LAS HERAS, LOS
LAS HERAS, los
Familia de doradores, afincada en el pujante foco artístico de Asiáin, un taller de pintura fecundo que llenó con su actividad todo el siglo XVII. Su fundador fue Juan I de Las Heras (muerto en 1658) quien se había formado en el mismo lugar de Asiáin, en el taller de Alonso de Lasao. Lo continuaron sus hijos gemelos Andrés de Las Heras (1615-1652) y Juan II de Las Heras (1615-1676) y su nieto Juan Fermín de Las Heras (1642-1701). En él se formaron una pléyade de artistas que prolongaron la escuela y las maneras pictóricas propias del taller.
El estilo de la familia se caracteriza por el mantenimiento de la tradición decorativa y la perfección de la pintura. Está presente el naturalismo barroco en ramos de frutos con cerezas, fruto típico de la comarca, que plasmaron en Saldise, Garísoain y otros retablos, y en el movimiento y escorzos de los ángeles en el cielo, como en Asiáin y Mañeru. Perdura el empleo de ricos brocados en la indumentaria de la escultura. Los maestros emplean esquemas ya fijados, fórmulas de éxito seguro. Así se repiten Santos, Virtudes y personajes pintados sobre la estofa en medallones, zócalos, frisos y elementos arquitectónicos. Decoran los paisajes tallados por el escultor enriqueciéndolos con nuevos motivos de flora y construcciones urbanas; en los fondos de las cajas ocupadas por bultos exentos, los Las Heras se inclinan por paisajes planos, ocres, casi desérticos, de horizonte bajo, pintando el resto con tonos azulados, salpicados de cabezas de angelitos. En los medallones los motivos paisajísticos combinan tonos verdes y azules pormenorizándose, en ocasiones con deleite, detalles de rocas, vegetación y construcciones, o limitándose a motivos difuminados, sobre todo, cuando el contrato especifica que “no se haga obra superflua”, como en los retablos de Asiáin y Garísoain. En el estilo de los Las Heras predominan los motivos vegetales a gran escala y los tonos azules, verdes y rojos. Las figuras aparecen encarnadas, con gran tersura de los colores, que consigue dar morbidez y flexibilidad a las partes ebúrneas. El decorado y la pintura se armonizan con la encarnación.
La abundante documentación conservada permite conocer bien la labor artística de Juan I de Las Heras, por otra parte, el artista más estudiado del grupo. Su obra ha perdurado casi íntegra habiendo desaparecido, al parecer solamente los retablos de Madoz, Muniáin y Ollo. Se debe a su mano, generalmente en colaboración con alguno de sus hijos u otros artistas, la policromía de los retablos mayores de Izu (1621), Estenoz (1645), Galdeano (1646), Garísoain (1647) y Adiós en el año 1654, así como de numerosos colaterales. Fueron asimismo abundantes las obras de sus descendientes, que sin embargo no han tenido tanta fortuna; de los decorados por el último Las Heras, Juan Fermín, sólo ha perdurado la policromía original de los retablos de Villanueva de Aézcoa y Ciriza. La labor de policromía de retablos fue la principal de estos activos maestros, pero no la única. En 1620 Juan I de Las Heras se comprometió a pintar al óleo una tela grande con su marco, para el retablo mayor de Izu, obra que por otra parte no llegaría a realizar. Decoraron numerosos sagrarios, crucifijos para púlpitos o bien destinados a la devoción popular, monumentos de Jueves Santo, así como frontales de altar. Además de la imaginería de los retablos, se ocupaban de tallas sueltas.
Bibliografía
T. Biurrun Sotil, La escultura religiosa y Bellas Artes en Navarra durante la época del renacimiento. (Pamplona 1935), p. 338 y 377. M.C. García Gaínza y Completo. Catálogo Monumental de Navarra, Merindad de Estella II (Pamplona 1982) p. 83 y C. M. N. II** (Pamplona 1983) p. 25, 61, 70-75, 81, 99, 647. J.M. Jimeno Jurio “Pintores de Asiáin” I en Príncipe de Viana (1984), p. 7 y ss.