UGARTEMENDÍA, PEDRO MANUEL
UGARTEMENDÍA, Pedro Manuel
(Andoáin, ca. 1770-?,1835) Arquitecto. Pronto se inició en la carrera militar y ya en 1798 era teniente de Infantería, y llegó años después a ser capitán graduado de Ingenieros. En los últimos años del siglo entró en contacto con la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, y en 1803 fue recibido como arquitecto. Para ello presentó un proyecto de un hospital general con capacidad para 1.300 enfermos, que constituye un buen exponente de las nuevas tipologías nacidas en el seno de la Ilustración.
En 1803, comenzó a trabajar en el País Vasco, donde desarrolló una exhaustiva labor en el campo de la arquitectura, trabajando todo tipo de temas como, por ejemplo, unos baños en Cestona (1803), una cárcel en San Sebastián y otra en Lizarza, un juego de pelota en Mondragón, el ayuntamiento de Villafranca de Ordicia, etc. sus intervenciones en arquitectura religiosa fueron también muy frecuentes, con otras en Urnieta, Deva, Berástegui, Oñaz, Elorriaga, Aránzazu y San Sebastián.
Su obra más importante fue el proyecto para la reconstrucción de San Sebastián tras la destrucción que sufrió en 1813, acaso encomendado a Ugartemendía porque entonces era inspector de Caminos de Guipúzcoa, lo que equivalía a ser el arquitecto de la provincia. Su propuesta estaba en la línea más moderna del neoclasicismo europeo, al organizar la ciudad en torno a una plaza octogonal porticada de la que partían unas calles radiales, que desembocaban en una trama ortogonal y rígida con manzanas de viviendas iguales en torno a un patio. Desgraciadamente, se rechazó por moderno y utópico, al no respetar la antigua distribución del suelo de la ciudad. Al fin, la intervención de Ugartemendía en el trazado de la ciudad se limitó a dictar unas ordenanzas de construcción, gracias a las cuales se dio la uniformidad en los alzados, que todavía conserva el casco viejo de San Sebastián. Años más tarde proyectó para la misma ciudad el cementerio de San Martín (1818) y el noble edificio de la nueva alhóndiga (1829).
Su huella en Navarra es menos importante, pero también realizó obras con las que difundió una nueva forma de entender la arquitectura. En fecha muy temprana (1807) dio las trazas para la iglesia de Irañeta: una planta centrada de cruz griega, en la que domina la sencillez y una perfecta simetría, que la vincula a obras de otros arquitectos contemporáneos como, por ejemplo, Silvestre Pérez. En 1826 presentó un proyecto de reforma para la conducción de aguas de Subiza a Pamplona, que no se llegó a realizar enteramente por su elevado coste, pero que demuestra un gran conocimiento de los temas hidráulicos, posiblemente debido a su formación como ingeniero.
En 1818 se le encargó el proyecto para la casa consistorial de Puente la Reina que tampoco llegó a materializarse, y en la década de los 30 realiza una serie de proyectos para Pamplona. Entre ellos, destacan el diseño de la Casa Inclusa de esta ciudad, realizado en colaboración con el también arquitecto académico, aunque mucho más joven que él, José de Nagusía, o el gran Teatro (1833) proyectado para la calle Mayor, dentro de la línea marcada por el de Silvestre Pérez en el de Vitoria, y que finalmente se realizó en la Plaza del Castillo y bajo la dirección del ya citado Nagusía que modificó notablemente el proyecto original. De haberse llevado a cabo estas dos obras, hubiesen marcado dos hitos en la arquitectura navarra del siglo XIX.
También diseñó la reforma de la fachada del seminario conciliar y dos casas propiedad de la catedral.
En 1831 solicitó a la Academia ser nombrado Académico de Mérito.