ZUZA BRUN, ZACARÍAS
ZUZA BRUN, Zacarías
(Irurozqui, 9.12.1896-Bahía Blanca, Argentina, 2.9.1971). Poeta. A los diez años ingresó en el seminario de Vitoria, para pasar después al de Burgos. Ordenado sacerdote en noviembre de 1919, tuvo como primera actividad pastoral la de ecónomo de Zabalza. Pronto fue designado párroco de Adoáin. En los primeros tiempos de la dictadura de Primo de Rivera cumplió el servicio militar, como capellán castrense, en Pamplona y sus alrededores. En 1925 se trasladó a la república Argentina, siguiendo los pasos de su hermano Telesforo. Se instaló en Tandil, donde trabajó como coadjutor. Después pasó a Lobos, Magdalena, y Marcos Paz, pueblo éste en el que desarrolló, entre 1932 y 1937, una intensa actividad sacerdotal; concluyó la construcción de la iglesia parroquial. De Marcos Paz fue a San Pedro, a orillas del Paraná, donde permaneció hasta 1949. En esta fecha hizo un viaje a España, y pensó quedarse definitivamente, pero regresó de nuevo a la Argentina, convencido de que allí era más necesaria su presencia sacerdotal. Residente en Bahía Blanca, fue nombrado canónigo y arcedián de la catedral, y se dedicó también a la enseñanza como profesor del seminario y encargado de clases de Geografía Humana en la Universidad. Falleció en el hospital Español de aquella ciudad, a consecuencia de una embolia femoral.
A lo largo de su vida sacerdotal, cultivó asiduamente las letras. Su obra poética publicada comprende los libros Auras (1927), Rutas azules (1942), Poemas del buen amor (1949) y Sendas Blancas. A ellos hay que añadir una narración religiosa alegórica, de muy poco interés literario, titulada Hacia la cumbre o La Gran Señora.
Aunque Auras es todavía un libro inmaduro y escasamente personal, inspirado en los clásicos de la Edad de Oro y en el Romanticismo, con muy esporádicos toques modernistas, asoman ya en él los temas de la naturaleza y el dolor, que fundamentarán la posterior poesía de plenitud de Zuza.
Ésta se inicia en Rutas azules, donde el poeta se muestra más original, hondo y depurado, y enriquecido por la lectura de los líricos de tradición simbolista y la del Nuevo Testamento, que le suministra abundantes materiales.
Los poemas paisajísticos ya no presentan ahora una naturaleza crispada y hostil al modo del más desgarrado Romanticismo, sino una atmósfera de serenidad muy peculiar. Como una derivación de esa lírica del paisaje han de ser consideradas las composiciones sobre asuntos específicamente argentinos, entre las que abundan los nocturnos suavemente melancólicos. Como ocurría ya en Auras, cada paisaje tiende a vincularse a un determinado momento del día o/y del año explícitamente indicado (a veces ya desde el título: “hora de siesta”, “Luna en el campo”, “Sol de mediodía”, “Nocturno serrano”, “Mediodía en las altas cumbres”, “Tardeada en las altas cumbres”, “Noche en las altas cumbres”…), y esta peculiaridad se mantendrá en los ulteriores poemas del autor sobre la naturaleza. El tema del dolor aparece en este libro con menos frecuencia que en Auras, y a menudo enfocado con una óptica trascendente que lo adscribe al ámbito de la lírica religiosa. Su expresión poética es menos romántica y retórica en esta obra. Poemas como el tercero del Tríptico del olvido o el segundo de Ecos del sendero ostentan ya una calidad estética considerable.
Los contenidos religiosos adquieren en Rutas azules un rango primordial, aunque por lo general no dan lugar a versos de la altura artística de los paisajísticos, a pesar de ciertos estimables acentos lopescos.
Otra novedad de este volumen es la utilización casi exclusiva del soneto, dominado con evidente maestría. Sólo cuatro textos del libro dejan de atenerse a ese prestigioso módulo métrico. Entre ellos una elegía titulada “En la muerte de mi padre”, en la que suenan ecos de Manrique y Antonio Machado.
El siguiente libro de Poemas del buen amor, contiene ya únicamente sonetos. Sonetos paisajísticos, sonetos sobre temas argentinos en la línea de los de Rutas azules, sonetos del dolor y sonetos religiosos.
De todos los poemarios editados éste es el que concede papel más relevante a la naturaleza. No sólo porque a ella se dedican la mayoría de los sonetos del volumen, sino también porque los motivos paisajísticos aparecen asimismo en los poemas del dolor y los religiosos. Las estampas de primavera o verano y de mañana o pleno día predominan notoriamente sobre las otoñales, invernales, vespertinas y nocturnas, configurando el clima de “serena tranquilidad” que señaló en su prólogo al libro Francisco Javier Martín Abril. El perfecto dominio del soneto, la fluidez sintáctica, las hábiles aliteraciones y las imágenes y sinestesias contribuyen a unos resultados estéticos de alta calidad.
En los sonetos argentinos -de ambiente andino o pampeano- domina, en cambio, un tono elegíaco y nocturno de gusto romántico, a veces algo juanramoniano.
Los del dolor, que son escasos y giran en torno a motivos como la senda perdida, el cansancio del caminante, el sentimiento de frustración, la añoranza y el anhelo de paz, así como los religiosos, son, en su conjunto, menos originales y valiosos. En estos últimos se reiteran ciertos temas como la ausencia de Dios, el reflejo de Éste en la Creación, la aceptación de la voluntad divina y la muerte como principio de la verdadera vida.
La aparición de Poemas del buen amor será seguida por un largo silencio bibliográfico, que se rompe en 1971 con Sendas blancas. Quizá la novedad más visible de este libro sea la predilección por la silva arromanzada (a veces con algún pentasílabo o algún otro verso breve), hecho que refleja la actitud intimista adoptada ahora, tras la estela de Bécquer, Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado. Con más frecuencia que la pura descripción paisajística aparecen en estas páginas bien la compenetración entre la naturaleza y el alma del poeta, bien la introspección simbolista. Destacan en el libro las series “Poemas breves” y “Poemas nuevos”, que desarrollan una meditación metapoética alrededor del símbolo central de la rosa, encarnación sintética de la belleza del mundo, estímulo del canto.
En este contexto intimista, de lírica confidencial a media voz, se sitúan también la mayor parte de las composiciones religiosas de Sendas blancas, libro que, si bien no alcanza en su conjunto el nivel de excelencia de Poemas del buen amor, sí es el de factura más moderna entre todos los que escribió.