BARROCO
La valoración del arte navarro de los siglos XVII y XVIII es reciente y todavía incompleta. A medida que se va catalogando el patrimonio navarro, el número y calidad de edificios y obras de estilo barroco se incrementa lo que hace necesaria una revisión de estos capítulos en la historia del arte navarro y peninsular. Todas estas manifestaciones, producidas por lo general fuera de los grandes centros como Valladolid, Madrid, Sevilla o Granada, siguen las directrices y la evolución de estilo imperante en los focos castellanos, pero ofrecen algunas variedades regionales.
En la introducción del Barroco fueron fundamentales las órdenes religiosas, jesuitas, capuchinos, trinitarios y sobre todo los carmelitas descalzos que con sus fundaciones divulgaron los modelos de la arquitectura conventual de marcado signo contrarreformista, a la vez que dotaban a los nuevos conventos de pinturas, tallas y piezas de platería realizadas por lo general en la corte. En ciudades importantes como Pamplona, Tudela o Corella fue tal el número de estas edificaciones que de no haber sido derribadas gran parte de ellas, participarían plenamente del carácter de ciudad-convento tal característico del siglo XVII español. El nuevo estilo se implantó y triunfó en Navarra a partir de 1630-40 en las diversas artes, afectando por supuesto a las nuevas construcciones y a los antiguos edificios que se reformaron y exornaron de acuerdo con la nueva estética que, como en otras regiones tuvo, diferentes fases, abarcando hasta las postrimerías del siglo XVIII en que se impuso la fría normativa academicista.
Arquitectura religiosa
Los esquemas tardomanieristas de raigambre herreriana consistentes en plantas longitudinales con cúpulas y bóvedas de medio cañón fueron adoptados en las iglesias de los nuevos conventos y divulgados por los frailes tracistas, destacando en este apartado las iglesias de las Agustinas Recoletas de Pamplona trazada por Juan Gómez de Mora y la de los Carmelitas Descalzos de la misma ciudad, enriquecida con una portada de piedra realizada hacia 1673. La evolución estilista se puede seguir en los conjuntos arquitectónicos gracias a la incorporación y evolución de los motivos ornamentales que con el tiempo llegaron a enmascarar la propia arquitectura como en las capillas diecioechescas de Santa Ana y del Espíritu Santo de la catedral de Tudela. No faltaron por ello soluciones propiamente barrocas en edificios como la basílica del Patrocinio de Milagro y la Enseñanza de Tudela que adoptaron complejas plantas centrales, o el crucero y cabecera de San Gregorio de Sorlada, obra atrevidísima del carmelita fray José de San Juan de la Cruz. En el Barroco abundan los pórticos, capillas y torres campanarios de diferentes tipos, según las zonas, en tanto que las ricas portadas ornamentales son prácticamente inexistentes si exceptuamos la de San Gregorio Ostiense labrada a fines del siglo XVII y principios de la centuria siguiente.
Arquitectura civil
Gran interés tiene la arquitectura doméstica del Barroco. Para el palacio de esta época se siguió el esquema ya generalizado en el Renacimiento a base de un pesado basamento y uno o dos cuerpos rematados por aleros labrados en madera. Las diferencias tipológicas entre las diversas zonas vienen dadas por el propio medio geográfico y el material constructivo que en la Ribera es preferentemente el ladrillo, en los valles septentrionales la pieza de sillería y en la Navarra Media la combinación de ambos. Los exteriores de estas mansiones suelen ser, en general sobrios y apenas se decoran con blasones y molduras, aunque no faltan ejemplos como la fachada del Ayuntamiento de Pamplona, construida en torno a 1755, en los que triunfa el aparato y el exorno. En sus interiores se encuentran magníficos ejemplos de escaleras de esquemas muy complicados, como la del palacio de los marqueses de Huarte de Tudela. Por su magnificencia destacan los conjuntos de la Casa de las Cadenas de Corella, los palacios de Sansol, Viana y Villafranca, así como los palacios baztaneses de Iturraldea, Reparacea y Arizcunenea. Escasos fueron por el contrario los proyectos urbanísticos de envergadura a lo largo de los dos siglos, sobresaliendo algunos ejemplos como la Plaza de los Fueros de Tudela, construida a fines del siglo XVII, o la ampliación de Corella.
Retablos
Es muy abundante el número de obras escultóricas que se han conservado, principalmente en lo que se refiere a retablos dorados con los que se enriquecieron las iglesias a lo largo de todo el período. La tradición de la importante escuela romanista se dejó sentir en las primeras décadas del siglo XVII, pero, una vez superado el primer tercio, penetró la influencia de Gregorio Fernández y la escultura vallisoletana a través de obras importadas por los conventos, como las esculturas de los Carmelitas de Pamplona, obra de artistas formados en aquella ciudad y de otros de origen riojano.
Pero no es en las imágenes donde destacaron los maestros navarros, sino mas bien en los conjuntos arquitectónico-decorativos de los retablos que salieron de sus talleres.
A la etapa de recuperación del ornato corresponden los retablos de las parroquias de Viana, Los Arcos, Arróniz y Corella y de los Carmelitas de Pamplona, en todos aparecen las cartelas cactiformes, festones de frutos y otros motivos de filiación madrileña. Es en este momento cuando se incorpora también la columna salomónica en el foco tudelano, que se sitúa en la vanguardia del resto de Navarra al utilizarla Sebastián de Sola y Calahorra y Francisco Gurrea en torno a 1660. En las últimas décadas del siglo y primeras del siguiente, artistas como Francisco Gurrea, José de San José y José Serrano en Tudela y Juan Ángel Nagusia y Lucas de Mena en Estella incorporan a sus retablos motivos vegetales muy menudos y nerviosos que ocultan las propias estructuras como en los altares de Dominicas de Tudela, Agustinas Recoletas de Pamplona, obras del citado Gurrea o los de la basílica de Luquin de Lucas de Mena, los colaterales de Los Arcos de J. Ángel Nagusia y los de Miranda de Arga y Azagra de los hermanos San Juan.
Con el Rococó, última fase del estilo, se difunden otros esquemas con plantas más movidas a la par que se produce un receso decorativo. Un anuncio temprano del cambio se observa en el retablo mayor de San Miguel de Corella realizado por Juan Antonio Gutiérrez entre 1718 y 1722 pero la difusión y el triunfo del arte de las rocallas se observa unas décadas mas tarde en los altares de Lerín y Lodosa, obras de Diego de Camporredondo realizadas en torno a 1760. Por las mismas fechas llegaron a Navarra obras de artistas aragoneses y de la corte, como los escultores José Ramirez de Arellano y Luis Salvador Carmona, respectivamente, así como otros guipuzcoanos que dejaron buenas muestras de su arte en Peralta y Lesaca.
Pintura
La pintura, por el contrario, no se dio prácticamente con la sola excepción de Vicente Berdusán, artista que supera las fronteras navarras ampliando su actividad hasta Aragón, a lo largo de la segunda mitad del siglo XVII. Establecido en Tudela, conoció el estilo de los pintores madrileños de la época y debió contar con un buen taller, a juzgar por su ingente obra distribuida por toda Navarra, Zaragoza, Huesca e incluso Guipúzcoa. Su estilo muestra el conocimiento de las pinturas de Rizi, Carreño, Coello y aún de Velázquez, así como de grabados, y se caracteriza por el colorido de raigambre veneciana, la pincelada suelta, los estudios atmosféricos y las cuidadas y dinámicas composiciones imperantes en la escuela madrileña. Conjuntos de lienzos suyos se conservan en las catedrales de Tarazona, Huesca y Tudela, parroquial de Funes, benedictinos de Lazcano y otros templos además de una extensa obra recogida en museos y colecciones particulares.
Un fenómeno interesante a lo largo del siglo XVII fue el de la importación de lienzos desde Valladolid y en mayor número desde Madrid, unas veces eran los propios conventos los que gestionaban las adquisiciones, mientras que otras la alta nobleza dotaba directamente a sus fundaciones de obras de excelente calidad. A Navarra llegan pinturas de Juan Rizi, Carducho, Diriksen, Coello, Jiménez Donoso, Escalante y Ezquerra, habiéndose perdido o extraviado otras muchas tras la desamortización.
Al siglo XVIII pertenecen Antonio González Ruiz, natural de Corella y pintor de cámara de su majestad que llegó a ser director de la Academia de San Fernando. Diego Diaz del Valle fue un pintor originario de Cascante con una producción bastante mediocre y Pedro de Rada es conocido por los lienzos de la sacristía de la catedral de Pamplona.
Por lo que respecta a orfebrería, los talleres pamploneses mantuvieron el nivel de producción de la etapa anterior. También hubo plateros en Estella, Tudela y Los Arcos, en tanto que el prolífico foco sangüesino del Renacimiento desapareció totalmente a principios del siglo XVII. Se conservan bastantes piezas marcadas con el punzón de la capital navarra así como un buen número de origen hispanoamericano. El bordado sufrió una inflexión respecto al siglo XVI y hay constancia de que los ornamentos litúrgicos de calidad se trajeron en el siglo XVIII de Zaragoza, Toledo y otras capitales. En cuanto al grabado, los numerosos libros que salieron de las prensas pamplonesas no fueron ricos en ilustraciones y tan sólo merecen reseñarse algunas portadas realizadas por maestros de fuera y grabados devocionales, trabajados generalmente por plateros pamplonés que denominaban bien el dibujo.
Bibliografía
M. C. García Gaínza: Notas para el estudio de la escultura barroca navarra Letras de Deusto, vol 5 (1975). pp 127.145. M. C. García Gaínza, M. C. Heredia Moreno, J. Rivas Carmona y M. Orbe Sivatte: Catálogo Monumental de Navarra I Merindad de Tudela. (Pamplona 1980) y Catálogo Monumental de Navarra II* y II** Merindad de Estella. (Pamplona 1982-1983).