YEHUDÁ HALEVÍ
YEHUDÁ HALEVÍ
(Tudela, ca. 1075-?, ca. 1140). Poeta. Conocido durante mucho tiempo por el apodo “El Castellano” porque se le creyó nacido en Toledo. La similitud de las consonantes y el haber residido el poeta en dicha ciudad algunas épocas de su vida fue sin duda lo que llevó a este error. Después de beneficiarse el joven Yehudá Haleví de la atmósfera cultural de la corte de los Banu Hud de Zaragoza, se desplazó a Andalucía e hizo un alto en Toledo, ya entonces en manos de Alfonso VI. Allí estuvo un tiempo antes de llegar a Córdoba. En esta ciudad frecuentó los círculos intelectuales y literarios, en donde destacó por su precoz facilidad poética. El granadino Mosé Ibn Ezra escritor le invitó a ir a Granada. A su lado Yehudá Haleví perfeccionó su técnica, se dejó influir algo por la poesía árabe, y fue el principio de una amistad cuyo fin lo marcó la muerte de aquél a la que el primero le dedicó una larga y conocida alegía. A la llegada de los almorávides a la Península, en 1090, huyó de Granada, como tantos otros, hacia el norte. Fue de nuevo a Toledo. Eran bien acogidos los judíos en la corte de Alfonso VI. Volvió a Andalucía, porque le agradaba, sin duda, el trato con aquellos judíos formados en el refinamiento de los reinos de Taifas. Residió en Córdoba algún tiempo, viajó a Granada de nuevo, a Guadix, a Lucena y a Sevilla. De estos viajes se desconocen fechas e itinerarios exactos. Ejerció la medicina en algún momento de su vida; no era raro entre sus contemporáneos ejercer una profesión además de cultivar la literatura. Todas las noticias que se tienen hacen suponer que como persona fue una figura atractiva, de trato amable, dado a la amistad y al estudio, y muy sensible a los encantos que ofrecen la naturaleza y el amor.
Fue Yehudá Haleví un poeta precoz y prolífico. Sus temas favoritos en la juventud fueron el amor y el vino, la naturaleza y los amigos. Su poesía es delicada y tierna, de sutil belleza, y no es difícil observar en las imágenes de sus poemas amorosos cierta influencia de la poesía árabe, sin llegar a borrar el recuerdo bíblico que es en él constante, cualquiera que sea el tema que trate. Son estas poesías amorosas, acaso las más abundantes en su primera época, por lo general composiciones breves, monorrimas de forma qasida, y de una ternura y belleza poco común; baste un ejemplo: “Otra lava sus vestidos en el agua de mis lágrimas,/ y los pone a secar al sol de su hermosura./ No necesita el agua de las fuentes porque tienen la de mis ojos,/ ni otro sol que el de su belleza”. Las poesías de amistad, incluidas las epitalámicas, suelen ser más largas, pero aún así, no falta la ternura, sobre todo cuando se refiere al amigo ausente: Como las aguas de los torrentes/ me embargó tu hidalguía,/ como sombra protectora,/ como la humedad del rocío, le dice a un amigo. A Yehudá Haleví se deben los primeros versos conocidos escritos en castellano, dedicados también a un amigo, y son una jarcha, que era final del poema o se repetía después de cada estrofa.
A medida que avanza la edad del poeta y debido a cambios históricos por los que se deterioró el trato a los judíos, se acentúan en su poesía los tonos graves por los temas morales, religiosos o filosóficos. Malos fueron para aquéllos los años hacia el 1130, fecha que los judíos creían iba a ser un año mesiánico por excelencia, cuando ya los cruzados poseían Tierra Santa. Yehudá Haleví se hace eco en su poesía de estas circunstancias y vienen al primer plano de su interés los destinos mesiánicos de Sión, y la faceta religiosa y apologética destaca ahora en el que fue más bien profano poeta.
En aquel momento la situación de la religión judía en España no era fácil; tenía enemigos que la acechaban. Desde dentro, la secta caraíta; desde fuera, la filosofía neo-platónica, o ciencia griega. Cuando tenía unos cincuenta años, su gran obra apologética Kuzarí, continuando una tradición de literatura polémica y apologética que fue muy abundante en España a partir del siglo XI. Escribió este libro en árabe y en forma de diálogo, y está basada en un hecho histórico, que fue la conversión de un rey de los jázaros al judaísmo, hecho que aprovechó con acierto Yehudá Haleví. No estando este rey satisfecho espiritualmente en el ambiente de paganismo en que vivía, decidió ser instruido sucesivamente en las religiones cristianas y musulmanas, ignorando debidamente la judía, pero al no haberle convencido ninguna de las dos primeras llamó a un sabio judío para que le instruyera en la suya, a la que al fin se convirtió. Este sabio judío combatió el axioma aristotélico de la eternidad de la materia y la teoría neo-platónica de la emanación del mundo de las esferas, y basó su credo en la historia tradicional de las distintas revelaciones de carácter milagroso, lo que le llevó al postulado de la existencia de Dios. Así pues, su razonamiento giró alrededor de dos puntos principales: la revelación directa de Dios a los Patriarcas, a Moisés y a los Profetas, y la tradición ininterrumpida de que Dios guía al pueblo de Israel, ese pueblo que oyó directamente la palabra de Dios; esta tradición comprende la Historia y la Ley del pueblo elegido. En un breve resumen, al final del libro, habla el autor de la recompensa en la otra vida y de los límites de la investigación metafísica.
Unos treinta años más tarde de haberse publicado el Kuzarí fue traducido al hebreo por Yehudá ben Tibbón; y por segunda vez, no mucho más tarde, por Isaac Cardenal. El hecho de que en unos setenta años se hicieran dos traducciones de este libro ya demuestra lo oportuno de su aparición y la mucha influencia que tuvo en el mundo judío, y aún está vigente a pesar de los siglos transcurridos. Toda la filosofía expuesta en el Kuzarí la expone también Yehudá Haleví en la poesía de la época de su madurez. Para él, la intuición, la emoción del éxtasis podían conducir a la comunicación divina mejor que ningún sistema filosófico. Insistía en el mejoramiento moral, creía en un renacer del judaísmo desde dentro, a través de una emocional adhesión a la conciencia nacional. Se siente el poeta familiar con la inspiración divina, y aun instrumento de Dios. Creía que la penosa situación de su pueblo era un proceso histórico pasajero, que vendría el triunfo de la verdad, que se disiparían esas tinieblas y vendría la luz, Dios, que es la luz misma. Ponía su confianza en el Señor y aceptaba sus inescrutables deseos de que la redención fuera precedida de penas y destierro, según la más rigurosa tradición bíblica. El amor a Dios capacita al judío para reconocer en su enemigo al instrumento de la divina justicia, lo que le lleva incluso a amarle.
Estando el poeta en este estado de ánimo, decidió irse a Tierra Santa para poner en práctica su creencia de que la plenitud de la relación del Señor con su pueblo sólo podía tener lugar allí, como había defendido en el Kuzarí: ésta es la época de sus más conocidas y sentidas siónidas, algunas de las cuales, como otras de sus poesías religiosas, se cantan todavía en determinadas fechas de la liturgia sinagogal. Al fin partió para Tierra Santa, no sin dolor de dejar a España y a los suyos, (tenía una hija y un nieto), ni sin el reproche de sus amigos; empezaba el poeta a ser mayor y los riesgos del viaje eran muchos. No nos oculta el poeta sus momentos de duda y de temor, pero poniendo su fe y su absoluta confianza en Dios salió hacia Tierra Santa. El viaje fue largo y penoso con momentos de verdadero peligro. Todo lo cuenta en sus poemas del mar. Se hace evidente en estos poemas lo sensible que es el poeta a la inmensidad del cosmos, y en este sentido hay momentos que su poesía alcanza acordes de gran belleza; otras, por el contrario, la nota intimista, no menos bella, es la que domina. Se debate con frecuencia el poeta entre el miedo que le inspira el mar “cuando se hincha” y la alegría de poder llegar, a pesar de los riesgos a la gentil Jerusalén: “el sabor de tu tierra en la boca/ no me será más dulce que la miel?”. Sin embargo, lo más probable es que nunca llegara a Tierra Santa.
Escala obligatoria en este viaje era Alejandría. Allí se debió de quedar Yehudá Haleví más tiempo del que pensaba. Encontró en esta ciudad una próspera comunidad judía y varios amigos le ofrecieron su hospitalidad y protección; y volvió a cantar en su poesía la amistad, los banquetes y los jardines, como en su juventud, que ya era lejana en este momento; parece como si su ardiente deseo de ir a Tierra Santa se hubiera difuminado, pero se trasladó a Damieta, ciudad situada a la orilla oriental del Nilo, acaso para ir acercándose, puesto que alguna vez había expresado su deseo de ir allá por tierra, para bordear el Monte Sinaí. Estuvo en Damieta más de dos años y más tarde se trasladó a El Cairo. Se desconocen las razones del viaje. En su camino a El Cairo le impresionó el Nilo, río bíblico, testigo de tantos portentos, al que dedicó un poema.
Acaso murió camino de Palestina. Existe la leyenda de que fue asesinado a las puertas de Jerusalén por un árabe, pero la realidad es que son inciertos el lugar y la fecha de su muerte.
En su obra es preciso mencionar de manera especial su poema metafísico conocido con el nombre de Himno de Creación, muy trabajado, aunque sin artificios formales de metros y estrofas; estaban, sin duda, en la mente del poeta al escribirlo algunos de los Salmos, los de más altura poética y religiosa. Está dividido en cinco cantos. La idea dominante en el canto I es la omnipresencia de Dios, único y eterno pero lejano; hay misterio en su existencia, sólo está cerca de las almas puras. En los cantos II, III y IV se refiere a los distintos cielos, primero segundo y tercero respectivamente. En el II los arcángeles son la avanzada de este reino, atendidos por las demás huestes celestiales, su misión es la de atender y acompañar al Señor. En el III son los querubines el segundo cielo y recuerda la visión de Ezequiel. Narra la creación del universo, empezando por los luceros, que luego completa en el canto siguiente. En el IV es la tierra el tercer cielo. El hombre forma una categoría superior, creado a imagen de Dios, del que proceden ángeles, o sea, mensajeros del nombre de Dios. El canto V es un canto a Israel ya la religión judaica con participación de serafines y querubines.
Bibliografía
El Diwan de Yehudá Haleví está editado por H Brody en 4 volúmenes (Berlín, 1894-1930). De el Kuzarí existe, entre otras, la traducción inglesa sobre el original árabe de H Hirschfeld, Judah Hallevi´s Kitab al-Khazari, (Londres, 1903). Ed revisada 1931. Hay una traducción española de este libro del siglo XVII hecha por Jacob Abendana, reeditada modernamente por Jesús Imirizaldu: Yehudá ha-Leví, Cuzary, (Madrid, 1979). Como Bibliografía general: Yitzhak Baer, Historia de los judíos en la España cristiana. Traducida del hebreo por José Luis Lacave. Altalena, (Madrid, 1981). José María Millás Vallicrosa, Yehudá ha-Leví como poeta y apologista, CSIC (Madrid-Barcelona, 1949). La poesía sagrada hebraíco-española, CSIC (Barcelona, 1940).