JUICIO DE DIOS
Prueba a la que, durante la Edad Media, eran sometidos ciertos acusados o acusadores para probar la verdad o la culpabilidad. El Fuero General de Navarra regulaba el modo de celebración de algunas ordalías.
Juicio de fierro caliente
Consistía en aplicar un hierro caliente sobre la palma de la mano del acusado (o de la mujer embarazada denunciadora del presunto padre), ligándolo a la mano con un lienzo. Suelto al cabo de tres días, si no eran apreciadas huellas de quemadura, el acusado era declarado inocente; en el caso de la mujer obligada a tomar el hierro, el acusado debía tomarla como mujer o dotarla convenientemente. El hierro, largo y ancho como la palma de la mano y del grosor del dedo meñique, era calentado con sarmientos y leña seca, puesto a continuación sobre la mesa del altar de una iglesia, y bendecido por un clérigo. Tenía lugar en la “Sied del Rey” en Orcoyen (Olza), concretamente dentro de la iglesia de San Esteban, “do suelen cargar el fierro calient”, todavía en 1417.
Juicio del agua caliente y de las gleras
Ponían agua en una caldera hasta un codo de altura, introduciendo en ella nueve “gleras” (cascajos), envueltas cada una en un paño y atadas al asa con cuerdas. Un capellán las bendecía y el agua era hervida con fuego hecho con ramos bendecidos el primer domingo de la Semana Santa. El acusado introducía la cuerda entre dos dedos y, guiado por ella, debía bajar la mano hasta el fondo, tomar las piedras una por una y sacarlas. Terminada la extracción, le vendaban la mano. Al cabo de nueve días le quitaban el vendaje; si presentaba vestigios de quemaduras era declarado culpable y condenado.
Batalla de candela
Más suave que las anteriores, aunque basada en idéntico principio. Una candela, hecha con cera del Cirio Pascual, era partida en dos porciones iguales sobre la mesa de un altar. Acusado y acusador juraban sobre la Cruz y los evangelios, y recibían su trozo de vela. Puestas sobre sendas agujas de hierro, la que antes se consumía decidía quién era el culpable.
Batalla de escudo y bastón
Lucha entre dos hombres o “batailleros”, iguales en altura y grosor de cuello, pecho, brazos y piernas. Debían enfrentarse en nombre del acusador y del acusado. El Fuero General prescribe que los de Artajona debían proporcionar los “batailleros”. Estos debían velar sus armas (escudo de seto y palo) en la iglesia durante la noche anterior. La batalla se celebraba en campo amojonado hasta que uno de los contendientes resultara vencedor.
Estas pruebas afectaban a los labradores pecheros o villanos, estando exentos los hidalgos, a no ser en caso de ser acusados por otro de la misma condición noble, en cuyo caso se enfrentaban montados a caballo, dentro de un terreno previamente señalado. Si el acusado no había sido derrotado al cabo de tres días de batalla, era declarado inocente. Estas y otras ordalías partían del principio de que Dios, invocado como juez supremo e infalible por los sacerdotes y por medio de signos religiosos, debía esclarecer la verdad. Aunque muchos países europeos dejaron de practicarlas durante el siglo XIII, y fueron restringidas por el Concilio IV de Letrán (1215), en Navarra continuaron celebrándose más de doscientos años después. Son consideradas prácticas supersticiosas.