ISLA DE LA TORRE Y ROJO, JOSÉ FRANCISCO
ISLA DE LA TORRE Y ROJO, José Francisco
(Vidanes. Léon, 24.4.1703 – Bolonia, 2.11.1781). Jesuita, escritor. Nació en el palacio del marqués de Astorga y duque de Trastámara, de quien su padre era administrador. En el ejercicio de ese cargo pasó a Valderas, en Tierra de Campos, pueblo que Isla consideró siempre como su segunda patria. En él hizo, con los carmelitas, sus primeros estudios de Latín, Filosofía y Derecho, a los once años obtuvo título de bachiller. Ingresó, tras unos ejercicios, en Villagarcía de Campos (1719) y se aplicó a su formación hasta llegar al sacerdocio (1738). Estudió en Salamanca y explicó filosofía y teología en Medina del Campo, Santiago de Compostela, Segovia Pamplona; residió luego en Madrid, Pontevedra y Villagarcía de Campos. Tras la expulsión de la Compañía ordenada por Carlos III (1767) embarcó en La Coruña y llegó a Civitavecchia, Córcega y Bolonia, ciudad en la que falleció, acogido por los condes de Tedeschi.
En la vida del P. Isla hay tres períodos: el de formación religiosa e intelectual (1719-1738), los años de labor como profesor, predicador y escritor (1738-1767) y los años de destierro. En la primera fase, hay que destacar la estancia en Salamanca, donde encontró a un jesuita destacado, Luis de Losada, con cuya hermana, Rosa María, había contraído segundas nupcias su padre, José de Isla.
El nombre de Isla va unido en la literatura a la figura de fray Blas, el predicador ridiculizado en Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes (dos volúmenes, 1758, 1770). La idea de satirizar la predicación altisonante entonces de moda parece que arranca de los años de Salamanca y de la influencia de Losada.
La obra de Isla encierra una notable contradicción: por un lado, ataca las ridiculeces de la oratoria sagrada y viene a proponer modelos más propios de la Ilustración; por otro, acusa de “fruslería” e “insustancialidad” a Verney y la filosofía moderna, resucita los disputas entre aristotélicos y corpusculistas, y prefiere a los primeros. Eso explica que sufriera ataques de dos frentes: unos pedían a la Inquisición que no dejara “Lobones entre las ovejas”; otros le acusaban de obstinado partidario de la antigüedad”, como el conde de Peñaflorida, en Los aldeanos críticos (Evor, en verdad Valladolid, 1758), trasunto del grupo guipuzcoano que Isla bautizó como “caballeritos de Azcoitia”. La Inquisición acusó al jesuita de impiedad y prohibió el segundo tomo; pero la obra gozaba de popularidad tan fuerte que el Tribunal apenas ejecutó su propia orden.
Isla vino a Pamplona, al colegio de la Compañía, en 1743 y permaneció cuatro años en la capital navarra. Predicó el sermón de San Francisco Javier ante las Cortes del reino (1743) y publicó Triunfo del Amor, y de la lealtad, Día grande de Navarra. En la festiva, pronta, gloriosa Aclamación del serenissimo Catholico Rey D. Fernando II de Navarra y VI de Castilla (Pamplona, 1746). El libro lo escribió por encargo de la Diputación, que hubo de recurrir a instancias superiores, porque Isla se resistía a describir unas fiestas que por su ausencia no había presenciado. El Día Grande de Navarra se publicó sin el nombre del autor, vivió un éxito fulgurante, y el P. Isla recibió felicitaciones asfixiantes, luego convertidas en insultos que aconsejaron el traslado del jesuita a Madrid. La Diputación del reino le libró 295 reales y más tarde (15.12.1746) acordó gratificarle con “dos moliendas de chocolate labrado, seis libras de tabaco de Sevilla y seis pañuelos de seda de los mejores”. Siguieron dos ediciones en Zaragoza, una en Valencia y otra en Madrid, ya firmada, seguida por otras tres (1785, 1793 y 1804). El malestar general se expuso en Colirio para los cortos de vista, diversión de los discretos, y explicación del Cajón de Sastre de la Isla trasmontada para los tontos (Valencia, 1747), obra que, según el censor inquisitorial, “ni puede servir de colirio, ni de diversión”. El Colirio llamaba loco, tonto, padre ruin y bribón, bufón, mal religioso, padre fandango, además de Herodes cruel, al P. Isla, que se fue a Madrid con el folleto y lo presentó a la Inquisición. Ésta lo insertó en el “Índice” (1747), condena que Isla se apresuró a notificar a la Diputación del reino.
El Colirio no tiene gracia y abunda en torpezas gramaticales y estilísticas, pero demuestra conocer las interioridades de Diputación, en concreto las de la sesión de diciembre de 1746, y alaba al abad de Leire, Malaquías Martínez, y al diputado Ezpeleta, que criticaron y se opusieron a la gratificación acordada. El abad tenía motivo de resquemor, pues Isla, al evocar el milagro legerense de San Virila, escribió: “Ahora bien, si los pajaritos que revolotean alrededor del monasterio son tan celestiales, los que andan dentro de los claustros, ¿qué pájaros serán?” Ezpeleta, los diputados y aun los navarros en general, también podían aducir sus motivos, porque para el jesuita “no eran hombres de escuela, pero sí escuela de hombres”, en otras palabras brutos, pero honrados.
Isla y otros después han rechazado las acusaciones contra el Día grande de Navarra, como si esta obra fuese una retahíla de elogios escarolados, pero sin intención. Lustros más tarde, el propio Isla reconoció que “los que censuraron de satírico el papel intitulado Día grande de Navarra hicieron más justicia a su achacosa intención que merced a su crítica sindéresis”. En el fragor de la polémica no lo reconoció, sino que la encrespó con su Carta a Don Leopoldo Gerónimo de Puig (Pamplona 1746), en la que contesta a una de éstas a un navarro y llega a decir que “Los que sienten los elogios como si fuesen dicterios estarían muy cerca de agradecer los plos como si fueran finezas”. Hoy el lector desapasionado concluye que los elogios de Isla a los navarros son, a fuerza de arrebatados y pueriles, insultos sardónicos, sátira más que panegírica. Lo cual está muy en el estilo de quien andando el tiempo daría a la estampa el Fray Gerundio, por otra parte una de las mejores, si no la mejor, de las novelas publicadas en su siglo.
Años antes de residir en Pamplona, se atribuyó a Isla un libro, titulado Virtud al uso y mística a la moda. Destierro de la hipocresía, con pie de imprenta de Pamplona y publicado a nombre de Fulgencio Afán de Ribera. El año debe de ser 1729. El libro, que es una sátira corrosiva de la mojigatería, fue prohibido. El pie de imprenta debe de ser falso y no puede tratarse de Pamplona.
De 1779 data una Carta en verso escrita por un desterrado de Italia a un amigo suyo residente en Navarra, cuyo nombre se omite por la propia razón que tuvo para ocultar el suyo su verdadero autor en la época en que fue escrita, atribuida a Isla, pero redactada por el P. Martín Bergaz. En 1782 salió de prensas pamplonesas una Vida de San Fermín, primer obispo de Pamplona, que el P. Isla escribió para añadir al Año Cristiano de Croisset, que tradujo en su mayor parte, pero no en el colegio de la calle actual de Compañía, donde, según testimonio propio, vivió abrumado por las clases de teología y el púlpito, pues anduvo muy solicitado como predicador.
Bibliografía
A. Pérez Goyena, Bibliografía navarra IV (1951), 564-567, 578-581. Luis Fernández Martín et alii, El Padre Isla. Su vida, su obra, su tiempo (León, 1983). P.F. Monlau, Noticia de la vida y obra del P. Isla, en la edición de Obras completas, “” (Madrid, 1850 y 1945), t XV. C. Eguía, Postrimerías y muerte del P. Isla en Bolonia. Su testamento hológrafo, “”, C (1932), 305-321, CI, 41-46; El P. Isla, tan buen religioso como literato, “”, CXXXVI (1947), 229-248. Sobre los problemas con la Inquisición, M. de la Pinta Llorente, El Padre José Francisco de Isla “el Santo Oficio, en Humanismo e Inquisición”, I (Madrid, 1979), 33-56.