PEREGRINACIÓN
PEREGRINACIÓN
La costumbre de visitar los Santos Lugares de Palestina se hallaba arraigada desde el siglo IV, pero es en el siglo XI cuando cobró auge esta corriente espiritual que asimismo afectó a Roma y a famosos santuarios como Santiago de Compostela, Rocamador y Nuestra Señora del Puy en Francia. A comienzos del siglo XIV el Manual del Inquisidor consideraba peregrinaciones mayores las de Santiago, Roma, Santo Tomás de Canterbury y los Tres Reyes de Colonia. Para Dante, peregrino en sentido estricto es el que viaja a Santiago, romero el que va a Roma y palmero el que visita Ultramar.
El móvil más puro de la peregrinación es la devoción. Generalmente se buscaba el perdón de una culpa, el cumplimiento de un voto hecho en situación de peligro o el alivio de males físicos. También es frecuente el peregrino que busca satisfacer su curiosidad o desarrollar sus negocios y no faltan vagabundos y delincuentes que asaltan o estafan a los verdaderos peregrinos. En la Baja Edad Media se generalizó la costumbre de enviar peregrinos a diversos santuarios en cumplimiento de mandas testamentarias. Asimismo las ciudades enviaban delegados para pedir el cese de una calamidad pública. En el siglo XV aparece el tipo de peregrino caballeresco, para quien el viaje era ocasión de conocer cortes extranjeras y costumbres exóticas y de lucir su habilidad en los torneos.
En Navarra el obispo Pedro de Roda (1083-1115) impulsó las peregrinaciones a Tierra Santa. El mismo formuló su voto de cruzada en el concilio de Clermont de 1095, pero no emprendió el viaje a Palestina hasta 1110. En el camino de ida pasó por Conques, otro santuario donde se veneraba a la mártir Santa Fe. Consta que emprendieron el camino de Jerusalén Aznar Arceiz, Fortún y Sancho Iñiguez, Aznar Jiménez de Oteiza, Sancha Jiménez, García Luiar de Arguedas, Sancho Fortuñones, Aznar Fortún, Arnaldo Alamán de Pamplona, Bodino de Estella, la infanta Ermesinda y su marido Fortún Sánchez y el infante Ramiro Sánchez, todos ellos en fechas muy próximas a 1100, poco después de la primera Cruzada. Sancho Ramírez (1068) y Pedro I (1090-1091) estuvieron en Roma.
En 1258 Teobaldo II pensaba visitar la tumba de Santo Tomás de Canterbury, con su cuñado el conde de Nevers y otros nobles. Para ello obtuvo un salvoconducto del rey Enrique III de Inglaterra. No parece que esta peregrinación llegara a realizarse. Todavía en el siglo XVI los navarros viajaban a Ultramar. En 1368 Carlos II perdonó a un capellán cierta caloña teniendo en cuenta que iba al Santo Sepulcro, donde rogaría por la familia real.
Mayor repercusión que las peregrinaciones ultrapirenaicas tuvo en Navarra la devoción compostelana que adquirió rango internacional en el tránsito del siglo X al XI. En la segunda mitad del siglo XI cobró gran importancia, al mismo tiempo que en el camino jacobeo surgieron núcleos de población franca, socialmente innovadores y de gran dinamismo económico. Los estatutos o fueros de estas villas ofrecían diversas garantías a los peregrinos. El de Estella contemplaba el caso del viajero que acusaba a su albergador de haberle robado, o el huésped que era acusado por el dueño de la casa. Si un fiador se hallaba en Jerusalén tenía de plazo un año y un día para pagar la fianza. Si iba a Roma o Santiago la moratoria duraba el tiempo que necesitara para ir y volver. En el siglo XIII esta garantía aparece desarrollada en el Fuero General, que prevé que ningún infanzón que vaya en romería sufra confiscación hasta su regreso. Si iba a Santiago se le daba un mes de plazo, si la hacía a Rocamador 15 días, a Roma tres meses y a Jerusalén un año y un día.
Las dificultades del camino y el espíritu curioso y observador de algunos viajeros más ilustrados motivaron la confección y difusión de guías o itinerarios: el Liber Sancti Jacobi del siglo XII, atribuido a Aymeric Picaud, el Itinarario Marciano de Venecia de la primer mitad del siglo XIV, el del señor de Caumont de 1417, el de Herman Kunig de Vach de fines del XV, el de Arnold von Harff de 1496 y otro anónimo inglés sin fecha pero que puede datar de fines del XIV, publicado por S. Purchas en 1625, mencionan los hitos navarros de la ruta jacobea. Cabe destacar la peregrinación a Santiago del obispo Pedro de Roda, que en 1105 consagró el altar de Santa Fe en la basílica compostelana, y la del infante Carlos de Navarra en 1382, después de obtener la libertad de su prisión de París, en el camino desde Francia (1381) consta que visitó Nuestra Señora de Montpellier, Monserrat, Nuestra Señora de Ujué y Santa María la Real de Pamplona.
Dentro de Navarra se documentan también peregrinaciones que por su corto radio de acción conviene llamar romerías. García el de Nájera, enfermo, acudió en peregrinación a Leire en 1050 y después de recobrar la salud, realizó varias donaciones al monasterio. En las mismas circunstancias Pedro I peregrinó a San Miguel de Aralar. En la Baja Edad Media los santuarios de mayor fama eran Roncesvalles y Ujué. Consta que desde el siglo XIII existe una cofradía del hospital de Roncesvalles, formada por gentes de los valles de Arce, Esteríbar y Erro, que elaboraba anualmente su asamblea en la basílica. En 1364, con la visita del infante Luis a Ujué, se inició la devoción de la familia real a este santuario. Carlos II, Carlos III, la reina Leonor y las infantas Juana y María, peregrinaron a Ujué. Después lo hicieron la reina Blanca, el Príncipe de Viana y su esposa Inés. Entre mediados del siglo XIV y finales del siglo XV esta devoción se extendió entre las gentes de la Ribera, la Valdorba, Aibar, Olite, Tafalla y San Martín de Unx. Según testimonio de la infanta Leonor en 1478, Ujué era visitado por gentes de toda España, Italia y otros países.
Otras muchas romerías que proliferan en Navarra en la Edad Moderna tendrían quizá su origen en tradiciones medievales, como la de Nuestra Señora de Codés, pero no se documentan antes del siglo XVI. (Javierada*. Romería*).