ORFEBRERÍA
ORFEBRERÍA
Arte de trabajar los metales preciosos con el fin de realizar objetos destinados al servicio de mesa y decoración, así como al ejercicio del culto. Todas las civilizaciones antiguas ofrecen muestras de orfebrería fundamentalmente destinadas al culto religioso. Será a partir del siglo XII, cuando con el nacimiento de una nueva clase social, la burguesía, se creen nuevas piezas destinadas al servicio de mesa, que a partir del Renacimiento, van a ser tratadas con un matiz artístico culminando este proceso en el siglo XVIII.
Navarra cuenta con una colección orfebre rica y variada, que se remonta a las postrimerías del siglo XII; el Camino de Santiago, explica la existencia de piezas esmaltadas datables en torno al año 1200 como la arqueta eucarística de Santa María la Real de Fitero, procedente del monasterio cisterciense, la cual debió de realizarse en los talleres limosinos, aunque algunos de los tonos azules y sobre todo los verdosos recuerden la producción de los obradores de esmaltería renanos. Por ahora, no se ha podido identificar un taller español fuera del burgalés y los tardíos aragoneses. Queda la oscura posibilidad, totalmente hipotética, de la existencia, si no de un taller, sí de algún orfebre que hubiera montado piezas de este tipo en monasterios riojanos-navarros. Mide veinte centímetros de alto y diez de ancho por cada cara. Esta píxide presenta placas esmaltadas siguiendo la técnica champlevé, o sea, excavada la lámina de metal y rellenando con pasta vítrea los huecos. Estos esmaltes campeados hacen resaltar una serie de figuras: Cristo entre la Virgen y San Juan, la Deesis, más la figura del Padre Eterno bendiciente. Con técnica incisa se han representado ángeles y también llevado a cabo las figuras de la Deesis.
Destacan también la píxide de Esparza de Galar, la Virgen de Artajona e Irache, la cruz parroquial de Villamayor de Monjardín, siendo el máximo exponente el retablo de San Miguel de Aralar* (1265-1285).
Relacionada en cierto modo con la obra anterior, aunque deben estar elaboradas por los esmaltadores ambulantes que recorrerían el sur de Francia y el norte de la Península Ibérica hacia 1200 ello explica que se utilicen elementos de origen ecléctico. En sus esmaltes, además del azul se emplea el blanco y el rojizo en los nimbos, como en ciertos talleres ingleses y renanos.
En la iglesia de San Miguel de Excelsis, en la sierra de Aralar, se ha conservado durante ocho siglos aproximadamente uno de los más importantes ejemplos de retablos o frontales de la época románica. Sus esmaltes están considerados entre los más bellos de la etapa medieval. Al margen de su origen -por lo menos dos artistas, uno burgalés-riojano, y otro limosino, intervinieron en esta creación- indiscutiblemente están elaborados estos esmaltes en la segunda mitad del siglo XII, cuando el rey Sancho el Sabio (1150-1194), en estrecha colaboración con el obispo de Pamplona, Pedro de Artajona, llamado “El Parisino” (1167-1194), patrocinó una serie de remodelaciones y creaciones artísticas de gran importancia para el ámbito cultural hispánico en los obradores reales. Lo es confirmado estilísticamente, pues se puede situar, gracias a las investigaciones de Marie Madeleine Gauthier, entre los años 1175 y 1185. La inscripción que existe en la parte inferior del conjunto, redactada en 1765, cuando fue restaurado, indica que “este precioso Retablo de Láminas de metal dorado y Esmaltado con su Imagen de la Virgen del Sagrario de la catedral de Pamplona, a que es anexo este santuario de San Miguel, estuvo antiguamente en la obscuridad de su capilla, de donde se sacó, se limpió en Pamplona…”.
Al citar la imagen de la Virgen del Sagrario, se ha pensado que fuera este frontal un mueble litúrgico integrante de su capilla; sin embargo, Gauthier, últimamente ha rectificado esta idea indicando que el complemento del lugar en su capilla, la partícula posesiva indica el santuario de San Miguel de Excelsis y no la catedral de Pamplona. Además se especifica que de allí se sacó y se limpió en Pamplona. Por lo menos en el siglo XVIII estaba ya en Aralar y es probable que desde que fuera encargado para el santuario, si bien, al ser éste dependiente de la catedral de Pamplona -como tantos objetos litúrgicos-, al pasarse de moda hubiera sido trasladado de lugar. En 1774 el padre Burgui describe este frontal indicando que estaba en la pequeña capilla edificada al oeste de la entrada al edificio románico, siendo trasladado cuando para ese lugar se esculpió un retablo nuevo de talla y dorado. Al ser restaurado y quedar sus piezas, limpiadas por un platero de Pamplona, “tan brillantes y hermosas”, se decidió que fuera instalado en la capilla mayor, “porque en ésta hay más luz, para que la vista goce mejor de su bella preciosidad”.
Al parecer, unas veces se utilizó el paramento como frontal o antipendio y otras como retablo. La palabra retablo es la que usa la documentación. Después de la restauración del siglo XVIII se hicieron reajustes y modificaciones que han alterado su estructura original. Lo más probable es que hubiera sido un frontal de mayor tamaño que el actual, pues las piezas de la parte superior son muestras de ello. No obstante, queda la posibilidad de que este mueble sacro hubiera sido utilizado ya en la Edad Media como retablo, sobre todo si fuera viable la hipótesis de su traslado desde Pamplona a Aralar, en cuyo lugar sería durante “por mucho tiempo… el único Retablo de la capilla del Santo Arcángel” (P. Burgui).
Su decoración de esmaltes va acompañada de la metálica y a la pedrería; el infamante despiece cometido por unos bandidos en 1979 ha destruido buena parte de su armazón metálico. Estaba formado por arquerías con columnillas, sobre las cuales, en la parte superior, se destacaban edificios, parecidos a los de las pinturas de la iglesia de Santullano en Oviedo: unos más alargados en forma de palacios y otros de planta circular recordando iglesias. Es interesante observar cómo las formas decorativas perduran a través de toda la Edad Media. Finas columnillas separaban los Apóstoles, los Reyes Magos y la Anunciación. En la restauración de 1765, posiblemente fue alterada la disposición de algunos de estos relieves. En la parte central sobresale una gran pieza esmaltada con las figuras de la Virgen y el Niño. Su datación es casi paralela a la de la urna-sepulcro de Santo Domingo de Silo (1180-1190).
Queda claro que el Camino de Santiago es el responsable de la abundancia de piezas de platería* de origen francés, vinculadas a la colegiata de Roncesvalles, como su evangeliario deja patente, así como a la presencia de monarcas franceses en Navarra; sirva de ejemplo el relicario del Santo Sepulcro, regalado (1258) por San Luis, rey de Francia, a su hija Isabel, con motivo de su matrimonio con Teobaldo II, aunque como indica M. Orbe, pudo ser donado con motivo de las bodas de Juana II con Felipe de Evreux (1284), lo que estaba más acorde con su estilo. Es una de las piezas clave del momento y su forma recuerda la estructura de la Santa Capilla de París; de este modo, la parte superior imita un tejado, con sus correspondientes pináculos rematados con cresterías, sobre el que se alza una esbelta torre, coronada por un ángel que lleva en su mano el emblema de la corona de San Luis. En el interior del templete se halla un grupo formado por las Tres Marías, el Ángel y dos minúsculos soldados romanos, aunque vestidos a la manera medieval. Una losa de cristal deja entrever una serie de pequeños relicarios medievales.
Digno de destacar, es también el Ajedrez de Carlomagno, labrado en Montpellier en tiempos de Carlos II, conservado en la Real Colegiata de Santa María de Roncesvalles. Está constituido por piezas de esmalte sobre plata, que forman un amplio rectángulo donde se disponen treinta y dos casillas guarnecidas de cristal de roca que contienen reliquias envueltas en lienzo dorado. Entre ellas se intercalan plaquitas de finos esmaltes translúcidos en los que las figuras campean sobre un fondo azul; mientras que en sus trajes, alas del Tetramorfos o de los ángeles, la pasta vítrea cobra una gran riqueza cromática, sobresaliendo los tonos anaranjados, violáceos y verduscos. En el centro aparece un Cristo en Majestad, acompañado por la Virgen y San Juan; mientras en los bordes se presentan dos Profetas con filacterias. En la parte inferior aparecen reyes y obispos en el momento de su resurrección, saliendo de sus sepulcros. Sin lugar a duda, todo ello forma un proyecto iconográfico, semejante al de las portadas de las iglesias del momento en que la Redención y el Juicio están unificados.
La leyenda indica que una parte de las reliquias aquí conservadas fueron regalo del propio Carlomagno, y otras procederían del Arca Santa de Oviedo. Por otro lado, se ha dicho que es Francisco de Navarra el donante, lo que no puede ser cierto, pues, como señala C. Heredia, las etiquetas tienen rasgos característicos de fines del siglo XIV comienzos del XV, debiéndose incorporar las reliquias al “ajedrez”, algunos años más tarde de haber sido elaborada esta obra. De todas maneras, la ordenación primitiva, casi con toda seguridad, ha sido alterada al ser sustituidas en época reciente las telas originales.
A lo largo del siglo XIV, los maestros argenteros navarros, consumaron su quehacer elaborando piezas como la arqueta de filigrana, regalada por Juan I a la colegiata de Roncesvalles. También hicieron el Cáliz de Ujué, donado por Carlos III el Noble, como recordatorio de su peregrinación a pie en compañía de la reina Leonor y las infantas. Documentalmente se sabe que el platero que lo labró fue el castellano Ferrando de Sepúlveda. Al ser una donación regia, se explican las armas reales que campean sobre espesos esmaltes y la carencia de punzones. Está labrado en planta sobredorada. Su escueto diseño se enriquece con delicados motivos vegetales incisos. En la superficie polilobulada del pie, centrando la inscripción donde se recuerda al donante y la fecha de donación, se reproduce también en esmalte translúcido la figura de Cristo bendiciente; está firmado por el orfebre.
En 1372 aparece fechado otro relicario conservado en San Cernin. Ostenta los escudos de Navarra y de Evreux, además de la media luna, heráldica del barrio de la parroquia, y los lobos del cardenal Zalba. En él se conservan restos de San Saturnino: el dedo pulgar, por ello se le ha dado forma de antebrazo, destacando la impresionante y expresiva mano. Se sustenta sobre los tejados de una ficticia ciudad y, en la parte inferior, hay relieves en los cuales se narran escenas de la vida del santo. Todo el conjunto es sostenido por figuras en forma de esfinge, lo que demuestra, una vez más, como ha indicado Panofsky, que en la Edad Media permanece latente el clasicismo.
Pieza interesante a pesar de la rudeza es la cruz parroquial de San Cosme y San Damián de Arandigoyen, más encuadrable en talleres locales.
Durante el siglo XV, continúa la trayectoria ascendente, destacando el relicario de San Miguel de Estella, en forma de pequeño templete gótico, la custodia de Sangüesa y algunas cruces parroquiales, entre otras las de San Martín de Urzainqui, Sta. Mª de Sangüesa, y la de Ichaso.
Tras un período de transición marcado por la mediocridad (final siglo XV, comienzos del XVI), la segunda mitad de éste supone para la platería navarra, una nueva edad de oro, al introducirse nuevas influencias, consecuencia de la anexión navarra al reino de Castilla en 1512. Surgen dos focos; por un lado Pamplona y Estella vinculados técnicamente a Castilla y por otro Sangüesa y Tudela que asimilan las premisas aragonesas. Durante todo este tiempo, los talleres locales alcanzan una madurez que les permite cubrir con holgura, el grueso de la demanda provincial, siguiendo el marcaje de las piezas directrices análogas a las de la etapa anterior, es decir, prevalece la marca de la localidad frente a la del autor. Entre las piezas más sobresaliente del período, destacan la arqueta-relicario de San Gregorio Ostiense de Sorlada, la custodia de la catedral en forma de ostensorio, realizada en el taller de Pamplona por el platero Achín, el busto-relicario de Santa Úrsula, de estilo plateresco finamente trabajado, y procedente del taller pamplonés; así como el evangeliario de plata de la catedral de Pamplona, posiblemente versión renacentista del románico de Roncesvalles, y las crismeras de la parroquia de Sta. Mª de Olite y la Asunción de Villatuerta entre otras.
Inmediatamente después, a lo largo del último tercio del siglo se introducen diversas corrientes, manieristas o bajo renacentistas asimilándose el romanismo local en el aspecto figurativo. Sigue siendo Pamplona el centro rector.
Destaca en este período el templete de plata de la catedral de Pamplona estilísticamente muy próximo a la obra de Juan de Arfe, así como el relicario y la cruz procesional, también en la catedral de Pamplona.
El Barroco, no alcanza sin duda la brillantez de los períodos anteriormente reseñados. Se inicia este estilo a mediados del siglo XVII al agotarse las fórmulas manieristas y se prolonga hasta mediados del siglo XVIII aproximadamente. Sigue siendo el centro rector, el taller de Pamplona a excepción de algunas piezas procedentes de América. Cabe resaltar el busto-relicario de S. Fermín en el que se advierte el gusto por la ornamentación propio del momento.
En la segunda mitad del siglo XVIII se aprecian las nuevas corrientes decorativas del rococó, influjo de la corte borbónica instalada en la capital, principalmente en piezas de origen foráneo; son especialmente interesantes, los bustos-relicario de S. Fco. Javier y Sta. Mª Magdalena que hacen alarde de la rocalla del momento.
La segunda mitad del siglo XVIII, se inscribe en los parámetros del Neoclasicismo, atenuándose la decoración. La producción en serie provoca el descenso de la calidad siendo las piezas más destacadas las llegadas de fuera de nuestra provincia como el conjunto realizado en 1785 para la catedral pamplonesa, por Vargas Machuca orfebre madrileño.
Ésta es la tónica de los siglos XIX y XX, provocando la ausencia notoria de piezas dignas de ser reseñadas, a excepción tal vez, del legado de la familia de Felipe Goicoechea al Museo de Navarra.
Bibliografía
J.M. Cruz Valdovinos, Plateros navarros de los siglos XVI, XVII, XVIII en Madrid, “Príncipe de Viana” (1974); Platería Medieval en Navarra, “Goya” (1967). M.C. García Gaínza, M.C. Heredia Moreno, J. Rivas Carmona, M. Orbe Sivatte, Catálogo Monumental de Navarra, I, Merindad de Tudela (Pamplona, 1980); II, Merindad de Estella. 2 volúmenes (Pamplona, 1982, 1983); III, Merindad de Olite (Pamplona, 1985); IV, Merindad de Sangüesa (Pamplona, 1989). M.C. Heredia, M. Orbe, Orfebrería de Navarra. I Edad Media (Pamplona, 1986); II, Renacimiento (Pamplona, 1988).