SEL
SEL
Las Ordenanzas del Valle de Baztán los definen como “trozos de terreno a propósito y en parajes adecuados para que el ganado pueda resguardarse de las inclemencias del tiempo”: temporales de lluvia y nieve, calor veraniego, vendavales. Están ocupados por matorral alto y sobre todo por bosque espeso, natural o de repoblación, que cumplen la función de proporcionar sombra, en el verano, y abrigo, en el invierno, al ganado lanar preferentemente, y también al bovino, caballar y porcino. Por extensión se llaman asimismo seles las majadas pastoriles, donde se cubila el ganado, estén o no cubiertas de arbolado. Los seles baztaneses y de los valles cantábricos navarros, en general (los de Goizueta, p. ej.), tenían forma rectangular (243 por 156 m) o cuadrada (195 m de lado), mientras que los de Guipúzcoa y Vizcaya eran circulares. Había seles estivales en las partes altas e invernizos en las bajas, los primeros más extensos que los segundos. Su amojonamiento se hacía de la siguiente manera: Un mojón en el centro, con un cruz grabada en su cabeza, mirando sus líneas a cuatro mojones que se ponían en los cuatro lados del sel; a los cinco mojones se les ponían testigos de teja a los dos lados; no era infrecuente que se añadieran otros cuatro, uno en cada esquina, de modo que en total resultaban nueve. Al mojón central se llama en vasco austaria, piedra cenizal, porque en él tenía el pastor la obligación de encender el fuego. Los seles que el Valle de Baztán posee en Urdax y Zugarramurdi son de invierno y se agrupaban en bustos. Esta palabra figura también en las Ordenanzas de dicho Valle -y con mayor frecuencia- como sinónima de rebaño de ganado bovino; bustaliza, en cambio, aparece como equivalente a sel.
Fueron sometidos a lo largo de los siglos a talas y roturas, especialmente los invernizos, muchos de los cuales acabaron transformándose en caseríos de labranza. En los valles pirenaicos orientales de Navarra el equivalente de sel es mosquera, nombre que alude, según unos, a que en los parajes sombríos y arbolados donde se cobija el ganado durante las horas más calurosas del verano se refugia también el mosquerío, y según otros, a que con el movimiento de las hojas se ahuyentan las moscas. Aunque sigan figurando en las Ordenanzas rurales de algunos pueblos y valles, los seles y mosqueras han perdido de tal manera su significado y función primigenias que muchos pastores y ganaderos jamás han oído hablar de ellos.