ADORNO
ADORNO
Se observa cierta austeridad en la mujer y sobre todo el hombre navarro hacia el adorno, si se exceptúa cuando viste la indumentaria tradicional de ciertos valles. Una constante en la mujer y en las niñas han sido y son los pendientes. Para ello perforan las orejas de las niñas nada más nacer. La propia comadrona o en algunos casos la peluquera del pueblo han sido las encargadas de la operación.
Otro adorno casi constante, que en muchos casos ha perdido el valor profiláctico-religioso inicial, son las medallas religiosas y cruces, en metales más o menos preciosos y que suelen llevarse colgando del cuello con una cadena del mismo metal. El anillo de boda ha sido y es normal también en el adorno de la mujer casada. Los trajes típicos de ciertos valles (Roncal, Salazar…) han conservado los collares de cuentas de cristal o metal y la gargantilla (“bitxi” o miramelindo) metálica que se anudaba con un lazo de terciopelo o raso negro. También eran motivo de adorno en estos trajes botones plateados o dorados en los puños, así como la placa con que se sujetaban la saya las mujeres roncalesas (“amabitxi”). En el cabello, el “cintamuiskos”, o cinta de colorido vivo, era una constante en los valles pirenaicos, más austeros cuanto más occidentales. Los hombres casados no solían llevar alianza y era frecuente pedirla prestada para la ceremonia de la boda. El reloj de bolsillo que, los más pudientes cruzaban sobre la pechera, ha sido la secreta aspiración de la mayor parte de los hombres. A veces un ligero bigote contribuía al adorno masculino. La barba o perilla eran raros y -como el bastón- propios de personas de nivel social. A partir de 1950 se apreció un mayor deseo de ponerse joyas, no sólo en las mujeres sino también en el hombre, debido, tal vez, a un mayor poder adquisitivo.