BRUJERÍA
BRUJERÍA
Fenómeno de superstición característico de los siglos XVI y XVII. En Navarra los procesos seguidos por esta causa se abrieron en 1525 para concluir hacia 1612.
En ocasiones se daba el tipo de brujo mixtificado, que ejercía la profesión de curandero o adivino. La Montaña fue el teatro o epicentro de estas actividades, frecuentes también al norte del Pirineo, especialmente en Labourd. El mapa de la brujería navarra traza una línea desde la comarca de Sangüesa y Lumbier hasta las Améscoas, al norte de Estella, con algún foco aislado hacia Viana y Bargota. La mayor concentración comprende los valles de Roncal, Salazar, Arce, Aézcoa Baztán y la Regata del río Bidasoa, hasta Cinco Villas, Larráun, La Burunda, Anué, Araiz y Améscoa, más los lugares de Valcarlos, Roncesvalles y Burguete.
Ya en la Edad Media se alude a castigos por “maleficios”, pero las represiones puntualmente documentadas pertenecen al período ya indicado. Los acusados eran juzgados por los propios tribunales navarros, el de la Corte, en primera instancia, y el Consejo Real. El auto de Fe de Logroño de 1610, universalmente conocido, constituye una excepción. Destacan por su dureza las sentencias dictadas en los casos de Burguete (1525), Anocíbar (1576) y Araiz (1595), con penas de muerte para varias personas. Pero supera a todos el citado proceso de Logroño ante el tribunal de la Inquisición, contra las brujas de Zugarramurdi. Entre 1609 y 1612 los tribunales juzgaron y sentenciaron con moderación y prudencia, y a veces los acusadores se convirtieron en acusados, sufriendo el castigo correspondiente por difamación o malos tratos.
Era frecuente el tipo del hombre de leyes que perseguía el delito de forma casi obsesiva, como en el caso del inquisidor Lancre Labourd. En la mayor parte de los procesos los acusados eran gente de baja condición social, casi todos labradores ignorantes y analfabetos. Hay alguna excepción como el alcalde del valle de Salazar (Lope de Esparza), en 1540; cabe mencionar también el famoso Brujo de Bargota, clérigo que compareció en Logroño (1610) junto con los encartados en Zugarramurdi. Los procesos ofrecían bastantes casos de tarados físicos y mentales, circunstancia importante a la hora de enjuiciar; y no faltaban apellidos que cargaban con el desagradable estigma generación tras generación. En Navarra, como en otras partes, mucha gente creía de buena fe en la existencia de brujos, aunque en ocasiones intervenía bastante la malquerencia o la calumnia. Las persecuciones periódicas coincidieron a menudo con las fuertes epidemias, tanto de personas como de ganados, así como las plagas y malas cosechas. Se suponía a los brujos, entre otras cosas, implacables perseguidores de niños, víctimas fáciles de esas epidemias. Los clásicos paseos nocturnos, según se advierte en casos como el de Elgorriaga (1610-1611), revelan ostensiblemente hasta qué extremos llegaba la sicosis desatada. El clero en general se inclinaba casi siempre a favor de los acusados.
Bibliografía
F. Idoate, La brujería en Navarra y, sus documentos, (Pamplona, 1978).