MINIATURA
MINIATURA
Debe contemplarse desde una óptica múltiple. De una parte ha de distinguirse entre la producción de origen navarro que está fuera, la mayoría, y la producción exterior que se guarda en Navarra. Pero además, debe tenerse en cuenta la situación histórica por la que territorios que en la actualidad no son navarros, lo fueron en el momento de que tales obras se realizaron, resultando un producto que podemos considerar navarro. Esta situación se dio en el siglo décimo cuando el reinado de Pamplona-Nájera conoció un momento de gran esplendor cultural bajo el impulso de los monarcas de Pamplona.
Los centros monásticos más relevantes, de cuyos scriptoria saldrán un conjunto de miniaturas muy importante, tanto por su cantidad como por su calidad, son los monasterios de San Martín de Albelda y San Millán de la Cogolla, ambos sitos en territorio riojano en la actualidad pero bajo el dominio pamplonés en el momento de su realización.
Las manifestaciones culturales del siglo X presentan una estilística mozárabe que se caracteriza por la técnica al aguazo, por el empleo de colores planos y tonos brillantes encajados en un dibujo firme y redondeado, y por una falta de perspectiva que dota a las escenas de cierto toque de irrealismo y gran expresividad. Un somero claroscuro se consigue a base de pinceladas blancas. Hay una gran cantidad de imágenes figurativas, resultando un conjunto iconográfico extraordinariamente rico. Los miniaturistas suelen atenerse a fórmulas fijas, a esquemas que repiten a lo largo de todo el manuscrito. La interpretación de las imágenes se realiza con la ayuda de los títuli o inscripciones que las acompañan y a los textos junto a los cuales aparecen. La relación de códices miniados en ésta época es muy larga; se puede establecer una clasificación temática de los mismos, con tres tipos; el de las Biblias, el de los Beatos que versan sobre tema apocalíptico y el de los Códices Canónicos. Pero existen también Psalterios, Antifonarios, Libros de Homilías, etc.
El escritorio de San Martín de Albelda desplegó una intensa actividad literaria; sin embargo, únicamente se han conservado dos manuscritos completos. El primero de ellos es el Códice de Godescalco que se conserva en la Biblioteca Nacional de París. Se trata de un texto de San Ildefonso copiado por el presbítero Gómez, por encargo del obispo de Puy en Velay, Godescalco, entre los años 950-951, cuando en peregrinaje a Santiago pasó por Albelda; a su regreso lo recogió y portó a su sede en Francia. Constituye un hito importante, limitándose al ornato de iniciales de lacería con fuerte impronta carolingia y ecos de lo musulmán. El segundo manuscrito, obra capital del escritorio y de la miniatura riojana, es el Códice Albeldense o Vigilano, cuyo autor principal es Vigila. Es de carácter misceláneo pero destaca como tema principal la Colección Canónica Hispana. Su fecha exacta es el año 976, que figura al final de la obra. Su ilustración es tan rica que puede compararse a la de los Beatos. Predominan las miniaturas que representan personajes, bien aislados o en grupos, generalmente dentro de los encuadramientos, que pueden agruparse en series iconográficas: la de los Papas, la de los asistentes a los Concilios, la de los lectores… pero desde el punto de vista formal todos conforman una única serie, la creada por el miniaturista Vigila, con rostros idénticos y característicos de perfil ovalado. Presenta también el artista convencionalismos de indumentaria como el tipo de plegado. Los componentes de su arte son mezcla de influencias orientales occidentales (nórdicas e islámicas) combinadas con un estilo personal propio palpable en la concepción de los personajes, y con innovaciones que preanuncian el románico. Quizá una de las representaciones más interesante sea la iconografía de la Monarquía Pamplonesa, que constituye una novedad en el campo de la iconografía hispánica del siglo X. Los soberanos de Pamplona, Sancho II Abarca, la reina Urraca y Ramino “rey” de Viguera, aparecen junto a los monarcas visigodos Chindasvinto, Recesvinto y Egica, por ser ellos los principales legisladores del código visigótico que el manuscrito albeldense copia, y por último los autores del códice, Vigila y sus ayudantes Sarracino y García, lo cual pone de manifiesto la elevada categoría que gozaban en el siglo X los oficios de copista, escriba y miniaturista. Este códice será poco después copiado en el monasterio de San Millán de la Cogolla en el Códice Emilianense.
El segundo escritorio importante del Reino de Pamplona-Nájera es el de San Millán de la Cogolla, coetáneo al de Albelda y que alcanza su apogeo en el tercer tercio de la centuria. A él pertenecen una cantidad relativamente grande de códices repartidos en distintas bibliotecas. Del largo elenco de obras miniadas cabe destacar por su importancia un conjunto de tres Beatos. El Beato de la Biblioteca Nacional constituye el manuscrito miniado de un Beato más antiguo después del fragmento de Cirueña. Su ornamentación comprende veintisiete ilustraciones de estilo mozárabe, con personajes de rostros redondos y grandes ojos almendrados. En la indumentaria abundan los plegados abullonados y las fajas onduladas. A estos rasgos añade el autor una gama cromática muy especial. El Beato del Escorial, finalizado en los comienzos del siglo XI, contiene cincuenta y dos ilustraciones, con un estilo que acusa un fuerte decorativismo, un plegado totalmente plano y unos rostros arquetípicos, caracterizados por unos ojos muy pegados a la nariz formada por dos arcos que encierran la pupila negra, dotando al personaje de una mirada asustada, rígida y estática. Por último el Beato de la Academia de la Historia de Madrid. En sus miniaturas se aprecian dos conceptos artísticos diferentes. Unas imágenes reflejan mozarabismo mientras otras evidencian el pleno arte románico. La mayoría de los autores coinciden en señalar dos artistas, uno mozárabe y otro románico que habrían trabajado en momentos diferentes y distanciados; el primero a fines del siglo X y el segundo a fines del XI o comienzos del XII, completando la labor de su antecesor.
Otro importante manuscrito salido de este escritorio es el Códice Emilianense, cuyo contenido recoge la Colección Canónica Hispánica y para cuyas imágenes el artista se inspiró en las del Códice Vigilano. En el Emilianense se observa un sentimiento diferente, dotado de una mayor fantasía. Estilísticamente se caracteriza por la profusión de oro, que llega a emplearse en las indumentarias. Los personajes se construyen de modo muy personal a base de series de rayas paralelas formando volúmenes, que terminan bruscamente en una horizontal. Entre los rasgos faciales es significativo el trazado de la boca, una línea sinuosa paralela que remata en el “gancho” de la nariz.
La riqueza miniaturística del siglo X parece mayor ante el reducido panorama del XI, centuria en la se encuentra la ya citada continuación de la decoración del Beato de la Academia de la Historia de Madrid en el monasterio de San Millán de la Cogolla, y el Diploma de Dotación de Santa María la Real de Nájera del año 1054, asimismo románico, que repite la iconografía real pamplonesa. En las esquinas de la orla figuran miniadas las escenas de La Anunciación y de los monarcas García Sánchez III rey de Pamplona y Estefanía su viuda, ofreciendo a la Virgen los diplomas fundacionales, así como una vista ideal del templo. Estos retratos regios del siglo XI se diferencian de los anteriores en que conllevan la idea de la donación. El llamado Códice de Roda, que procede en realidad del monasterio de Nájera, se fecha a mediados del siglo XI y está miniado con una Epifanía y una vista de Jerusalén así como letras capitulares ornamentadas y arcos de herradura. Por último, un Leccionario escrito por Pedro, Abad de la Cogolla el año 1073, conocido como el Liber Comitis, Seu Comicus, plenamente románico si bien trasluce resabios anteriores.
A partir de este momento, año 1076, las circunstancias históricas desvinculan los monasterios riojanos de la soberanía de la monarquía pamplonesa.
En la catedral de Pamplona se conservan una copia de las Sátiras de Juvenal a caballo entre los siglos XI y XII, y un ejemplar de las Homilías de Beda el Venerable, ambas con iniciales decoradas y la segunda ilustrada con un extraño hombre tricéfalo semejante a representaciones que se dan en la escultura románica y que aparecen también en el Liber Comitis.
A los siglos XII y XIII pertenecen el Cartulario de Leire conservado en la Cámara de Comptos y Archivo de Navarra, ilustrado con dibujos y caricaturas a pluma, y las conocidas Biblias de Pamplona, dos obras que guardan la Biblioteca Nacional de Amiens (ms latino 108) y el Harburg Institute (ms 1, 2, lat 4°, 15). La primera es la Biblia del Rey Sancho, encargada por Sancho el Fuerte (1194-1234) quien “Fecit Fieri a Ferrando Petri de Funes”. Su estado de conservación es excelente si bien su aspecto actual se debe a la reforma que sufrió en el siglo XVII cuando sus hojas fueron recortadas y además se le añadieron algunos folios. El contenido de las partes desaparecidas y el orden correcto de los contenidos puede conocerse gracias a la copia del siglo XIV, la Biblia de Nueva York. Los colores principales son el verde, amarillo, azul y rojo, utilizados en tintas planas. La ruda aplicación de los oros y platas delata la falta de escuela de miniatura en Pamplona a fines del XII y la ausencia de un especialista en la iluminación de libros. La mayoría de las ilustraciones se refieren al Antiguo Testamento, otras al Nuevo y el resto a vidas de Santos con un breve apéndice de tema apocalíptico. Se trata realmente de unas de las compilaciones de mayor antigüedad y de ahí su gran importancia. La obra se adapta a un esquema de figuras grandes en el que una o dos grandes escenas ocupan la página y son comentadas con breves textos de las Escrituras.
La Segunda Biblia de Pamplona presenta diferencias con la del Rey Sancho, pero no son tan grandes como para que pueda hablarse de un largo lapso de tiempo entre ellas. Ha sufrido más que su homónima y además de faltarle páginas, algunas aparecen borradas. Emplea semejante técnica y colores, añadiendo un verde opaco y un azul diferentes. Comparte asimismo la temática y el esquema, conteniendo un mayor número de escenas. Su elaboración debió de durar al menos un año para la primera y algo más para la segunda, que habría sido encargada a la vista de la anterior cuando ésta estaba todavía sin terminar. Estilísticamente ambas son hijas de la situación navarra del momento y revelan un estado cultural de ámbito limitado. Se ha señalado que su estilo es retardatario, exponente de la evolución del románico al gótico. Es lineal y sencillo, orientado hacia la simplicidad didáctica, tal vez como reacción contra el decorativismo mozárabe.
La Exposición de Arte Románico en Barcelona en 1961 reunió a las Biblias de Pamplona por primera vez tras muchos siglos.
En torno al 1200 se fecha un Beato de la Biblioteca Nacional de París, cuya procedencia se supone navarra. Por otra parte hay constancia documental de que en el siglo XIII el artista navarro Pedro de Pamplona era iluminador.
Al siglo XIV pertenece la Biblia de Nueva York (ms 22 Spencer Collection. Public Librery. New York), réplica de la Biblia del Rey Sancho. Es una obra elegante y sofisticada realizada con una técnica brillante. Su estado de conservación es excelente. Fue encargada en un momento en que Pamplona vivía inmersa en la influencia de la refinada corte francesa. También fechable en esta centuria sin poderse precisar la data exacta es un códice inglés que se conserva en el Archivo General de Navarra. Su origen posible se ha señalado en la abadía de Westminster y supone un relevante ejemplo de miniatura de procedencia no navarra. Se trata del ceremonial de la Coronación de los Reyes de Inglaterra obra que consta de tres partes, cada una de las cuales va encabezada por una viñeta y orla muy decorada con multitud de colores y profusión de oro, constituyendo un conjunto armónico en los tonos y realista en las actividades de los personajes si bien, éstos acusan cierta rigidez. La primera escena representa la coronación de un rey ante un importante séquito; la segunda, la unción de una reina, más modesta, y la tercera, las exequias de un personaje real, con la presencia del difunto yacente y coronado, rodeado de monjes con cirios encendidos. La decoración se complementa con orlas con motivos de fauna y flora combinados con grecas que forman casillas en las que se alojan personajes principales. Se desconoce la época y motivo de la llegada del manuscrito a Pamplona. Los estudiosos apuntan la posibilidad de un obsequio por parte de la duquesa de Lancaster quién en 1388 pasó por Pamplona. Junto a ésta hay otras hipótesis. Por otra parte el ejemplar que se conserva en Navarra es copia de parte del Liber Regalis (1377) y similar a otra existente en la Biblioteca Popular de Évora en Portugal. De otro lado, los autores se inclinan por el origen local del códice.
Noticias documentales no permiten conocer los nombres de algunos miniaturistas navarros o que trabajaron en Navarra en el siglo XIV y en los comienzos del XV, como Juan Flamen, Juan de Egüés, Sancho de Aóiz, Pedro García de Eguioz, Pedro Ibáñez de Lecumberry y Juan Clemens, que hacen suponer una importante actividad iluminadora al servicio de los monarcas navarros en estas fechas.
Quizá alguno de ellos sea el autor de una miniatura del Calvario que aparece en un Códice de Olite que sirvió de registro municipal entre los años 1253-1533, fechable en el primer tercio del siglo XV, sobre la que juraban las autoridades municipales. Pero lo más sobresaliente de esta centuria son los libros que formaron parte de la Biblioteca de Carlos Príncipe de Viana, algunos de los cuales han llegado hasta nosotros, ya que todos están escritos e iluminados en el estilo humanístico imperante entonces en Italia. Se conserva asimismo el Retrato del Príncipe de Viana en un manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid, copiado hacia 1480, al que se ha querido imprimir un halo de misterio rodeando al personaje de escudos, dibujos y enigmas. El retrato es fiel a los rasgos fisonómicos que cronistas de la época achacan al Príncipe: ojos grises, cabellos castaños claros, larga y fina nariz, rostro enjuto y pálido, estatura algo superior a la media y “un aire lleno de modestia y serenidad y un poco de melancolía en la expresión general del rostro”. Esta miniatura es semejante a una rara estampa incunable que se conserva en la misma biblioteca.
Lo recogido aquí es lo más significativo de la miniatura navarra hasta el siglo XVI, actividad que continuó en las centurias siguientes si bien con una incidencia inferior. Debe asimismo considerarse que son muy numerosos los códices de todas las épocas que están iluminados con bellas iniciales y orlas decorativas.
Bibliografía
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