ÁLAVA
ÁLAVA
Las gentes y las tierras de Álava -La Llanada y su contorno montuoso- entran realmente en la historia durante el siglo IX como “marca” oriental del reino de Oviedo y barrera de contención de las incursiones lanzadas hacia los altos valles del Ebro por los emires de Córdoba y los Banu Qasi, sus satélites, dueños todavía de Calahorra y Nájera. Hasta comienzos de la siguiente centuria los alaveses aparecen también colaborando en ocasiones con los caudillos cristianos de Pamplona contra los musulmanes. Bajo Alfonso III y sus sucesores en León, los primeros condes conocidos de Álava fueron Vigila o Vela Jiménez, hacia el año 883, Munio Vélaz, hacia el 919, y Alvaro Herramélliz, casado éste con Sancha, hija del rey pamplonés Sancho Garcés I. Quedó luego el país en la órbita del condado castellano de Fernán González (932) y de sus dos inmediatos sucesores, súbditos formalmente de León, pero vinculados familiarmente a los monarcas pamploneses. Por virtud de estos lazos Sancho Garcés III el Mayor, protector de su joven cuñado el conde García Sánchez de Castilla (1017-1029), acabó encuadrando Álava en la monarquía pamplonesa. A ésta perteneció asimismo bajo García Sánchez III el de Nájera y Sancho Garcés IV el de Peñalén, y “por mano” de estos reyes tuvieron sucesivamente el territorio los seniores Munio González, Fortún Íñiguez, Munio Muñoz y Alvaro Díaz (don Marcelo).
Tras el regicidio de Peñalén (1076) Álava fue incorporada por Alfonso VI a la corona castellano-leonesa; pero con la ruptura del matrimonio de doña Urraca y Alfonso I el Batallador, este monarca la inscribió en su conglomerado soberano de Pamplona y Aragón. Separados a su muerte (1134) estos dos reinos, Álava siguió soldada, siquiera precariamente, a los dominios del rey pamplonés García Ramírez. Para intentar domeñar a la aristocracia alavesa y, en particular, al conde Ladrón, su hijo Vela y su nieto Juan Vélaz, que con frecuencia prestaron servicio a los monarcas castellanos, Sancho VI el Sabio reafirmó sus títulos de realeza sobre Navarra y Álava y desarrolló una política de implantación en territorio alavés de núcleos de población burguesa, vinculados directamente a la corona y aptos para suscitar una mutación de las arcaicas estructuras sociales y económicas. Sobre el modelo del fuero de Logroño, acomodado ya a Laguardia (1164) fundó las villas regias de Vitoria (1181), Antoñana (1182), Bernedo (1182), y la Puebla de Arganzón (1191), a las que Sancho VII el Fuerte añadió la de Labraza (1196). Por otra parte, uno y otro monarca procuraron encomendar a magnates de su confianza los castillos y “tenencias” de la Llanada, la propia Vitoria, y de su periferia, Aitzorroz, Arlucea, Treviño y Zaitegui. Con todo, gracias sin duda a la favorable acogida de gran parte de la nobleza local, Alfonso VII no halló dificultades para ocupar Álava en la primavera de 1199; sólo se defendió, como último bastión navarro, Vitoria, vencida (enero 1200) tras siete meses de asedio. En las treguas de Guadalajara (1200) debió de fijarse el trazado definitivo de la frontera navarro-castellana de Álava. Del lado castellano quedaban Contrasta y Santa Cruz de Campezo, y del navarro Zúñiga, Genevilla, Cabredo, Marañón, Bernedo y la línea de castillos que bordeaban por el norte la actual Rioja alavesa, Toro, Herrera, Toloño y Buradón, más San Vicente de la Sonsierra.
En los comienzos de su reinado (1234) Teobaldo I aún osó reivindicar Álava, declarada innegociable por Fernando III de Castilla. Casi un siglo después, Alfonso de la Cerda, pretendiente de la corona castellana, trató sin ningún éxito de halagar y atraer para su causa a Felipe III de Evreux, manifestando ostentosamente que Álava, como Guipúzcoa y Rioja, debían restituirse al reino de Navarra (1330). En el enmarañado juego político en que luego estuvo envuelto Carlos II, se manejó en varias ocasiones la baza alavesa. Por los arreglos de Uncastillo y Almudévar del soberano navarro con Pedro IV de Aragón frente a Castilla (1363-1364), Álava entraba en el cuantioso lote de dominios ofrecidos a Carlos II. También figuró por análogo concepto en el tratado de Liborune (3 de septiembre), suscrito con el propio rey castellano, Pedro I el Cruel, y sus aliados ingleses. Animado quizá por semejantes promesas, una y otra vez incumplidas y aprovechando sobre todo el turbio final de la guerra civil de Castilla, el monarca navarro penetró audazmente en Álava y se adueñó (1368) de Salvatierra, Vitoria y Santa Cruz de Campezo; sin embargo, el arbitraje del cardenal Guido de Boulogne dictaminó poco después (1373) su devolución al nuevo rey castellano Enrique II.
Bibliografía
J. M. Lacarra, Historia política del reino de Navarra desde sus orígenes hasta su incorporación a Castilla, Pamplona, 1972-1973, 3 vol.; G. Martínez Díez, Álava medieval, Vitoria, 1974, 2 vol.; S. Herreros Lopetegui, La génesis de la frontera navarra ante Álava “Vitoria en la Edad Media”, Vitoria, 1982, p. 135-163; A. Cañada Juste, Álava frente al Islam, “La formación de Álava”, II, Vitoria, 1985, p. 135-163.