PEDRO I
PEDRO I
(?, ca 1068-?, 27/30.9.1104). Rey de Pamplona y Aragón. Hijo del monarca Sancho Ramírez y de su primera esposa Isabel de Urgel. Su nombre, inusitado hasta entonces en la familia regia, guarda sin duda relación con el homenaje que su padre rindió al papa por razón de sus dominios altoaragoneses. Acostumbró firmar los documentos en caracteres árabes (“Rex Pedro ben Xancho”). Durante casi un decenio estuvo asociado al trono de su padre con el título de rey de Sobrarbe y Ribagorza, que ostentaba ya en 1085. Se encargó así de las operaciones armadas en el tramo oriental de la dilatada frontera con los reinos musulmanes de las taifas de Zaragoza y Lérida.
Rompió el frente por el valle del Cinca y, tras ocupar Estada (1087), rindió la plaza de Monzón (1089) y avanzó hasta Zaidín (1091) y las cercanías de Fraga; prestó ayuda a su cuñado, el conde Armengol IV de Urgel en su ofensiva sobre Balaguer (1091) y se adentró en tierras leridanas hasta la fortaleza de Almenar (1093). Parece que colaboró también con el conde barcelonés Ramón Berenguer II en la conquista del Campo de Tarragona (1091). Entabló especiales relaciones de amistad y alianza con el Cid Campeador en sus empresas por las costas levantinas. Aunque fracasó en el acoso de Tortosa en combinación con las flotas pisana y genovesa (1093), logró asentar en la comarca castellonense un enclave cristiano articulado por el baluarte de Culla. Paralelamente había capitaneado la hueste navarro-aragonesa que acudió en socorro de Alfonso VI de Castilla y León para frenar a los almorávides, vencedores sin embargo en la batalla de Sagrajas (1086); y, por otra parte, había representado a su padre en el acuerdo por virtud del cual el monarca pamplonés se reconoció vasallo del castellano por el denominado “condado de Navarra” (1087).
Muerto Sancho Ramírez, se hizo cargo de todo el reino (4.6.1094). Después de asegurar sus posiciones sobre la orilla derecha del Cinca con la toma de Naval y Salinas de Hoz (1095) y reforzar el dispositivo central de castillos (Alquézar, Loarre y Marcuello), planteó el cerco de Huesca desde Montearagón y el nuevo campamento del llamado Pueyo de Sancho. La ciudad capituló tras el triunfo cristiano en los campos de Alcoraz (19 noviembre 1096) sobre las tropas del régulo zaragozano Al-Mustain, reforzadas por un contingente castellano mandado por el conde García Ordóñez de Nájera, quien cayó prisionero. Al año siguiente se adentró profundamente por la zona musulmana para volver a ayudar al Cid en la defensa de su señorío valenciano contra los almorávides, vencidos en la batalla de Bairén (1097). Debió de aprovechar esta incursión para ensanchar el enclave de Culla hasta Oropesa y Castellón. En la extremidad navarra del arco fronterizo ganó luego la atalaya de Milagro (1098) para completar la vigilancia de la ribera tudelana desde las alturas de Arguedas, fortificadas ya por Sancho Ramírez (1084); había comenzado de este modo el control definitivo de las Bardenas, en cuyo borde septentrional iba a intensificar la repoblación de los lugares de Caparroso, Santacara y Murillo el Fruto (hacia 1102).
Con todo, el objetivo inmediato de su vibrante actividad militar se centró en Barbastro. Estranguladas las líneas de aprovisionamiento desde el Pueyo de Barbastro y Castejón del Puente (1099), obtuvo finalmente la rendición de la ciudad (18.10.1100) y ocupó toda su área de influencia hasta Sariñena, Ontiñena y Velilla de Cinca. Los ecos de la cruzada de Tierra Santa y la caída de Jerusalén parece que le animaron a tomar la cruz y comprometerse en la expedición a Palestina proyectada por su cuñado el duque Guillermo IX de Aquitania y otros magnates franceses. Pero disuadido por el papa Pascual II -el anterior cardenal Raniero, legado pontificio en los reinos hispano-cristianos-, preparó con alientos de cruzada una campaña sobre Zaragoza. Al puesto avanzado de El Castellar añadió otro más próximo, bautizado con el significativo nombre de “Deus lo vol” (Juslibol), pero no pudo completar el asedio de la codiciada capital del Ebro (verano de 1101). Tuvo que resignarse también al abandono de las lejanas posiciones castellonenses, indefendibles desde la muerte del Cid y la subsiguiente inundación de la región valenciana por los almorávides. Aunque aún venció a los musulmanes zaragozanos en Piracés (1103), al sur de Huesca, no tuvo éxito en su ataque contra Tamarite de Litera (1104). Finalmente, sucumbió al parecer en una acción de combate cuyas circunstancias se desconocen.
Bajo su reinado se había producido, en suma, la ruptura definitiva del sistema protector zaragozano, basado en el cinturón de núcleos urbanos que vigilaban los somontanos del Prepirineo exterior. A Huesca y Barbastro se trasladaron las sedes episcopales de Jaca y Roda de Isábena respectivamente, recluidas hasta entonces en sus abrigos intrapirenaicos. Fueron asociados también a las tareas repobladoras de las “tierras nuevas” -quizá más de 5.000 km2 – los establecimientos que en la montaña venían polarizando ya la vida monacal, como San Salvador de Leire, San Juan de la Peña y San Victorián. Las continuadas acciones armadas depararon además a los “barones” y milites pamploneses y aragoneses mayores ganancias y expectativas de botín y nuevos honores. A los beneficios de la guerra se añadían los primeros rendimientos de una economía mercantil y dineraria alentada desde los incipientes centros ciudadanos, en particular los “burgos” implantados sobre las rutas de Santiago, como Jaca, Sangüesa y Estella. Se acentuó así la afluencia de inmigrantes franceses de toda condición social, caballeros, clérigos y, sobre todo, burgueses o “francos”.
El monarca reforzó los vínculos de solidaridad cristiana con sus colegas hispanos, el rey de Castilla y León y los condes de Barcelona, Urgel y Pallars, y con los del Midi francés, como el duque de Aquitania. Renovó además el homenaje prestado por su padre a la Santa Sede y el correlativo censo anual en oro. Hacia 1086 había contraído matrimonio con Inés, hija del duque Guido-Godofredo (Guillermo VIII) de Aquitania; en 1097 tomó como nueva esposa a Berta, perteneciente a un linaje de la alta nobleza piamontesa. Además de una hija de nombre Isabel, de sus primeras nupcias nació el infante Pedro, fallecido unos meses antes que su padre. La doble monarquía recayó por ello en un hermanastro y estrecho colaborador del difunto soberano, Alfonso Sánchez, el futuro Alfonso I el Batallador.
Bibliografía
An. Ubieto Arteta, Colección diplomática de Pedro I de Aragón y Navarra. (Zaragoza, 1951).