MENCOS Y MANSO DE ZÚÑIGA, JOAQUÍN IGNACIO
MENCOS Y MANSO DE ZÚÑIGA, Joaquín Ignacio
(Pamplona, 6-VIII-1799 – Madrid, 20-1-1882). Aristócrata, literato y político. Fue octavo conde de Guenduláin y del Fresno de la Fuente, marqués de la Real Defensa, barón de Bigüézal, grande de España de primera clase, alcaide perpetuo hereditario de los Reales Alcázares de Tafalla y senador del Reino vitalicio.
Aceptó el puesto de regidor en el ayuntamiento de Pamplona (1833) y se manifestó isabelino en una corporación dominada por los carlistas, con los que supo mantener buenas relaciones, al punto de que el ayuntamiento le nombró para la Diputación del Reino. Fue diputado a Cortes (1836 y 1839) y en la legislatura de 1840 ejerció de secretario de la comisión parlamentaria de la Ley de Ayuntamientos, pretexto del pronunciamiento que acabó con la regencia de la reina María Cristina. Un año más tarde participó en el pronunciamiento pamplonés de O´Donnell a favor de la reina regente, a resultas del cual hubo de exiliarse en Francia. De nuevo en casa, fue alcalde de Pamplona, diputado a Cortes constitucionales (1844), en las que exigió que se respetasen los acuerdos de Vergara en lo referente a Navarra.
En 1849 recibió la Senaduría vitalicia. Luego fue ministro de Fomento en el Gobierno de Istúriz (enero de 1858), en el que permaneció cinco meses. No juró la Constitución de 1869, por lo que renunció a la cesantía de ministro; se apartó de la Corte, siguió atendiendo al Senado, del que llegó a ser vicepresidente segundo, y visitó repetidamente a la reina Isabel en París.
Como político, fue monárquico isabelino moderado, hostil a cualquier programa o acción revolucionarios. Ambas convicciones hicieron difícil su postura, no sólo en la intentona pamplonesa de O´Donnell, sino en las revoluciones del 48, del 54 y del 68, que le impulsaron a refugiarse en su ámbito familiar.
Como literato, Guenduláin, que ya gustaba de la poesía desde niño y había trabajado algunos poemas a la manera de los autores del siglo XVIII, tuvo en la adolescencia dos maestros de excepción. El primero fue Alberto Lista, al que la marquesa de Vessolla trajo (1817) del exilio en Francia, para que se encargase de la educación de sus hijos. Guenduláin acudió a casa de los Vessolla y pronto superó a todos en el aprovechamiento de las lecciones del teórico clasicista. El segundo fue Quintana, confinado en la ciudadela de Pamplona a raíz de la reinstauración de Fernando VII. Lista llevaba a sus alumnos a la celda militar. En 1820 Lista y Quintana volvieron a Madrid. Guenduláin fue tras ellos a la Corte, en la que siguió trabajando la poesía.
Guenduláin acudió al concurso convocado (1831) por la Academia de la Lengua sobre el tema del cerco de Zamora por Sancho II, y mereció por unanimidad el primer premio (1833), por delante de treinta y tres poetas entre los que se encontraba Donoso Cortés. Fue académico honorario de la misma Academia (1836) y numerario (1839) y acudió como tal a 403 sesiones.
Dio a las prensas muy pocas de sus obras. El cerco de Zamora, poema épico, está escrito en octavas reales, al igual que el dedicado a la muerte de su amigo el conde de Campo Alange -leído en sesión de la Academia (12.6.1837)-. Otras composiciones fueron A la que vi en el templo (traducida pronto al francés), El trono y el pueblo y El guerrillero. Inéditas quedaron, entre otros títulos, una novela histórica, Inés, poema sobre las guerras civiles en la Navarra del siglo XV.
Sus poemas primeros responden al clasicismo de las lecturas adolescentes y a las enseñanzas de sus dos maestros; después evolucionó hacia el romanticismo, como puede verse en los romances agrupados bajo el título de El Príncipe de Viana, publicados en “El artista” (mayo 1835) o los ya citados, que traslucen la manera que caracterizó a Espronceda, contertulio suyo -como Larra, Madrazo, Fernández de Córdova y Diego de León- en casa de Campo Alange. Ya en su discurso de ingreso (1836) en la Academia estudió el romanticismo de los poemas épicos castellanos.
Tanto en su actividad política como en la afición literaria y en los trabajos académicos gustó más del silencio apartado y doméstico que de la controversia crítica y febril.
El marqués de Molina* leyó en la Academia de la Lengua su necrológica, en la que escribió que fueron su norte “la monarquía y el parlamento; su rumbo, aquella línea estrecha y difícil, lindera entre la libertad, que es naturaleza en el individuo, y el orden, que es necesidad del Estado”.