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MARTÍN DE ZALBA

MARTÍN DE ZALBA

(Pamplona, ca. 1337 – Salon, Francia, 27.10. 1403). Obispo de Pamplona y cardenal. Nacido en el seno de una familia acomodada de mercaderes de Pamplona, fue destinado a la carrera eclesiástica y cursó estudios en las Universidades de Tolosa, Bolonia y Aviñón, donde obtuvo el grado de doctor en decretos (1365) y comenzó a ejercer la docencia. Había entrado ya en contacto, sin duda, con la curia pontificia y recibió de los papas diversos beneficios eclesiásticos en Aragón, Castilla y Navarra, donde obtuvo el deanato de Tudela (1373) y la parroquia de San Martín de Unx (1375) pese a estar ordenado sólo de diácono y residir en la corte papal. Al propio tiempo Carlos II lo nombró canciller del reino (1376), cargo que ocupó hasta 1397. Como refrendario pontificio debió seguir al Papa en su retorno a Roma (1377) y, finalmente, fue designado en el mismo año obispo de Pamplona, tomando posesión por procurador. Antes de que hiciera su entrada en la diócesis, que de momento gobernó mediante vicarios generales (Ferrando Ibañez de Huarte y García Martínez de Larraga), se desencadenó el Gran Cisma, y tomó partido por Clemente VII, convirtiéndose en uno de los grandes defensores de los papas de Aviñón. Entró en Pamplona en octubre de 1379 con amplios poderes para reformar la diócesis, pero sus principales actividades guardaron relación con el cisma: trató de ganar la adhesión de Carlos II para el papa de Aviñón y estuvo en Medina del Campo para defender en una asamblea reunida por el rey de Castilla la obediencia clementista (1380-1381). Como canciller del reino desempeñó igualmente embajadas en Foix y Castilla. De nuevo en Aviñón (noviembre 1384) siguió ocupándose de los asuntos de su diócesis: consiguió la confirmación de los derechos episcopales sobre las iglesias dependientes de Montearagón y la sede pamplonesa fue declarada exenta del metropolitano cesaraugustano e inmediatamente sujeta a la Santa Sede (25 septiembre 1385). Reintegrado a su cátedra episcopal (mayo 1387) con las facultades extraordinarias propias de un legado pontificio, se ocupó durante seis años de nuevas comisiones regias y de los asuntos eclesiásticos. Convocó al parecer un sínodo, reivindicó con éxito sus derechos sobre las iglesias guipuzcoanas de patronato laico y se le autorizó para erigir el tribunal de la Inquisición; alcanzó sobre todo que pocos días antes de oficiar en su coronación, Carlos III reconociera como papa a Clemente VII (6 de febrero 1390). Como recompensa de su fidelidad se le otorgó la dignidad de cardenal (23 julio), recibiendo el capelo en la capital navarra como excepción de la costumbre vigente hasta entonces. Casi al mismo tiempo se derrumbaba la catedral de Pamplona (10 julio 1390). Tres años después marchaba otra vez a Aviñón para no volver ya a su diócesis; su preocupación principal fue desde entonces el Cisma. Muerto Clemente VII (1394) redactó en el Cónclave la cédula de juramento de los cardenales, comprometiéndose a buscar la unidad de la Iglesia; iniciaba así una larga labor literaria en que puso sus conocimientos jurídicos al servicio de Benedicto XIII. Rechazó la propuesta francesa de la renuncia de ambos papas y propugnó en cambio la expulsión violenta del pontífice de Roma y, posteriormente, una convención o discusión en la que resplandecería la verdad y el “papa intruso” quedaría convencido. Su postura, que respetaba la autoridad papal y su supremacía sobre el concilio, fue perdiendo adeptos, incluso entre los aviñonistas, ante las presiones del rey de Francia y de la Universidad de París, que comenzaron a defender la sustracción de la obediencia e intentaron marginar al cardenal pamplonés de las negociaciones. La actitud de la población aviñonesa, que secundaba la política del monarca francés, puso en graves apuros a los partidarios de Benedicto XIII y el cardenal Zalba organizó la defensa armada, pero cayó prisionero (octubre 1398). Liberado mediante un fuerte rescate (marzo 1399) se vio obligado a abandonar la ciudad papal y desde Arles se mantuvo en contacto con el papa Luna, defendió su actitud y preparó su huida de Aviñón (marzo 1403) y su instalación en Chateaurenard. Pocos meses después el cardenal de Pamplona fallecía en Salon, cerca de Narbona, recibiendo sepultura en la cartuja de Bonpas. Había cooperado económicamente a las obras de construcción de la nueva catedral pamplonesa, cuya primera piedra se había puesto en 1394. Compuso unos comentarios a las Decretales y al Decreto de Graciano, además de numerosos dictámenes, memoriales, alegaciones y tratados sobre el cisma, cuyos originales se conservan en los archivos vaticanos.

Bibliografía

J. Goñi Gaztambide, Historia de los Obispos de Pamplona, II, Pamplona, 1979, p 266-382.

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    Martín de Zalba (PN)

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    Palacio de los Papas de Avignon

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