LITURGIA
Conjunto de actos reglamentados de culto. No hay propiamente una liturgia navarra aunque sí unas formas de vivir el ciclo litúrgico y una historia de las actitudes del pueblo navarro ante estos actos.
Las diócesis de la Comunidad Foral pertenecen al rito latino. La liturgia hispana fue sustituida por la romana hacia el año 1085. El rito litúrgico mozárabe, que pertenece al grupo de los ritos de lengua latina, como el ambrosiano, el galicano y el céltico, en un momento de su historia llegó a extenderse a casi toda la península ibérica e incluso a la parte de las Galias que pertenecía al reino visigótico. Se le designó también con el nombre de liturgia visigótica o hispano-gótica, o simplemente hispánica; pero desde el siglo XV prevaleció la denominación de mozárabe. Parece que este rito estaba estructurado ya en el siglo VI. Las misas en honor de San Saturnino habían sido compuestas en Tolosa antes de terminar el siglo V. Entre los autores de textos de la misa y del oficio de aquél primer período visigótico, sobresalieron en la provincia eclesiástica tarraconense, a la que pertenecía Pamplona, Juan de Zaragoza y San Braulio, que murieron a mitad del siglo VII. El Concilio IV de Toledo (año 633) trató de unificar en todo el reino el rito conocido como hispánico, aunque con variaciones en el Norte y en el Sur de España.
El año 1067 la liturgia romana se introducía en el monasterio de San Salvador de Leire; y, en el año 1080, el Concilio de Burgos decretó la adopción del rito romano en todo el reino de León y Castilla. Toledo, que seguía bajo la dominación musulmana, conservó el rito antiguo; pero, al caer la ciudad en manos de Alfonso VI (año 1085) se impuso también allí el rito romano, con la concesión a los mozárabes de celebrar el antiguo rito en las 6 parroquias entonces existentes en Toledo.
El 19 de marzo del año 1074, el Papa Gregorio dirigió una carta al Rey de Navarra, Sancho de Peñalén, en la que pedía la adoptación del rito latino. A esta introducción ayudó el asesinato de este rey aragonés Sancho Ramírez, quien unos años antes había cambiado el rito hispánico en los monasterios benedictinos de San Juan de la Peña, San Victoriano de Asan y en otros lugares; pero para evitar incidentes, no urgió tal medida hasta la muerte del obispo de Pamplona en 1078. Parece que en Navarra la sustitución de la liturgia hispana por la romana no llegó a completarse hasta el año 1085.
Navarra conservó los santos locales, que no sólo entraron en los calendarios sino también en la misa. En el archivo de la catedral de Pamplona se conserva el Misal de Pamplona, incunable del año 1500. Existe otro misal de la diócesis de Pamplona, también del siglo XVI. Son manuscritos y se conservan ejemplares de tres ediciones, las tres del siglo XIV, en el archivo de la catedral. Parte de los himnos y antífonas de la actual Liturgia de las Horas. Iglesia en Navarra. 1980 están tomados de las ediciones navarras anteriores a la reforma post-tridentina. En el año 1564, poco después de la clausura del Concilio de Trento, el obispo de Pamplona ordenó la preparación del Libro de las Horas propio de la diócesis pampilonense. Y poco después, el 13 de noviembre de 1587, se decretaba la vigencia de dicho Libro de Horas, después de la aprobación de su texto por el Papa Sixto V. La primera edición de los propios litúrgicos diocesanos posttridentinos data de 1593.
En la actualidad existe el Misal propio de las Diócesis de Pamplona y Tudela con textos latino, español y vasco, aprobado en Roma el 5 de mayo de 1976. Existe también la Liturgia de las Horas para la Iglesia en Navarra, en sus diócesis de Pamplona y Tudela, aprobado el 14 de julio de 1977 e impreso en 1980 en latín y castellano.
Los obispos de las diócesis en que se usa la lengua vasca en la liturgia determinaron la coordinación de las diversas traducciones y así se creó, el día 17 de enero de 1969, la “Comisión Interdiocesana para la traducción de textos litúrgicos y catequéticos en lengua vasca”. Firmaron la orden el arzobispo de Pamplona (Tabera), el obispo de Bayona (Vincent), el obispo de San Sebastián (Argaya), y el administrador apostólico de Bilbao (Cirarda). El obispo de Vitoria (Peralta), que no intervino directamente en estas actividades, manifestó posteriormente su aprobación. Hasta el año 1968 cada diócesis preparaba sus propios textos litúrgicos sin conexión mutua. Pero el cardenal Lercaro, presidente del Consejo encargado de la reforma litúrgica, pidió a los presidentes de las Conferencias Episcopales, en carta del 16 de octubre de 1964, que para cada lengua hubiera sólo un texto, aunque se pudieran hacer ediciones diversas según las variedades dialectales. La Comisión Interdiocesana se dividió en tres sub-comisiones que se ocuparon respectivamente de la liturgia, de la música y de la catequesis. El 15 de octubre de 1969 se envió a Roma la versión vasca del nuevo ordinario de la Misa, cuyo texto fue aprobado por la Santa Sede el día 24 de octubre de 1969.
Los santos propios de las diócesis navarras son: San Fermín y San Francisco Javier, patronos igualmente principales de Navarra; San Saturnino, patrono de la ciudad de Pamplona; San Beremundo de Irache, abad de este monasterio y cuyo nacimiento se disputan en Villatuerta y Arellano; San Raimundo de Fitero, abad de este monasterio desde su fundación en 1152, y fundador de la Orden Militar de Calatrava; San Gregorio de la Berrueza, cardenal y legado pontificio en el año 1043 ante el rey García de Nájera, cuyas reliquias se conservan en la basílica de San Gregorio Ostiense de Sorlada; San Miguel Garikoitz, presbítero nacido en Ibarra, fundó en Betharrán el Instituto para Sacerdotes del Sagrado Corazón; San Andrés Huberto Fournet, expulsado por la Revolución francesa, fue presbítero en Los Arcos y fundó la congregación de las Hijas de la Cruz; Santa Vicente María López Vicuña, nacida en Cascante, fundó el Instituto de las Hijas de María Inmaculada. Santa Ana, madre de la Virgen María y desde el año 1530 patrona de Tudela; San Ignacio de Loyola, perteneciente entonces a la diócesis de Pamplona, herido frente al castillo de esta ciudad y fundador de la Compañía de Jesús; Beato Ezequiel Morano y Díaz, prior de Monteagudo, donde murió o después de ser obispo de Pasto (Colombia); San Agustín, obispo de Hipona, doctor de la Iglesia y patrono principal de la diócesis de Tudela; beatos Esteban de Zudaire, Juan de Mayorga y compañeros mártires, murieron en Brasil; beatos Francisco Dardán, nacido en Isturiz, mártir en París a consecuencia de la Revolución francesa; San Miguel Arcángel, a quien se dedicó un templo en Aralar, en el siglo IX y cuya efigie recorre varios pueblos de Navarra; San Virila de Leire, abad de este monasterio en el siglo X; Santas Nunilo y Alodia, de estirpe visigótica, martirizadas en la ciudad de Huesca a la edad de 18 y 14 años respectivamente; San León, primer obispo de Bayona, decapitado en la segunda mitad del siglo IX; San Honesto de Nimes, discípulo de San Saturnino y enviado por éste a Pamplona.
Las peculiaridades de los actos litúrgicos han derivado de tres hechos principales: en unos casos, se trata de formas regionales -o locales- del ciclo general (así, las peculiaridades en la celebración de la navidad, la cuaresma, la semana santa o la pascua); en otros, se trata de asimilaciones de cultos precristianos a los cultos o al mero ciclo cristiano (como sucede con algunas formas de la celebración de Santa Águeda, el carnaval o el olentzero); por último, algunos cultos han surgido de la aplicación -a las circunstancias determinadas de uno u otro momento histórico- de la doctrina del catolicismo sobre el valor de la oración y del sacrificio (aplicación que en especial se plasma en determinados compromisos, o votos, de los que constituyen buenos ejemplos los de las Cinco Llagas de Pamplona o la Javierada).
En Navarra las celebraciones litúrgicas más antiguas han sobrevivido al impacto de las corrientes racionalistas del siglo XIX, en el cual se mantuvo la tendencia a improvisar cultos circunstanciales, del tipo de las rogativas (tres días de funciones religiosas) que el Ayuntamiento de Pamplona acordaba pedir a las autoridades eclesiásticas en septiembre de 1884 “a fin de implorar de la divina Providencia que no se propague el cólera en esta capital”.
Durante los siglos XIX y XX la gama de actos de culto incluso se amplió, de resultas de la tendencia general en la Iglesia a unificar las organizaciones, en unos casos por empeño explícito de la Santa Sede y en otros por mera imitación, sobre todo del patrón francés y secundariamente del italiano. De esta naturaleza fueron, por ejemplo, innovaciones como el rosario de la aurora -que se organizó definitivamente en Pamplona en 1887- o la adoración nocturna. (Auroros*).
Ahora bien, como el impacto racionalista no dejó de darse por ello, lo que hubo también en el XIX y el XX fue una cierta historia política de las celebraciones litúrgicas, cuya realización evolucionó, desapareció y reapareció a impulsos, muchas veces, de los acontecimientos políticos. El hecho se registró por lo menos en la guerra de la independencia, entre 1808 y 1814, cuando las procesiones de Semana Santa fueron suspendidas para evitar las vejaciones de la tropa francesa; luego, en 1837, la suspensión tuvo ya color español (y navarro) y en adelante se ajustó con bastante fidelidad a los períodos de gobierno izquierdista. Se repitió el fenómeno de la desaparición entre 1837 y 1844, entre 1873 y 1875 y entre 1932 y 1936. (Semana Santa*, anticlericalismo).
Sin duda, el gran conflicto entre celebraciones religiosas y orientaciones políticas se registró en estas últimas fechas, durante la segunda República, y alcanza tal envergadura que no permite dudar sobre su influencia en el estallido de la guerra civil, en 1936.