ALESÓN, FRANCISCO DE
ALESÓN, Francisco de
(Viana, 6 ó 7.6.1634-Logroño, 8 ó 9.10.1715) Jesuita y cronista de Navarra. Ingresó (1650) y profesó (1668) en la Compañía, en la que dedicó años a la enseñanza de humanidades, filosofía y teología, además de ocupar cargos de rector en los colegios de Soria, San Sebastián, Segovia, Loyoya (1690), Pamplona (1692-4), Valladolid (1698) y Salamanca 1701). Fue también viceprovincial de Castilla (1695).
La Diputación de las Cortes de Navarra acordó, fallecido J. Moret, designar cronista del reino al P. Alesón (4.12.1687), “por ser el sujeto que ha parecido a la Diputación más a propósito para su conclusión y continuación de coronista, con los mismos salarios que se le daban al P. Moret”. Pero la aceptación del jesuita no fue rápida ni fácil. El provincial, informado por la Diputación, hizo ver que la licencia debía darla el general de la orden. A éste se dirigió la Diputación y el prepósito general respondió que el papa Inocencio X había dado orden de no permitir el desempeño de cargos como el de cronista, por juzgarlo del todo ajeno a religiosos. La Diputación insistió (1.1.1688) y argumentaba que “esto no parece se roza con lo que Su Santidad tiene insinuado, pues esto no es tener empleo de cronista por título y ocupación precisa, sino un temporal ejercicio hasta que acabe lo poco que alta” en la preparación de los Anales de Moret. El general jesuita volvió a contestar en términos negativos (6.3.1688). La Diputación recurrió al embajador en Roma (9.12.1688), pero el general se mantuvo en su decisión (2.4.1689). Cuando murió Inocencio X (12.8.1689), los diputados navarros creyeron que el jesuita vianés podría hacerse cargo de los papales de Moret y completarlos, pero aún hubieron de vencer otro obstáculo. El empleo de cronista requería residencia en Navarra y Alesón era rector de Loyola, desde donde agradeció a la Diputación el nombramiento (15.4.1690). Para trasladarse a Pamplona necesitaba autorización del general. No la obtuvo hasta terminar el rectorado, en enero de 1692.
Entre tanto, Alesón preparó el segundo tomo de los Anales (1691), que envió a Pamplona, para que la Diputación lo sometiese a la revisión de la Compañía; a las Cortes llegó en julio de 1692.
Alesón no revisó el fondo del texto, pero sí la disposición y añadió al final de cada capítulo la documentación correspondiente, pero el propio cronista comunicaba a la Diputación que había cubierto “los blancos que tenía” el original de su predecesor, como títulos de capítulos, fechas y nombres propios, más los índices. El tomo comprende los reinados desde García Ramírez a Sancho el Fuerte.
En el tercer tomo (Pamplona, 1704) Alesón ya no se contentó con cubrir huecos. La portada presenta el tomo como “obra póstuma y última del Padre Joseph de Moret” y advierte que contiene “scholios y adiciones al fin del Padre Francisco de Alesón”. Este encontró imperfectos “y sin vigor” los borradores dejados por Moret y quiso redactarlos de nuevo; en especial, Alesón quería aportar los fondos documentales franceses que Moret no había manejado sino de segunda mano y de modo parcial, y que al vianés le parecían imprescindibles para tratar los “reinados de nuestros reyes de la segunda estirpe que vinieron de Francia a reinar, comenzando por D. Theobaldo el primero”. Pero la Diputación le conminó a que no alterase los textos de Moret, ya aprobados por las Cortes. Alesón contestó que nadie estimaba más que él los manuscritos de Moret, aunque no debió de gustarle la advertencia. Añadió como suyos los apéndices que suman 114 folios y el tomo, dividido en 9 libros (del 21 al 29), dio un total de 536 folios más seis hojas y media finales y cubre desde el reinado de Teobaldo I al de Felipe III y Juana II.
En 1705 el cronista ofreció a las Cortes de Navarra en Sangüesa el tomo primero de la segunda parte de los Anales, es decir el cuarto, obra enteramente suya. Salió a la luz cuatro años más tarde (Pamplona), suma 710 páginas, más seis hojas sin numeración, y va dividido en 10 libros, que exponen la historia desde Carlos II hasta la muerte y sepultura de Leonor.
El quinto y último tomo (Viana, Cabeza del Principado del Reyno de Navarra, 1715) cubre la última parte de la historia de Navarra como reino con corona propia y aún va más allá, pues narra los hechos desde la sucesión de Francisco Febo hasta el saco de Roma (1527) y los orígenes de la compañía de Jesús. Es un volumen de 536 páginas más 6 hojas finales, cuyo texto se divide en 24 libros. Puede sorprender que este tomo, que apenas llegó a ver impreso, saliera de prensas vianesas. Pero la historia es simple. Alesón, enfermo, estaba en Viana y el impresor, Francisco Picart, trasladó a la ciudad el taller, a fin de que el cronista pudiera seguir los trabajos de cerca. Alesón, agravada su dolencia, pasó a Logroño, donde falleció. Seis años antes había comunicado a Diputación su ofrecimiento de tomar la edición a su cuenta y costearla con ayuda oficial, como la que se le dio para la impresión del tomo cuarto, aunque ésta le dejó empeñado y con deudas crecidas, según decía.
Dejó varios manuscritos y materiales con los que pensaba proseguir su obra. En la dedicatoria del quinto tomo adelanta la intención de añadir otro más, que, como se deduce de lo expuesto, no llevó a efecto.
Los conocimientos lingüísticos de Alesón los demuestra su participación en los Honores fúnebres que hizo el Real Consejo de Navarra a la piadosa memoria del Rey Philippo IV,(Pamplona, 1665) donde el jesuita estampa su elogio funeral en griego, latín, castellano, portugués, toscano, francés y vascuence. A veces se ha citado esta última versión como trabajo independiente,Gure Errege Filipe andiaren eriotzean euskarazco Klopak, pero no lo es. Alesón escribió su Elogio fúnebre al rey nuestro señor Felipe IV en vascuence, que va en las páginas 51-52 de los citados Honores. Y la versión vasca, en edición suelta, aunque lleva pie de imprenta de Pamplona y año 1665, salió de la imprenta parisina de Didot hacia 1863.
Como analista, Alesón ha recibido menos laureles y más críticas que su antecesor. No ha faltado, sin embargo, quien ha sostenido que “si tal vez como historiógrafo no conquistó la fama de su predecesor, le superó quizá en cultura general y conocimientos enciclopédicos”. De cuantos han arremetido contra Alesón, acaso el más virulento y contradictorio fuera P. Boissonade, que le echó en cara no haber aprovechado la obra de cronistas anteriores, ni haber recurrido a otras fuentes documentales que las del P. Moret y de ignorar “casi todas las obras francesas”. Basta una ojeada a las páginas de Alesón para comprobar que estas acusaciones son inconsistentes. Por su parte, el redentorista Luis Fernández y Fernández de Retana lo denigra como calumniador de Castilla y víctima de un navarrismo ahistórico; “Alerón, tan falto de crítica como indigno de fe cuando se trata de denigrar a Castilla”, “no hay derecho a faltar de ese modo a la honradez histórica envenenando las pasiones por medio de falsedades”, a propósito de cómo expone Alesón la muerte del mariscal Pedro de Navarra y la intervención del cardenal Cisneros en ella, imposible porque falleció antes que el navarro. Sobre el cronista no pueden caer tales dicterios, Alesón incluso llega a decir que a Navarra “jamás, ni en tiempo de sus antiguos reyes, se les guardaron más exactamente a sus naturales, sus leyes y franquezas” como tras la unión con Castilla.
Alesón tuvo, como Moret, algunas diferencias con los miembros de la Diputación del Reino, porque creyendo ellos que el cronista, ocupado como viceprovincial jesuita de Castilla en asuntos de la Compañía, no satisfacía las condiciones del empleo de cronista, acordaron por mayoría de votos -tres de cinco- privarle del salario anual, que montaba 150 ducados, por un cuatrienio. La cuestión llego al virrey de Navarra, marqués de Solera, que se dirigió a los diputados, a quienes acusó de incumplir lo dispuesto por las Cortes de Navarra, además de la desatención al jesuita, a la orden y al rey, al que él representaba y ante quien iba a elevar su queja. Los diputados se dirigieron al cardenal Portocarrero, presidente del Consejo de Castilla y al rey y luego enviaron a Madrid a dos de sus miembros. El fallo fue favorable al P. Alesón, porque la Diputación no podía retirar los salarios estipulados por las Cortes.
El P. Alesón impulsó las obras de la basílica de Loyola durante su rectorado y propició la construcción de la iglesia de San Ignacio en Pamplona, en el lugar donde se pretende que cayó herido el capitán guipuzcoano frente a las tropas navarras. Alesón entregó su salario de cronista y la bendición del templo (10.10.1694) se efectuó durante su rectorado pamplonés. Luego consiguió del virrey la ampliación del terreno en que, a sus expensas, hizo labrar casa y jardín para el capellán, que debía atender la lámpara perpetua que él donó a la capilla.
Bibliografía
J. Altadill, Biografía y obras del P. Joseph de Morete, Cronista de Navarra, en Certamen científico, literario y artístico de la ciudad de Pamplona, 1887, 31-143; A. Pérez Goyena, Ensayo de bibliografía navarra, II, 416-7, 427-8; 111, 33, 66-67, 99, 106-107; El segundo cronista de Navarra, P. Francisco Alesón, PV, y (1944), n.º 4, 43-65; El salario de un cronista de Navarra, en “La Avalancha”, XL, n.º 936 (9.4.1934), pp. 99-100; J.R. Castro, Historiografía. Los cronistas Moret y Alesón, TCP 118; Los anales, TCP 119; AGN, Sección de Historia, leg. 2, carpetas 24, 26, 30 y 31.