SINDICALISMO
SINDICALISMO
Navarra era en la postguerra una provincia con un escaso proletariado industrial. Sin embargo, recibió de los dos polos dinámicos de España los elementos propicios para la creación de un clima favorable a la industrialización. De Cataluña llegaron algunos industriales que habían huido de la zona republicana. De Guipúzcoa y Vizcaya, fundamentalmente asesoramiento técnico y técnicos especializados. Unido a esto, la figura del constructor navarro Félix Huarte, embarcado en obras de envergadura nacional, sería la que daría un gran paso de cara a la industrialización de la provincia.
Desde 1952, la Diputación Foral de Navarra se lanzó una acción estimulante, secundada por los Ayuntamientos. Se empezó a dar facilidades para la implantación de industrias, estableciendo determinadas bonificaciones sobre impuestos, adquisición de terrenos, etc. A partir de 1964, la gestión foral entró de lleno en la planificación industrial provincial, sentando las bases de una nueva etapa más dinámica.
El desarrollo industrial se posibilitó fundamentalmente a partir de 1960, con la creación de Papelera Navarra y Authi, el auge de la fabricación de electrodomésticos y el comienzo de la explotación de los yacimientos potásicos.
Al trabajo industrial llegó un proletariado que procedía, sobre todo, del campo y que carecía de una conciencia clara de clase.
La historia del movimiento obrero navarro (del sindicalismo) posterior a la guerra no comenzó, sin embargo, en los años 60 con el impulso de industrialización. En la década anterior ya había protagonizado dos luchas importantes.
Las organizaciones obreras de postguerra en Navarra tienen sus inicios en los movimientos apostólicos de la Acción Católica, especialmente en la Hermandad de Obreros de Acción Católica (HOAC) y en la Juventud Obrera Católica (JOC), junto con sus correspondientes ramas femeninas (HOACF y JOCF).
Una vez que estos movimientos apostólicos diocesanos tuvieron solera y prestigio, nacieron, hacia 1960, y desde el entorno de la Compañía de Jesús, Vanguardia Obrera Social (VOS) y Vanguardia Obrera Juvenil (VOJ), equivalentes o paralelas, más o menos, a HOAC y JOC respectivamente.
VOS y VOJ nacieron con fuerza y entusiasmo, pero sin posibilidad de desplazar la solera de la Acción Católica. Hubo fuertes discrepancias entre los miembros de ambos movimientos. Por ejemplo, los actos del 1 de mayo se organizaban conjuntamente pero latía una lucha sorda por ver quién hablaba en el mitin público o quién diseñaba el cartel anunciador. Pero, en definitiva, quien llevaba el peso de la dirección era la HOAC, que era quien había organizado los primeros 1 de mayo -Vanguardia Obrera se sumó a la organización con posterioridad- y sobre quien recaía la concesión de la autorización gubernativa.
Si con anterioridad se había dado algún tipo de organización, aunque no de forma estructurada y medianamente estable, el movimiento obrero navarro reivindicativo arranca de la huelga de Frenos Iruña (la primera después de la huelga general de 1955), en 1966. La organización que empieza a surgir se basaba en comités de empresa donde participaban, fundamentalmente, los militantes de las organizaciones cristianas citadas.
Un histórico luchador -casi por libre-, el comunista Francisco Sánchez Cortázar, fue quien primero intentó una ruptura en la ideología del movimiento obrero: trató de que los grupos (muy cerrados) se abriesen y de que la organización se convirtiera en aconfesional a fin de hacer posible la entrada de trabajadores independientes.
Los movimientos de Acción Católica desarrollaron entonces la teoría del compromiso temporal de los cristianos y trataron de vencer la posición aperturista. En esta batalla se abrió paso una nueva organización: las Comisiones Obreras (CC.OO.).
CC.OO. comenzó a tener carta de naturaleza en Navarra como organización unitaria en 1965-1966. Aglutinaba a las distintas siglas existentes. En los primeros momentos -con la lucha por la confesionalidad o aconfesionalidad- participaron de forma estable la Acción Sindical de Trabajadores (AST) y la Unión Sindical Obrera (USO). La primera podría ser considerada como un sindicato aconfesional y estaba integrado por militantes de VOS y VOJ (dio origen años más tarde a la ORT u Organización Revolucionaria de Trabajadores); la segunda, como un sindicato de corte confesional, estaba formada por los de HOAC y JOC. Quien no participó de forma permanente fue el Partido Comunista de España, pese a haber sido uno de los grupos promotores de las CC.OO. Hay que señalar que USO participó en las CC.OO. de Navarra debido al carácter unitario que éstas tenían, mientras que en el conjunto estatal sólo estuvo dentro de ellas hasta 1967.
Por otro lado, apareció en Navarra un sindicato de la línea izquierdista de Falange, pero no llegó a tener una presencia real en el movimiento obrero.
La característica más importante de aquellas CC.OO. de Navarra fue que era un movimiento unitario, debido quizá a la propia juventud del movimiento obrero. Mantuvo una ruptura importante con el movimiento obrero anterior, lo que quiere decir que tuvo el defecto de no recoger la experiencia precedente y, al mismo tiempo, la virtud de no arrastrar sus vicios. El resultado fue una organización muy combativa, con una conciencia de unidad muy fuerte y una gran capacidad de solidaridad.
En 1966, cuando se produce la primera declaración de constitución de las CC.OO., estaban ya presentes en empresas como Potasas de Navarra, Super Ser, Eaton Ibérica, Frenos Iruña y Perfil en Frío.
Las CC.OO. se organizaron inicialmente en cada empresa. Posteriormente se creó la coordinadora de empresas, reuniendo a un representante de cada una de las mismas. Más tarde, con su desarrollo, se organizó por sectores-zonas: Landaben, carretera de Zaragoza, pequeña empresa y zona centro. En una etapa posterior se creó la zona de Burlada-Villava-Huarte. Cuando ya hubo siete zonas, en 1969, se formó el primer Secretariado Provincial, con otras tantas cabezas con distintas responsabilidades, pero sin un máximo representante que actuase como secretario provincial. Años más tarde serían creadas las zonas de Tudela, Aoiz, Alsasua y Tafalla.
En cuanto a la organización de base, en las empresas funcionaba la comisión obrera, compuesta por un grupo de personas muy seleccionadas y de las que se tenía plena seguridad. No hay que olvidar la época de represión que se vivía. Existían asimismo las comisiones ampliadas (la comisión invitaba a algunos trabajadores, sin decirles que les convocaban las CC.OO., para tratar de algún problema concreto), que, además de captar nuevos militantes, acrecentaban el número de los concienciados.
Cuando estalló la huelga general de 1973, las CC.OO., que en cada fábrica estaban formadas por un grupo de ocho o diez personas (que, además, compaginaban su militancia ilegal y clandestina con la representatividad legal y pública dentro del único sindicato permitido, la Central Nacional Sindical -CNS-), contaban en Pamplona con unas 300 personas dentro de la organización; en las comisiones ampliadas había del orden de 500 a 600 trabajadores.
No puede decirse, sin embargo, que las CC.OO. aglutinaran sin esfuerzo las distintas corrientes de opinión existentes en su seno. Pasó por serias crisis que atentaron contra su unidad interna y su ideología. El primer intento de división fue protagonizado por Komunistak (posteriormente, Movimiento Comunista de España -MCE o EMK-) que pretendía que las CC.OO. tuvieran un carácter más revolucionario. Esta opción, no obstante, no llegó a cuajar debido a que la conciencia unitaria tomaba cada vez más fuerza en las bases de CC.OO.
El segundo intento corrió a cargo del Partido Comunista de España-internacional (PCE-i), y concretamente del grupo que más adelante pasaría a formar el Partido del Trabajo de España (PTE), que pretendía crear un ala revolucionaria y que las CC.OO. asumieran un papel más político.
El tercer intento de romper la línea de las CC.OO. -intento sindical y no político como los dos anteriores- fue protagonizado por la denominada “Coordinadora de las quince empresas”, hacia 1974 ó 1975, que criticaba el funcionamiento de las CC.OO. debido a problemas organizativos internos.
Estos años previos a la democracia y a la libertad sindical se manifestaron asimismo por una falta de medios informativos para la organización sindical. Su información se transmitía primordialmente a través de octavillas y panfletos editados en multicopistas y ampliamente difundidos. Se trataba de un material que, salvo en los folletos de formación de carácter interno, era apasionado, agresivo, propagandístico (y, por lo tanto, carente de objetividad), parcial, revolucionario, político, triunfalista, directo, apresurado, lleno de tópicos.
En 1973 comenzaron a salir las primeras “Rimas del Pueblo”, nacidas de la pluma de Víctor Manuel Arbeloa aunque figurasen como anónimas. Según su autor (1978): “La Rima nacía en el autobús, en el tren, durante la reunión clandestina, durante el funeral, a altas horas de la noche, o en la misma cárcel. Había que llegar a tiempo a la manifestación, a la salida de misa, había que buscar el más seguro “ciclostil”, enviar las copias a Tudela, a Estella, a Barcelona, a Bilbao, a Madrid… Tirábamos las hojas desde los coches, por la noche; las metíamos en los buzones; las dejábamos a la salida de las fábricas; las repartíamos a veces en las concentraciones”.
Cada huelga, cada manifestación tenía su prensa que la convocaba. Hacer una relación de todas sería prolijo y, posiblemente, incompleto. Basta, por tanto, citar las que tuvieron en su día y para tiempos posteriores una mayor significación, las que reforzaron la causa del movimiento obrero o las que, como la primera que se va a citar, supusieron una ruptura con la situación política del país. Esta relación debe finalizar con el término de la dictadura, con la huelga general de 1975, en apoyo a los trabajadores de Potasas de Navarra, época en la que ya empieza a saberse quién es quién en el mundo sindical y cuando las organizaciones sindicales -ilegales todavía- empiezan a moverse a la luz pública con cierta permisividad y tolerancia.
Así pues, en la relación de huelgas más importantes habría que señalar la huelga general de 1952 (tres días de paralización de Pamplona), iniciada a raíz de una subida en el precio de los huevos; huelga general de abril de 1955 (una semana de paro laboral) en solidaridad con los trabajadores de la fábrica de calzados de López Hermanos; huelga de Frenos Iruña, en 1966; diez días de huelga en Imenasa, en 1968; huelga de Super Ser en mayo de 1969; huelga de Industrias Esteban en 1970; huelga de mes y medio en Eaton Ibérica, en 1971; huelga también de mes y medio en Imenasa, en 1971; huelga de Torfinasa, del 30 de noviembre de 1972 al 17 de enero de 1973, finalizada al producirse el secuestro por ETA V Asamblea, del director de la fábrica, Felipe Huarte; un mes de huelga en Potasas de Navarra en 1973; huelga general de junio de 1973 (diez días) en solidaridad con los trabajadores de Motor-Ibérica, que llevaban un mes de paro; dos semanas de huelga en febrero de 1974 en Potasas de Navarra, con cuatro días de encierro en la mina de tres centenares de mineros; la huelga general de diciembre de 1974, preparada por los paros de varios miles de trabajadores que venían realizando huelgas en sus propias empresas; y huelga general de seis días en enero de 1975, en solidaridad con los trabajadores de Potasas de Navarra (que llevaban casi dos meses de los tres y medio que duraría su huelga) y con el encierro de 47 mineros en el pozo de Esparza, en el que permanecieron tres semanas.
En enero de 1974, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) había reconocido formalmente a las CC.OO. como movimiento organizado de los trabajadores españoles.
El 30 de marzo de 1975 las Cortes aprobaron la Ley de Asociación Sindical, que llevaría a una serie de normas que habían de canalizar la nueva vida sindical del país y producir el desmantelamiento de la Central Nacional Sindical. Una disposición de 28 de abril de 1977 crearía el Registro de Entidades Sindicales; en días sucesivos, los diversos sindicatos fueron legalizados.
A esta nueva etapa se llegó con una crisis de unidad mezclada de euforia sindical. Las clandestinas CC.OO. habían visto cómo quienes las integraron se iban hacia nuevas opciones diferenciadas -dependiendo de los partidos políticos que estaban tras ellas, aunque no en todos los casos- desde las que indefectiblemente se harían llamamientos a la unidad sindical.
Al margen de los sindicatos históricos (Unión General de Trabajadores -UGT-, Euskadiko Langilleen Alkartasuna -ELA- y Confederación Nacional del Trabajo -CNT-), que no se habían mostrado excesivamente activos, la USO había retomado su identidad y habían nacido tres sindicatos de las bregadas CC.OO.: CCOO (siglas gráficamente escritas aquí sin puntos para diferenciarlas de las CC.OO. de la clandestinidad), Sindicato Unitario (SU) y Confederación de Sindicatos Unitarios de Trabajadores (CSUT). En el ambiente nacionalista independentista de izquierda surgió Langille Abertzale Batzordeak (LAB).
En cuanto a la adscripción política de los sindicatos, resultó en esos primeros momentos muy difícil por compleja y confusa (complejidad y confusión propias de cuarenta años, de prohibición sindical). Así, en UGT, además de socialistas, había una muy importante presencia de militantes de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR-LKI): en ELA, a los afiliados se les vinculaba (olvidadas reminiscencias jesuíticas) con el nacionalismo moderado próximo al Partido Nacionalista Vasco* (PNV); la CNT seguía fiel al anarcosindicalismo; a USO no se le conocía militancia política (años más tarde recibiría el apoyo -más simbólico que real- del Partido Carlista) y sus afiliados provenían, sobre todo, de los movimientos de Acción Católica; en las CCOO dominaban el Movimiento Comunista de España (MCE-EMK) y el Partido Comunista de España (PCE); el SU estaba controlado por la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT); en la CSUT destacaba el Partido de los Trabajadores de España (PTE); y en LAB, finalmente, se encuadraban gentes próximas a los abertzales Euskadiko Ezkerra (EE) y Herri Batasuna (HB).
El confusionismo a que se ha aludido habría de dar paso, poco a poco, a una clarificación de ideas y a un decantamiento por parte de los trabajadores, una vez pasada la primera etapa de euforia. En operaciones traumáticas, UGT se liberó de la carga de los “trosquistas” de LKI para quedarse en meramente socialista; CCOO echó fuera al EMK; el SU y la CSUT se mantuvieron mientras pudieron; LAB consiguió desembarazarse de los militantes de EE.
En cuanto a los desplazados, los de LKI buscaron acomodo, fundamentalmente, en CCOO; los de EMK ensayaron diversas fórmulas, desde la Candidatura Unitaria de Izquierda (CUI) hasta la Coordinadora Unitaria de Izquierda Sindical (CUIS); SU y CSUT, al desintegrarse, optaron mayoritariamente por entrar en UGT y CCOO; los de EE buscaron su refugio en CCOO. No hay que despreciar, sin embargo, el número de quienes se orientaron sindical y políticamente hacia el nacionalismo radical que representaban LAB y HB. Por otra parte, aunque en la crisis que la USO sufrió en el otoño de 1977 a nivel estatal, algunos de sus máximos dirigentes pasaron a UGT, en Navarra no se produjo ninguna deserción.
Así las cosas, y todavía en la primera situación citada (sin trasvases de hombres) de la libertad sindical, se llegó a las primeras elecciones sindicales democráticas, convocadas al amparo del Real Decreto 3.149/1977, de seis de diciembre, publicado en el Boletín Oficial del Estado del 13 de diciembre del mismo año. A partir de la primera decena de enero de 1978 comenzó en Navarra la lenta marcha de votaciones y escrutinios.
Fueron unas elecciones de urgencia y en ellas faltaron tres requisitos básicos: el censo, la campaña electoral y las fechas de inicio y terminación de la consulta electoral. Esto se explica por la necesidad que hubo de sustituir al sindicato oficial que había sido desmantelado y a la urgencia de clarificar la fuerza real de los nuevos sindicatos.
Tras cinco meses de elecciones sindicales, y ya prácticamente finalizadas, se dieron unos resultados sorpresivos: en el recuento oficial, las candidaturas de independientes o no afiliados habían logrado 473 delegados sobre los 2.614 elegidos en 887 empresas, correspondiéndoles la victoria; en cuanto a las centrales sindicales, la primera fuerza era el SU, con 269 delegados; a continuación, con un delegado menos (268) figuraba CCOO. Si se atiende al recuento efectuado por “Diario de Navarra”, los delegados elegidos fueron 2.837, en elecciones celebradas en 867 empresas. El triunfo correspondió asimismo a los independientes o no afiliados, con 752 delegados; las centrales sindicales, por su parte, presentaron sus siguientes totales: CCOO, 488; SU, 432; UGT, 410; CSUT, 305; USO, 173; ELA, 120; LAB, 95; CGCM, 27; y otros sindicatos, 35.
La improvisación de las elecciones -la improvisación del propio movimiento sindical libre, habría que decir con mayor propiedad- iba a pasar factura rápidamente. En el último trimestre de 1980 volvieron a celebrarse elecciones sindicales (a efecto de cómputo oficial de representatividad eran válidas las elecciones realizadas desde la entrada en vigor del Estatuto de los Trabajadores, de 15 de marzo de dicho año). Las urnas depararon una nueva situación, mucho más acorde con lo que la Navarra laboral iba a ser en toda la década del 80.
Los no afiliados superaron con creces a cualquier central sindical (tendencia que se iría reduciendo en años sucesivos). UGT saltó desde el tercer lugar del ranking sindical al primero. USO -la sorpresa de estos comicios- pasó del quinto puesto al segundo (poco a poco, en los años siguientes, volvería a la posición de 1978). CCOO bajó sensiblemente, en buena parte debido al profundo trauma que le supuso la expulsión de sus dirigentes provinciales (militantes o próximos a EMK); del primer puesto en 1978 cayó al tercero, para asegurarse el segundo en los años siguientes. ELA se convirtió en la cuarta fuerza sindical navarra (sentando bases sólidas para quedar más adelante como la tercera). LAB buscó asimismo su acomodo en el quinto puesto (tras el descenso en años posteriores de USO, pasaría al cuarto). La debacle fue para el sindicalismo hasta poco antes aparentemente más entroncado con la realidad del mundo de las fábricas y centros de trabajo. SU y CSUT quedaron de hecho borrados del mapa sindical; su extinción definitiva no tardaría en llegar.
Estas elecciones sacaron a la luz pública otras realidades que se estaban gestando: gentes procedentes de la escisión de CCOO de los restos de SU y CSUT se agrupaban en torno a unas Candidaturas Unitarias de Izquierda, no constituidas todavía en sindicato legal pero que habían de ser la base de la CUIS; por otra parte, cuadros y mandos de las principales empresas tomaban conciencia de la necesidad de su organización en un sindicato; finalmente, habían surgido algunos sindicatos de ámbito exclusivo de empresa o de sector, en los que se afiliaban personas desencantadas de la lucha sindical de las centrales legales o que no querían someterse a la disciplina política entonces imperante en la mayoría de ellas.
La nueva realidad sindical, más acorde, como se ha dicho, con lo que la Navarra laboral iba a ser en toda la década, pronto (nueve meses antes, incluso, de que las elecciones sindicales la confirmasen) tuvo ocasión de mostrar su verdadera imagen. El 12 de enero de 1980, la Federación de Asociaciones de Pequeña y Mediana Empresa de Navarra (FAPYMEN) y las centrales sindicales CCOO, UGT y USO firmaron (días después se sumarían también ELA y la Confederación General de Cuadros -CGC-) un “Acuerdo base sobre normas para la negociación colectiva en Navarra”.
Las firmas de Juan Antonio Ibiricu, Arsenio Fernández, Miguel Izcue, Tomás Escriche y Javier Pomés, por FAPYMEN; de Adriano Santalla y Juan José Gorricho, por UGT; de Javier Zabaleta y Juan Salmerón, por CCOO; de Ricardo Echandi y Javier Arteaga, por USO; y, unos días más tarde, de José María Lavado, por ELA, y de David Irigoyen, por CGC, daban el carpetazo definitivo a los comportamientos asamblearistas anteriores. El sindicalismo, débil todavía, se había asentado definitivamente en Navarra.