ALMADÍA
ALMADÍA
Sistema de transporte de madera por vía fluvial, no exclusivo de Navarra, donde se desarrolló como forma de colocar la madera de los valles de Roncal y Salazar en el Ebro.
Hay datos de almadieros roncaleses desde el siglo XV, pero la mayor información corresponde a los siglos XVIII, XIX y parte del siglo XX. Precipitaron la decadencia de este medio de transporte la apertura de carreteras a fines del siglo XIX y sobre todo la competencia de los camiones desde 1920, que pueden transportar en cualquier época del año, sin esperar a las crecidas de los ríos. La última almadía que bajó por el río Salazar data de 1951 y un año después terminó la actividad en el Esca.
La tarea del almadiero se iniciaba en los ataderos, playas fluviales a las que llevaban los troncos tras ardua labor de “despeñe”, “desembosque” y “barranqueo” o arrastre por caballerías. Allí colocaban los maderos unos junto a otros en plataformas de 10 a 15 troncos para construir cada tramo. La anchura de los tramos estaba limitada por el cauce de los ríos. Las del Roncal medían 4 m de ancho, mientras que las de Salazar no podían pasar de 3,2 m. Ataderos importantes en el Esca eran el de Laguayo, cerca del embalse de Uztárroz, y el de Roncal. En Salazar estaban los de Ezcároz, Oronz, Sarriés, Güesa, Uscarrés, Aspurz y puente de Bigüézal. Los tramos se armaban con jarcias o con sirgas sujetando los maderos, agujereados en sus extremos, entre sí y a los barreles.
Pinos y abetos constituían la mercancía más frecuente -o pinos y hayas mezclados -, nunca hayas solas, pues su densidad les hace emerger poco del agua. Cuando se mezclaban pinos y hayas, por cada tres troncos de pino iba uno de haya. Los maderos medían aproximadamente 4,8 m (docenos), 5,6 m (catorcenos) y 6,2 m (secenes), aunque no faltaban “aguilones” ni postes de varios largos. En el primer tramo, “el de punta”, se colocaban catorcenos para poner en el segundo tramo, “tramo ropero”, los docenos y se reservaban los mayores para el “tramo de cola” o de “coda”. Para dar a los tramos forma trapezoidal, evitando esquinas salientes en el sentido de la marcha, se armaban los tramos preferentemente con la parte delgada hacia delante.
La proporción en tramo de 15 maderos solía ser en la forma siguiente: cada 5 iban 4 “de punta” y 1 “de coda”. El tramo de punta, con su trasera arqueada, hacía de timón. Una vez montados los tramos, era necesario “ahogar” o “aguar la madera”; para ello empujaban los tramos con grandes trancas para hacer que se deslizasen sobre unos maderos que previamente colocaban entre el atadero y el río. Ya en el río, se ponían tres, cuatro o cinco tramos uno tras otro y se unían entre sí con gruesas sirgas o antes sólo con jarcias y argollas para quedar formada la almadía. El primer tramo, cuando se utilizaba el sistema de barreles, se ataba con el “ropero” por tres puntos, uno central muy robusto y dos laterales, próximos, más delgados que el central. Los otros tramos se unían entre sí también por tres puntos, pero los dos laterales iban en los extremos, siendo más potentes que el central. La cabeza de la almadía llevaba dos remos y el tramo de cada uno.
Al iniciar el viaje, las almadías bajaban con pocos tramos y dos almadieros generalmente. Los roncaleses, desde el Matral en el Esca, cerca de Venta Karrica y los salacencos en Usún, a la salida de la Foz de Arbayún, reunían 8 ó 10 tramos para formar una almadía que solía constituir “media” carga de madera. Pasado el Bocal de Tudela, en el Ebro, unían dos almadías haciendo “una carga de madera”. Entonces había más de un ropero.
Algunos puntos del trayecto tenían especial dificultad por la angostura y los rápidos del agua. Así el “Congosto” en la foz de Sigüés para los roncaleses o las foces de Arbayún y de Lumbier para los salacencos. También resultaba dificultosa la presa de Santacara, en el Aragón y sobre todo “El Bocal” en Tudela que obligaba a partir las almadías en trozos de dos tramos para superar el salto. Para evitar que los dos tramos hicieran “el libro”, se ataba una fuerte cuerda a la parte delantera del primer tronco y desde la orilla, aguas abajo de la presa, se tiraba rápidamente del extremo suelto de la cuerda, tras reagrupar los tramos, unían varias almadías y en una de ellas iban los hombres, al tiempo que cubrían el suelo con tepes para poder hacer fuego con los remos sobrantes.
La época almadiera estaba limitada por el nivel de las aguas. Empezaba en los primeros días de diciembre y terminaba el 30 de mayo en Salazar y el 29 de junio, día de S. Pedro, en Roncal, gracias al embalse regulador de Uztárroz. También el río Minchate contribuía a esta regulación, lo mismo que el embalse de Zokandía que tenían en el regacho Biñes los de Vidángoz. Ciertas señales en las orillas indicaban el nivel del agua. No era raro, pese a la dureza del clima, que en algunos momentos la escasez obligara a los almadieros a meterse en el agua y mover las almadías con las trancas que llevaban al efecto en “el ropero”.
Por derecho foral las almadías estaban exentas de impuestos en Navarra, excepto en El Bocal, donde el Estado cobraba cuatro pesetas por “media”, pero ponía a disposición de los almadieros fuertes cuerdas. Los maderistas salacencos tenían su Junta responsable de la reparación de los puertos y limpieza del río en zonas de peligro. Para atender a sus gastos cobraban un canon variable en función de la calidad de la carga y de las propias necesidades de la asociación. Un empleado de la sociedad que percibía el 10% del total se ocupaba a orillas del Salazar, cerca de Lumbier, de contar los tramos, clase de madera y el nombre del propietario. Desde 1930, en que hubo que reparar el puerto de la presa de Lumbier por fallo del Tribunal Supremo a cargo de los madereros salacencos, abonaban además un peaje de 2 reales por tramo en este punto.
El sistema de contabilidad de los almadieros resultaba tan peculiar como el propio sistema de transporte. No gustaban de la anotación numérica y preferían contabilizar la compra-venta mediante puntos y rayas en forma de cuadros. Cada raya y cada vértice formado por los lados del cuadrado valía por una unidad, de manera que un cuadrado equivalía a 8 maderos.
El destino de la madera podía ser cualquier pueblo del trayecto, pero el punto de envío más frecuente era Zaragoza, para llegar en ocasiones hasta la misma Tortosa. El viaje a Zaragoza duraba de seis a siete días, según el tiempo y los vientos. Durante el trayecto se pernoctaba en fondas o posadas fijas -Usún o Sigüés, Lumbier, Sangüesa, Cáseda, Arcilla, Tudela – donde hacían acopio de provisiones antes de reemprender el viaje. El traje almadiero era el típico de trabajo de sus valles. Calzaban abarcas y todos se cubrían y arropaban con el espaldero de piel de cabra que les abrigaba y protegía.
El jornal del almadiero era parecido al de un peón de campo, unas 10 pesetas diarias ó 15 si trabajaban a destajo (1930). La vuelta a pie desde el lugar de destino, con las sirgas al hombro, se compensaba con tres jornales más. Pese a la dureza del trabajo había abundantes ofertas. El afán de viajar y de aventura atraían a los jóvenes a ese oficio. En 1931 por el río Esca se conducían anualmente 1.000 almadías con un volumen de unos 15.000 m3 de madera. Durante la primera guerra mundial pasaron en un año por el Canal Imperial 1.800 almadías procedentes de los valles de Roncal y Salazar, con unos 30.000 m3 de madera.
Los niños roncaleses imitaban desde pequeños a los mayores al construir “almadías” con los tallos tiernos de una planta llamada “astoperéxil”. Con los tramos ajustados a las clasificaciones técnicas y tradicionales desde niños se iniciaban, por imitación, en una actividad de adultos característica del valle.
Bibliografía
Cruchaga Purroy, J. Un estudio etnográfico de Romanzado y Urraúl Bajo, “Ceen”, núm. 5, 1970, pp. 175-181; Estornes Lasa, B. De Arte Popular. El valle de Eronkari. Arte Popular infantil, en “Riev”, XXI, 1930, p. 212; Idoate, F. Almadías, en “Navarra. TCP”, núm. 38. Pamplona, 1983; Urabayen, L. Geografía de Navarra. (Pamplona, 1931) García Enciso, pp. 159-175; Urzainqui Mina, T. Aplicación de la encuesta etnológica en la villa de Urzainqui (Valle del Roncal) I, en “Ceen”, núm. 19, 1975, p. 65.