, los castillos navarros directamente dependientes del rey se acercaban al centenar. Divididos en merindades, antes de la creación de la de Olite, eran los siguientes:
Merindad de las Montañas: Aicita, Atáun, Ausa, Garainu o Garaño, Gorriti, Irurita, Leiza, Maya -también llamado Mayer o Amayur-, Orcorroz u Orzorroz y Orarregui.
Merindad de Estella: Andosilla, Artajo o Artaso, Asa, Azagra, Buradón, Cárcar, Estella -que contaba con el castillo mayor y los baluartes de Belmecher o Belmerchet, Zalatambor y la Atalaya-, Falces, Funes, Herrera o Ferrera, Labraza, Laguardia, Lana, Larraga, Lerín, Lodosa, Los Arcos, Marañón, Mendavia, Milagro, Miranda, Monjardín, Oro, Punicastro o Municastro, Resa, San Adrián, San Vicente de la Sonsierra, Toloño, Toro y Viana.
Merindad de Sangüesa: Burgui, Cáseda, Castillonuevo, Gallipienzo, Guerga, Irulegui, Isaba, Leguín, Murillo el Fruto, Ongocerría u Ongoz Arría, Peña, Petilla de Aragón, Sangüesa -llamado en la documentación el Castellón-, Sangüesa la Vieja -hoy Rocaforte-, San Martín de Unx, Santacara, Tiebas, Ujué y Valcarlos.
Merindad de la Ribera: Ablitas, Araciel, Arguedas, Artajona, Cadreita, Caparroso, Cascante, Castejón o Castellón, Cintruénigo, Corella, Cortes, Estaca o La Estaca, Ferrera, Fontellas, Mirapeix, Peñaflor, Sanchoabarca, Tafalla y Tudela, que además del castillo contaba con la atalaya llamada Torre Monreal.
Tierra de Ultrapuertos: Castel Renaut, Mondarrán, Rocabrún o Rocabruna, Rocafort y San Juan de Pie de Puerto, cabeza de la castellanía del mismo nombre.
Cuando en 1407 el rey Carlos III el Noble erigió la nueva merindad de Olite, segregando parte de su territorio a las de Sangüesa, la Ribera y Estella, pasaron a integrarse en ella los siguientes castillos: Artajona, Caparroso, Falces, Funes, Larraga, Milagro, Miranda de Arga, Murillo el Fruto, Peralta, San Martín de Unx, Tafalla y Ujué. Y como era costumbre que el merino tuviese a su cargo el castillo más importante o de mayor valor estratégico de su merindad, al de Olite le encomendó el rey la guarda de la fortaleza de Tafalla.
Castillos de señorío: Prescindiendo de aquellos castillos que, siendo de suyo pertenecientes al patrimonio real, en el siglo XV fueron entregados en régimen señorial o cuasiseñorial a distintos personajes, hubo muy pocas fortalezas propiamente señoriales en Navarra: la de Javier, una de las más antiguas del Reino; la de Marcilla, erigida hacia 1425, y la torre acastillada de Gollano, en Améscoa, edificada en 1476. Dentro del siglo XV se erigieron también algunos palacios fortificados, casi verdaderos castillos, como los de Arazuri, Artieda, Guenduláin e Igúzquiza, aparte de numerosas torres y casas fuertes, Lesaca, Olcoz, Celigueta, y otras similares, levantadas en los siglos XIV y XV, y que no pueden ser catalogadas como castillos propiamente dichos, aunque sí como construcciones de carácter defensivo. Lo mismo cabría decir del palacio real de Olite y del ya desaparecido palacio de Tafalla.
Fuentes documentales
Archivo General de Navarra.
Sección de Comptos. Documentos y Registros. Papeles Sueltos.
Sección de Reino. Guerra. Fortificaciones.
Sección de Consejo Real. Procesos.
Papeles de Rena.
Cartularios Reales.
Códices Forales.
Bibliografía
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