RECURSOS HÍDRICOS
RECURSOS HÍDRICOS
El agua constituye un elemento de vital importancia y de gran incidencia económica, especialmente en aquellas zonas donde las precipitaciones son escasas y los rendimientos agrícolas dependen totalmente de ellas. Así ocurre en la Navarra Media y muy especialmente en la Ribera, donde coincide que además de ser las zonas más aptas para la agricultura son las menos lluviosas. Cuando falta o escasea el agua los rendimientos de los cultivos de secano son muy bajos. En la Montaña, por el contrario, las disponibilidades son mucho mayores, debido a la mayor frecuencia y abundancia de precipitaciones; sus excedentes, en forma de circulación superficial o almacenados en el subsuelo, constituyen una preciada reserva hídrica para el resto del territorio. Así pues, frente a una mitad septentrional caracterizada por fuertes excedentes hay una mitad meridional claramente deficitaria. Esta irregular distribución constituye el hecho más característico, ya que, si la precipitación total que cae en Navarra se repartiese uniformemente sobre el territorio, se cubrirían ampliamente las necesidades de todas la zonas: en un año medio es de 9.550 Hm3, que equivalen a una lluvia anual de 920 l. en cada m2 de Navarra. En la vertiente Cantábrica precipitan 1.685 Hm3 anuales, 300 en la vertiente francesa, 3.260 en la del río Aragón, 2.600 en la del Arga, 850 en la del Ega y 855 en las tierras drenadas directamente por el Ebro. Pero para cubrir las necesidades que pueden surgir en otros puntos, como consecuencia de la citada irregular distribución, hay que considerar únicamente los caudales que circulan por los ríos y los almacenados en los acuíferos susceptibles de ser regulados y redistribuidos. Estos suponen 5.100 Hm3 que representan el 53% de la precipitación anual, de los que 1.325 Hm3 corresponden a las aguas subterráneas. Su distribución por cuencas hidrográficas es la siguiente: 407 Hm3/año corresponden a la cuenca del Ega (descontados los que proceden de fuera de Navarra), de los que 300 son de escorrentía subterránea; 1.570 circulan por la cuenca del Arga (deducidos los de procedencia alavesa en la cabecera del río Araquil), de los que 500 Hm3 deben considerarse como aguas subterráneas; el río Aragón aporta 1.700 Hm3 anuales (descontados los caudales de procedencia oscense), de los cuales 300 Hm3 corresponden a escorrentía no superficial; la vertiente cantábrica drena 1.130 Hm3 de los que 170 lo hacen de forma subterránea. De la vertiente francesa (cabecera del río Irati) proceden 210 Hm3, con 30 de aportación subterránea. El resto del territorio aporta 83 Hm3 con una escorrentía subterránea de 25 Hm3 anuales.
El óptimo aprovechamiento del agua fluvial pasa por una adecuada regulación, ya que en algunas cuencas es frecuente que en 2 ó 3 crecidas invernales discurra hasta el 30% del caudal anual, de manera que los estiajes son importantes precisamente en los momentos en que la demanda es máxima. Actualmente la capacidad de embalse existente en Navarra es de 592 Hm3 y representa una regulación de unos 1.200 Hm3 anuales que equivalen tan sólo al 23,5% del total de las aportaciones. Si de los 5.100 Hm3 disponibles se deducen los que proceden de escorrentía subterránea, y por tanto de difícil regulación, el porcentaje regulado asciende al 31,8%. Esta cifra queda aún muy por debajo de la correspondiente a otras zonas pirenaicas limítrofes: Aragón 75,3%, Lérida 56%. La mayor demanda de agua (76%) procede del sector agrícola, con un consumo estimado en 500 Hm3 anuales destinados a abastecer los pequeños regadíos tradicionales y las grandes zonas regadas por los canales. Sigue en importancia la demanda industrial con 127 Hm3, de los que 25 pueden considerarse como consumo, ya que los 102 restantes son aguas de retorno aunque contaminadas. Por último, la demanda urbana asciende a 33 Hm3, con un consumo real de 7 Hm3 y 26 calificadas como aguas de retorno, también con alto grado de contaminación.
Se considera como recursos de un acuífero el volumen de agua que anualmente o en cualquier otro ciclo de tiempo llega al mismo, y que es aproximadamente igual al caudal promedio natural que sale por los manantiales o directamente por los ríos. En último término, es la cantidad de agua susceptible de extraerse del acuífero sin consumir de una manera permanente las reservas.