BAÑOS
Recogiendo una costumbre que databa de época romana, en las ciudades hispanas dominadas por los musulmanes se construyeron instalaciones de baños públicos. Tras la reconquista de estas poblaciones (Tudela, en el caso navarro) los baños siguieron en servicio como monopolio del monarca, que solía cederlos en arriendo. Probablemente los utilizaban no sólo los cristianos, sino también los judíos y los moros, aunque en distintos días de la semana, según consta de otros reinos peninsulares. En Tudela había cuatro baños reales (el de San Salvador, el de la puerta de Zaragoza, el de la puerta de Albazares y el de Don David) cuya agua se calentaba en calderas alimentadas de leña y paja. En Estella había a fines del siglo XIII dos baños del rey: el viejo, que en 1280 no pudo alquilarse, y el nuevo, que rentó 6 libras al fisco real. El viejo cayó en desuso, y el nuevo se utilizó cada vez menos: se arrendó por 5 libras el año 1311, por 30 sueldos el año 1334, y ya no hubo quien lo tomase en arriendo ni en 1345 ni en 1350.
Los baños han tenido gran importancia en la terapéutica popular, prescribiéndose su uso tanto como preventivo como para el remedio de numerosas afecciones. En ocasiones su práctica estaba asociada a creencias y a ritos mágicos. En la medicina popular vasca los tratamientos a base de baños, salvo excepciones, han sido empírico-creenciales o puramente creenciales, la mayor parte relacionados con las ceremonias y ritos de la noche de San Juan, en pleno solsticio de verano. Así, en Yanci se acudía a la Iturri-Santu en la mañana de San Juan, al igual que se hacía en Ciga; en Ciordia y Olazagutía se hacían abluciones en la fuente de Urbedeinkatua y se acudía a misa a la ermita llamada de Andramari, mientras que en Aralar las abluciones se practicaban en Doniturrieta. En Betelu la fuente al uso era la de Iturrisantu y en Anocíbar la de Ainguiruiturri.
No cabe duda de las propiedades minero-medicinales de los manantiales de Fitero, Betelu y Belascoáin, que han dispuesto de afamados balnearios, pero gentes de la Zona Media de Navarra también solían acudir a los de Tiermas (Zaragoza) y Panticosa (Huesca) para aliviarse de sus dolencias. No obstante, gran número de personas consideraba que bañarse era propio de enfermos. Expresiones como “y aquí el baño, que gracias a Dios no hemos tenido que usar”, reflejan esta mentalidad. El hospital de Allo, por ejemplo, tenía una bañera o “bañador” de hierro que alquilaba a quien se lo recetaba el medico.
Las costumbres de aseo corporal diferían entre las zonas donde el agua era abundante y las zonas donde, sobre todo en verano, escaseaba. Un hecho fundamental en la mejora de las condiciones higiénicas de los navarros en el siglo XX fue la “traída de aguas” a muchos pueblos, realizada entre 1920 y 1930. En la mayoría de las casas rurales el aseo se hacía en la cocina o recocina. Ha sido frecuente que las mujeres se peinaran el moño en la cama, con la peineta, antes de iniciar sus labores. Generalmente el aseo consistía en peinarse y lavarse las manos y cara en un barreño de la cantarera, después en la fregadera o sobre el “trespiés” de la habitación. El lavabo con su espejo y su jarra que había en alguna habitación de la casa era para los huéspedes o para el médico o cura que visitaban al enfermo. Sin agua corriente no tenía sentido que hubiera en las casas una habitación destinada al aseo.
Los cuartos de baño en las viviendas se generalizaron a partir de 1950 en detrimento de los baños públicos. En 1984 de un total de 177.828 viviendas familiares, 174.837 disponían de agua corriente fría y 139.094 de agua corriente caliente. Un total de 150.317 viviendas contaban con baño o ducha.
En 1988, Pamplona disponía de baños públicos pensados fundamentalmente para dar servicio a la población del casco viejo, calle Jarauta y alrededores. Por módicos precios el usuario disponía de agua caliente, jabón, toalla y peine. Junto a estas instalaciones contaba con un total de 17 servicios públicos (retretes) y lavabos. También Villava contaba con un servicio de baños para la tercera edad.