REVOLUCIÓN
Generalmente se entiende con dicho concepto el cambio violento en las instituciones políticas de una nación. Los hechos acaecidos en Francia en 1789 afectaron a la condición jurídica de reino soberano de la baja Navarra, que pasó el 15 de enero de 1790, junto con el resto del país vasco-francés y el Bearn a formar parte del departamento de los Bajos Pirineos, hoy Pirineos Atlánticos. Guerra de la Convención*. (Límite provincial*).
La revolución europea de 1830
Repercutió en Navarra casi exclusivamente por su carácter fronterizo, que la convirtió una vez más en zona de incursión de fuerzas armadas. Desde la reimposición del absolutismo por Fernando VII (III de Navarra) en 1823, se había desarrollado -principalmente en Gibraltar, Inglaterra y Francia- una continua actividad de conspiración por parte de los refugiados españoles, entre ellos Espoz y Mina*. La revolución de 1830 en Francia -que arrojó a los Borbones de aquel trono y entronizó a los Orleans- hizo pensar a los conspiradores que obtendrían el apoyo del nuevo monarca para organizar y efectuar la invasión de España a fin de reimponer una Constitución liberal. En agosto se formaba en París con ese objetivo un Directorio provisional del levantamiento de España contra la Tiranía que llevó a cabo con celeridad los preparativos. En seguida se concibió la incursión como una acción combinada de varios cuerpos armados que penetrarían por Cataluña y por Navarra, cerca de cuyas fronteras comenzaron de inmediato a concentrarse los exiliados.
Fernando VII (III) se apresuró a pedir a las autoridades francesas que los disolviera, y a ello respondió Luis Felipe de Orleans que en efecto lo haría si el Borbón español lo reconocía como rey de Francia, sancionando así con su aceptación el derrocamiento de los Borbones. Fernando se resistió, permitiendo que la organización de la incursión progresara, y, cuando al cabo hubo de transigir reconociendo a Luis Felipe, la orden de internamiento de los españoles -que éste dio- se cumplió con tal parsimonia que no impidió que se diera lugar a algunas acciones, ciertamente precipitadas y de hecho fallidas.
El 13 de octubre de 1830 Chapalangarra* penetró por Arnéguy, topó con los hombres de Eraso* y no sólo no obtuvo su adhesión, como pretendía, sino que fue recibido a tiros y herido mortalmente.
Al día siguiente Valdés se introdujo por Urdax con unos trescientos o cuatrocientos hombres, y el 18 lo hizo Espoz y Mina por Vera con 350. Ambos grupos se unieron y marcharon hacia Tolosa, pero tampoco obtuvieron la adhesión general que esperaban; abundaron las deserciones y acabaron por retornar a Francia, Valdés el 27 y Mina el 30 del mismo mes. El 19 de octubre también lo intentaron por su parte -por Cataluña- Miláns del Bosch y Brunet con 300 hombres, pero les ocurrió lo mismo y retornaron.
No hubo más. De regreso en Francia fueron penosamente confinados en el interior y Gibraltar e Inglaterra volvieron a ser los principales centros de conspiración, que dio lugar a nuevas intentonas en los años siguientes, anteriores a la muerte de Fernando VII (III) en 1833.
Bibliografía
J. Andrés-Gallego. 1830, inquietud en la frontera navarra, “Príncipe de Viana”, 34 (1973), p. 47-59.
La revolución de 1840
Que instaló en la Regencia a Espartero, negó cualquier posibilidad política a los moderados. Sin embargo el partido progresista se escindió a la hora de votar una Regencia “unitaria” o “trinitaria”. Espartero, que no estaba dispuesto a compartir la Regencia con nadie, hizo valer su criterio, que fue avalado con los votos del Congreso y del Senado en mayo de 1841. A partir de este momento, Espartero excluyó sistemáticamente a los progresistas “trinitarios”. Todo ello unido a los problemas surgidos del golpe de octubre de 1841 y la cuestión algodonera, que concluyó con el bombardeo de Barcelona, explica la unión de las fuerzas tan dispares que derrocaron a Espartero (Pronunciamiento de 1841*).
Tras la coalición de los periódicos de 1842, promovida por el “Eco del Comercio”, surgió la coalición de los políticos, que desde el Congreso sembraron la revolución por las provincias. El “Dios salve al país, Dios salve a la Reina” de Olózaga, pronunciado en el Congreso, sirvió de sementera en todas las regiones.
Barrera* y Echarri*, magistrados de la Audiencia de Pamplona, participantes arrepentidos, relatan los hechos: acaecidos aquí en 1843: “La escandalosa insubordinación en que se manifestaron hace días los cuerpos que guarnecen la plaza de Pamplona y de la cual dieron ya una funesta prueba el domingo 25 del último junio se consumó en la noche del 29, en la cual propusieron alzarse contra el Gobierno de S.M., sin que bastasen ya a contenerlos ni la actitud impasible del pueblo ni la reprobación manifestada por las autoridades y Milicia Nacional, ni en fin la consternación en que se hallaba el vecindario por los primeros excesos.
“A vista pues de aquella resolución adoptada en las horas más altas de la noche se reunieron en la mañana siguiente en el palacio del Capitán General y bajo su presidencia el General gobernador, todos los brigadieres, coroneles y jefes de todas las armas y cuerpos, diferentes oficiales y entre ellos los retirados y de cuartel y los empleados de la Hacienda militar, y acordaron que se realizase el pronunciamiento con el programa y bases que los mismos redactaron.
“Mientras lo hacían, el Capitán General ordenó al jefe político que reuniese en el Ayuntamiento a todas las autoridades populares, civiles y eclesiásticas, a fin de que estuviesen preparados para saber la resolución de la guarnición, que se comunicaría por medio de comisionados. Así se verificó, no sin que la tardanza de los jefes militares en resolver, hubiese producido alguna alarma entre la tropa, que atribuía con una reprobación amenazadora a las autoridades civiles, una dilación en que no tenían la menor parte. Por fin se presentó en el Ayuntamiento la comisión de la guarnición y después de entregados su programa y artículos manifestó que los jefes y oficiales reunidos deseaban se acordase a la mayor brevedad la resolución, a fin de calmar la ansiedad de las tropas, las cuales debían salir luego a la parada. Se leyeron aquellos documentos y aunque en el momento se hicieron algunas observaciones, el temor que produjeron los anuncios del estado de la tropa cortó toda disensión, y se resolvió adherirse a las proposiciones dictadas por la reunión militar.
“Acto continuo y sobre proposición que también había hecho la misma se acordó igualmente que se formase una junta compuesta de tres individuos militares, dos del Ayuntamiento, dos de la Milicia Nacional, uno de la Diputación provincial y otro de la Audiencia. La elección de ésta recayó en el decano, que tiene el honor de firmar, y habiéndose dicho que desde aquel momento quedaba instalada la Junta, fue preciso atender a lo más grave y urgente, que por entonces era hablar al público recomendando a todo trance la conservación del orden y tranquilidad”.