TAURINOS, CARTELES
TAURINOS, Carteles
Las corridas de toros fueron en cualquier época y lugar de Navarra, espectáculos públicos, multitudinarios, desarrollados al aire libre y, hasta avanzado el siglo XIX, programados por los municipios con motivo de fiestas patronales, con la finalidad de proporcionar esparcimiento al vecindario. Las autoridades navarras anunciaban tales funciones para general conocimiento, sin finalidad propagandística al objeto de atraer espectadores; también, cual advertencia, al recordar que los ejercicios con reses bravas, entrañaban siempre peligrosidad. En tiempos ancestrales, la única forma de “hacer saber” los detalles necesarios para estas diversiones la proporcionaba el pregón, propagado mediante bando, articulado con voz sonora, precedido del son estridente del cornetín.
A finales del siglo XVIII, raras veces, se fijaba texto escrito en sitios preferentes de villas y ciudades navarras, anunciando los festejos taurinos; precisaba “aranceles” de las diferentes localidades, “hora” del espectáculo y determinadas “prevenciones”, o acciones prohibitivas, que incumplidas se sancionarían. Se trata de los primeros carteles taurinos estilados en Navarra, entendiendo por tales, noticias consignadas en papel, pieza de tela, o lámina de naturaleza variable, sin que pueda considerarse cartel taurino las invitaciones dirigidas a las autoridades para asistir al espectáculo, aunque el contenido del escrito lo fuera y se redactara estereotipadamente.
En Navarra, sobrepasada la primera década del siglo XIX, el progresivo desarrollo de la imprenta, permitió, con relativa periodicidad, el empleo de impresos notificadores de fiestas con bóvidos furibundos. Contenían los siguientes detalles, expresados en el siguiente orden: días de funciones, suertes a realizar, presidencia, toros, diestros encargados del “desempeño de la plaza”, hora de comienzo, precios de las distintas localidades y, en ocasiones, prohibiciones para el concurrente. Si se recuerda que las corridas de toros fueron el único espectáculo nacional presidido por la autoridad, se comprende la necesidad de conocer los programas con anterioridad a conceder el placet, por lo que se exigió el previo envío del cartel anunciador para su examen. Esta circunstancia se recogió en las sucesivas reglamentaciones taurinas y persiste en la vigente legislación, a tenor de lo señalado en el artículo 49 del “Reglamento de espectáculos taurinos”.
Así nacieron los carteles de las corridas de toros, cuya evolución histórica puede seguirse en Navarra y establecer hitos, que semejan eslabones de larga cadena que llega hasta nuestros días. Pamplona, titulada en los documentos “Cabeza del Reino” resulta, en los usos y costumbres tradicionales, ejemplo que tienden a imitar los municipios coetáneos navarros; si se toma como paradigma, cabe asegurar que al primitivo bando anunciador de las fiestas con toros, reemplaza el simple papel escrito y a éste el impreso. Uno de estos ejemplares, quizá el más antiguo de Navarra, corresponde al año 1816 en Pamplona, sin embargo, es posible que no sea ortodoxo cartel y sí programa de fiestas, al anunciar corridas de toros y otros motivos, como bailes y teatro. Similar a los de años sucesivos, no siempre correlativos, acusan formato repetido, rectangular y apaisado, dimensiones aproximadas de 36 por 26 centímetros, impresión nítida, caracteres tipográficos variados, enmarcado el texto mediante orlita bella y artística. Los pormenores taurinos ocupan prácticamente todo el espacio, con notas finales redactadas telegráficamente, advirtiendo que los “boletos” se diferenciarán para cada función, se darán representaciones teatrales, días de fuegos de artificio y de “Feria Franca”.
Hacia el año 1841 se enriquece el cartel, con viñeta taurina que encabeza el texto, dibujada con cierto primitivismo y atractivo impresionista. Se incrementa desde esta fecha la vistosidad y ornato de los carteles pamploneses, especialmente cuando las corridas de toros dejan de celebrarse en el coso de la Plaza del Castillo, en agosto de 1843, y a partir de 1852, coincidiendo con la inauguración de la segunda plaza de toros fija pamplonesa, construida sobre la anterior o litigiosa. De esta última data se conservan diferentes carteles para el mismo año y sobresale uno mural a varios colores, captando una sección del coso, en cuyo fondo se divisa abigarrada muchedumbre de espectadores que, observados con aumento, permite apreciar pancarta de peña taurina, mientras en la escena del primer plano aparece picador con su vara cuando inicia el clavar la puya a la embestida del toro, mientras diestro de a pie se dispone a ejecutar quite con su capote.
El cartel siguiente, año 1853, merece recordarse, al representar los toros llegando a la plaza, primera reproducción gráfica del encierro, cuya autenticidad la patentiza el exhibirse para los pamploneses espectadores de aquella “entrada” de los astados intrapuertas de la ciudad, en la estrenada plaza del año precedente. Desde 1853 cambian los carteles, formados por papel de edición con cromatismo variable, disposición vertical del texto, formato irregular en folio y cuartilla; su calidad tipográfica es pasable, pero recogen algo positivo respecto a sus predecesores: nombres de los espadas y toreros componentes de la cuadrilla.
En 1862 aumenta considerablemente el tamaño del cartel, 37 por 22 centímetros, en papel blanco y resistente, motes de los toros a lidiar, ganadero y divisa. Sigue un periodo, hasta 1882, con falta de uniformidad en las dimensiones y caracteres de los carteles-programas sanfermineros. Al coleccionista le será difícil adquirir ediciones originales, substituibles por serocopias y fotografías reproductoras, más lo anunciado deberá tomarse con precaución al no cumplirse en ocasiones, pues toros y toreros, con relativa frecuencia, crearon problemas insolubles y fueron reemplazados.
A partir de 1882 se inicia nueva orientación en los carteles-programas y son numerosos los coleccionistas que los atesoran. Se van convirtiendo en folletos, cada vez más extensos, con portada preciosista, entremezclada con motivos variados y gama colorista; despiertan al contemplarlos sensaciones agradables, con perfiles de bellos recuerdos taurinos, dignos de reproducirse y orlar las paredes de museo taurófilo. Su estudio resulta aleccionador, revelan la psicología del momento de su edición y reflejan ambiente enmarcable en el año que anuncian con engranaje de sucesos; se trata de escenas pictóricas que deleitaron a nuestros abuelos y, los de las primeras décadas del siglo XX, resultan presas del ayer cercano. Su elección nunca fue al azar, al ser precedidos de concurso público, remunerado y bajo lema, con apasionadas discusiones y votaciones entre los jurados que se conservan, donde acostumbra a brillar la imparcialidad condicionada por la sensibilidad particular de cada componente del tribunal.
Durante las últimas décadas, en Navarra y en cualquier lugar donde se celebren funciones taurinas, se editan estos carteles-programas y son testimonio de estilos y hechos plausibles localistas. Rivalizan las comarcas por editar ejemplares preciosistas, con meritorios textos literarios y grafismo colorista, con impresión excelente y pulcra. Se han conservado numerosos ejemplos del ingenio derrochado por los artistas locales, testimonio costumbrista de la afición existente en amplias zonas de Navarra.