CAMPANA
CAMPANA
Instrumento de metal, según la definición académica, en forma de copa invertida, que suena herido por el badajo y sirve principalmente en los templos para convocar a los fieles. Una tradición quiere que fuera San Paulino de Nola, ciudad de la Campania, en Italia, quien mandó fabricar en el siglo y las primeras campanas para uso de las iglesias y que el nombre de estas piezas del ajuar eclesiástico derive de la región italiana. Los filólogos señalan que “campana” es voz del latín tardío, abreviación de “vasa campana” o “recipientes de Campania”, región en la que conseguían un bronce de buena calidad. La palabra se encuentra, ya en el siglo V y no fue al principio la única denominación, porque hubo otras que han dejado derivados en las lenguas europeas, como “clocca” (“cloche” en francés, “Glocke” en alemán). Sí parece hoy claro que es invención cristiana y que el Papa Sabino, en el siglo VII mandó ponerlas en todas las iglesias, aunque el uso debió de propagarse a partir de los monasterios, que las empleaban para regular y señalar los diversos momentos de la actividad diaria (liturgia, colación, trabajo) y recordar e invitar a la oración (agonía, avemarías, difuntos).
En Navarra el encargo, colocación y pago de las campanas corría a cargo de los primicieros o administradores de los fondos parroquiales; el gobierno y uso adecuado se encomendaba a los sacristanes, clérigos o laicos, que las tañían en los momentos adecuados. El uso era con frecuencia inmoderado y la violencia e insistencia en el tañido de las campanas (“echadas a vuelo”) provocaban su rotura, que causaba serios problemas económicos a las iglesias. Entre los motivos aducidos ante la autoridad competente para solicitar licencia de nueva función el primero era el de necesidad.
Esta necesidad mantuvo el oficio de campaneros o “artífices de hacer campanas” como gustaban de titularse cuantos se dedicaban al trabajo de fundirlas: peritos que, rodeados de ayudantes, preparaban los hornos para cocer los moldes, las calderas para fundir el metal, y los materiales precisos en la labor; acabada ésta, otros maestros debían darla por buena y tasar su costo.
La demanda de las iglesias superaba la capacidad de trabajo de los maestros tundidores locales, por lo que desde muy antiguo aparecen grupos o familias de campaneros venidos de otras tierras, dedicados por temporadas a la refundición de las campanas. Entre los nativos, cabe destacar a Juan de Alli y Juan de Lecumberri, que en 1551 contratan tres campanas para Asteasu (Guipúzcoa); Juan de Aguinaga, que en el mismo tiempo aprende el oficio con su padre en el taller de Lecumberri, y al cual se le encara una campana para Madoz (1603). De Juan de Lecumberri existe una campana en Inza (1538); Miguel de Muguiro dejó su nombre en una conservada en Lizaso (1481) y Pedro Muguiro en la que puede verse en Echarri de Larráun (1498), iglesia que también luce una con el nombre de Martín de Lecumberri (1569).
Quienes llevan a cabo en las iglesias navarras una intensa actividad son varios clanes o familias originarias de la Trasmiera, en Cantabria; grupos de paisanos que se hacen fuerte competencia a la hora de recibir y trabajar los encargos de las parroquias necesitadas de sus productos. Destacan los Villanueva, de los que Pedro construye la campana María de la catedral de Pamplona (1584), una para Imbuluzqueta (1588) y dos, de buen tamaño, para Arribas (1583); dos sobrinos de Pedro, Juan mayor y menor, siguen su oficio y dejan buenas muestras: de Juan el mayor queda la campana de la catedral de Pamplona (1609), de 1,21 m de diámetro, que sirve para dar las horas del reloj.
Emparentados con los Villanueva, los Carredano, Andrés y Pedro, han dejado muchas campanas documentadas; entre las conservadas, destacan por su tamaño la de Lizarraga de Ergoyena, firmada por Andrés (1594), de 1,25 m de diámetro.
De los artífices trasmeranos de los siglos XVI y XVII -los Güemes, Igual y Castillo, García de Isla, Casas, Cueto, Ortíz, Juste, Lapiedra, Ballenilla-destaca un clan, el de los Quintana (Clemente, Lucas y Melchor), que llena el último tercio del XVII y primero del XVIII. A ellos siguen otros paisanos cántabros -Benero, Mier, Albar, Lacuesta, Lahoya, Marcout, Mendoza- que trabajan en el mismo siglo XVIII y el XIX, cuyo relevo toman, ya en nuestro siglo, entre otros, los talleres de Albizu y Erice.
De las campanas existentes, hay que destacar la citada “María”, de la catedral iruñense, por su tamaño (2,50 m. de diámetro, y 2,15 m. de altura) y por su peso (l2 ó 13 toneladas, según distintos autores), construida (1584) por Pedro de Villanueva y, al parecer, segunda de España por sus dimensiones.
En cuanto a la antigüedad, hay varias del siglo XV, con inscripciones góticas: Lizaso (1481), Echarri-Larráun (1498), La Magdalena de Tudela (1414), y algunas que carecen de data: Agorreta, Ansoain, Aoiz, Erdozain, Erro, Ilúrdoz, Navascués, Olite. Del XVI hay una en la catedral de Pamplona, la “Gabriela” (1519), de 1,67 m. de diámetro y 1,35 m. de altura, y, entre otras, la parroquial de Inza (1538), de 1,05 m. de diámetro por 0,70 de altura.
A todas las mencionadas gana en antigüedad la pequeña campana (0,75 por 0,72) de la torre de Zabaldica, cuya única inscripción es la fecha (1377) en numeración romana. Acaso de ese tiempo o anterior es una de las dos conservadas en la parroquia de Esnoz, lisa, pero con unos sellos góticos geminados que ostentan relieves de la Virgen sedente con el Niño, representación, según la tradición y la apariencia, de la Virgen de Roncesvalles.
Buena parte de las inscripciones que encontramos en las campanas son textos litúrgicos alusivos a conjuros de tormentas, así como citas bíblicas; pero hay una frase que se repite con frecuencia en las piezas de los siglos XV al XVII: “Mentem sanctam espontaneam honorem Deo Patrie liberationem”. Moret la cita en los Anales al transcribirla de una campanita existente en Santa María de Nájera y que tradujo: “Mente santa y espontánea; honor a Dios y libertad a la Patria”.
Las campanas tenían la finalidad esencial de anunciar los actos litúrgicos: misas, oficios de coro, funerales, novenas, rogativas, procesiones, así como invitar a la oración a quienes tenían la oportunidad de escucharlas entregados a los trabajos de casa o del campo: Angelus, la “sagra” (momento de la consagración en la misa), difuntos. Son elementos imprescindibles en los conjuros contra las tormentas y, en la vida civil, cumplen un papel destacado cuando suenan a rebato y en caso de incendio.
Las formas de tocar las campanas son en esencia simples: bandeo, en que el bando hiere el bronce en dos puntos diametralmente opuestos; volteo, en que gira sobre el eje de los machos que la sujetan a las paredes del hueco; repique, en que se tañe repetidamente y con ritmo el metal. “Echar las campanas a vuelo” es frase coloquial que equivale a propalar una noticia con júbilo. “Requedar” es tocar más lentas las últimas campanadas o señalar, al final, si es primero, segundo o tercer toque.
Ha habido y hay tañedores de apreciable habilidad, capaces de simultanear ritmos diferentes en varias campanas de distinta afinación, como se ha puesto de manifiesto en los varios concursos celebrados, sobre todo en Yábar.
En Navarra, la costumbre es que los toques de campanas para anunciar la misa se hagan tres veces, un cuarto de hora, cinco o más minutos e inmediatamente antes de salir el celebrante de la sacristía. Esta costumbre viene regulada por el Fuero General, título tercero, capítulo segundo, si bien limitada a las villas realengas.
Campana también significa territorio o jurisdicción de una iglesia o parroquia. En Pamplona existe una clasificación de los habitantes de la Cuenca en tres grupos: los que oyen y ven la campana María de la catedral; los que la oyen y no la ven, y los que ni la ven ni la oyen.