LEPROSO
Persona afectada por una enfermedad infecciosa crónica caracterizada por síntomas cutáneos y nerviosos.
En todas las civilizaciones se ha considerado a los leprosos con un horror instintivo, muy comprensible. Hasta tiempos muy recientes se confundían con la lepra enfermedades de la piel (pelagra, herpetismo, lues, etc), en estado más o menos avanzado. El aspecto repulsivo de los enfermos (“gafos”, “mesiellos”, “melatos”, “lazrados”), considerados muy contagiosos, explica que se procurara evitar el contacto y la convivencia con ellos.
Obligados a vivir apartados en leproserías, no faltaron sin embargo almas caritativas que dieron lugar a la fundación de órdenes-como la de San Lázaro- específicamente dedicadas a cuidarlos y acogerlos en sus establecimientos. En 1195 y 1258 constan ya para Tudela y Estella respectivamente sendas casas de San Lázaro. La de Pamplona, documentada en el siglo XIII, se hallaba a poniente del Burgo de San Cernin, pero también se atendían a leprosos -tal vez peregrinos a Santiago para suplicar al apóstol su curación en el hospital de la Magdalena, situado ya hacia 1174 junto al puente del mismo nombre, por donde entraba en la ciudad el camino de Compostela. En Sangüesa consta la existencia de una casa de San Lázaro al menos desde 1292. Otros lugares donde hubo cofradías bajo el patrocinio de la Magdalena o San Lázaro fueron: Azanza, Elcano, Goizueta, Guenduláin, Ichaso, Lacunza, Leache, Lesaca, Lumbier, Moriones, Múes, Murillo el Fruto, Tiebas, Villafranca, Zubiri.
El de “gafo” o leproso era un insulto gravísimo, comparable al de “cornudo”, “fornecino” o “sodomítico”, hasta el punto de que el fuero de Peralta (1144) exime de multa al que responde con golpes a tal injuria. El terror obsesivo por el contagio de esta enfermedad se refleja en los textos legales. El Fuero General de Navarra (Lib. 5, tit. 12, cap. 5) determinaba que el infanzón o villano que contrajese la lepra debía abandonar el lugar retirarse a la leprosería (“gafería”). Si poseía rentas suficientes con que subsistir los vecinos estaban obligados a construirla. El leproso que se quedaba sin medios de vida podía ir pidiendo limosna, pero sin entrar en las casas, y haciendo sonar unas tabletas para que nadie se le acercara por inadvertencia. La aparición de estos desgraciados, con su aspecto deforme y el sonar de sus tabletas, llamaba la atención de los chicos del pueblo, que -inconscientes del posible contagio- se arremolinaban en su torno. De ahí la expresa advertencia del mismo Fuero: “No aya solaz con los niños nin con los hombres jóvenes quoando anda por la villa pidiendo limosna”, e insiste en que los padres prohíban a sus hijos pequeños que vayan a casa del leproso “por aver solaz con eyll”. El Fuero de Viguera disponía incluso que el leproso “no aya sepultura entre los otros cristianos”.
Como reflejo de la mala conciencia que tenía la sociedad respecto del exilio forzado a que los sometía, en 1321 se propagó en Francia la terrible acusación, sin duda calumniosa, de que los leprosos y los judíos habían envenenado las aguas, y el rey ordenó condenarlos a la hoguera. En Navarra, aunque unida por entonces a la Corona francesa, no se procedió con tanto rigor ante estos graves rumores, y el gobernador se contentó con decretar la expulsión y confiscación de los bienes de los leprosos del reino. En cumplimiento de estas órdenes fueron deportados a Sádaba de Aragón 38 enfermos, previamente concentrados en Estela, Olite y Sangüesa.
La lepra se ha asociado, con mayor o menor fundamento, a los agotes, grupo social que por este motivo fue confinado en el barrio de Bozate de Arizcun. Apenas si se encuentran referencias de tratamientos empíricos para este mal, seguramente debido a la carga social que implicaba el padecer esta enfermedad. No obstante, se registra el dato histórico de que el famoso curandero itinerante Juan Griego de Bohemia trató al abad de Sorlada (hacia 1570) de una lepra y una tos seca con una yerba por él llamada “endivia”, cocida con vino blanco, miel y azúcar. (Legana*).
Bibliografía
M. Núñez de Cepeda, Historia de la beneficencia en Navarra (Pamplona 1940); L. Vázquez de Parga, J. M. Lacarra, J. Uría, Las peregrinaciones a Santiago, (Madrid, 1948), I, p 407-415; F. Idoate, Documentos sobre agotes y grupos afines en Navarra, (Pamplona, 1973), p11-12.