LLAVE DEL TORIL
LLAVE DEL TORIL
El artículo 67, del vigente Reglamento Taurino precisa que, terminado el paseíllo, el presidente de la corrida “entregará, por mediación del delegado, la llave de los toriles a uno de ellos (alguacilillo), el cual cruzando el ruedo la dará al encargado de abrir la puerta del toril”. Tal acto cabe interpretarlo como simbólico, reminiscencia de protocolos de pasadas épocas cuyo reflejo persiste en las funciones taurinas sin razón de ser, o sin acompasarse a la actualidad. El llamado por los taurinos “portón de los sustos”, la puerta del toril, fue siempre enorme, dura y pesada, para guardar al fiero y poderoso animal encerrado, por lo que la llave para abrirla se hizo grande y pesada, de hierro. En pasados siglos, enchiquerados los toros se cerraban con la “llave”, que se entregaba a quien presidiría la corrida y asumía toda responsabilidad posterior. La guardaba celosamente sin moverla de su bolsillo, o la depositaba en dependencia municipal para ser vigilada constantemente por testigos de vista, como si fuera elemento clave ó cual talismán intransferible para dar salida a los toros. Se convertía en especie de emblema de jerarquía que sólo podía poseer quien ostentara la autoridad presidencial en la corrida de toros, cuyos actos parecen supeditarse a esta llave; sirva como paradigma una cita histórica, la Reina mandó que le entregaran la llave del toril y se negó a echarla mientras estuviere en el ruedo su esposo el monarca español Felipe III.
En los cosos navarros la autoridad presidencial desde su localidad echaba la llave al alguacil, quien se la entregaba al “carpintero” situado en el centro del ruedo encargado de abrir el toril. En Pamplona, Cabeza del Reino de Navarra, que acostumbra a dictar los actos protocolarios, resultaba ceremonia compleja, tenía hasta un nombre propio “llave dorada del toril”, por haber dado al hierro color oro, y engalanada con vistosa cinta de seda formando lazo. La llevaba al coso el regidor cabo de San Cernin, máxima autoridad municipal pamplonesa, para echarla por sí mismo o cedérsela al abanderado de San Fermín, pero si presidía la corrida el virrey de Navarra era condición obligada entregársela en bandeja de plata; éste, tras los saludos de rigor, la echaba al alguacil de Corte que protocolariamente se la entregaba al “carpintero mayor”, colocado en el centro del ruedo y descubierto respetuosamente; en ocasiones, fue sancionado por considerar no guardó la debida compostura y hasta destituido por retrasarse en su misión.
El 1 de julio de 1701 se reunieron conforme a la costumbre tradicional, alcalde y regidores y “en el mismo umbral de la Casa Ayuntamiento”, manifestó el alcalde a los regidores, cuando se disponían a trasladarse al coso taurino, que le dieran la llave dorada del toril, “porque le tocaba por su puesto el tenerla y el distribuirla en dicha corrida, a que se le respondió, por todo el regimiento de conformidad, que no tenía derecho para ello y que era novedad lo que intentaba, y que el uso de dicha llave tocaba al regimiento…”, en consecuencia se promovió serio incidente con sonadas y airadas protestas.
Durante la totalidad de los sanfermines del siglo XVIII y buena parte del XIX, se repitió la misma escena: al echar la llave del toril, se levantaba el alcalde y con voz sonora y protestando, exigía le entregaran la llave del toril a lo que se negaba el regidor, acto contemplado con curiosidad y sorna por los miles de espectadores cual auténtico número precedente a la entrega de la llave del toril.