GUIPÚZCOA
GUIPÚZCOA
Es difícil precisar en qué momento este territorio pasó a depender de la soberanía navarra. La primera mención documental data del siglo XI (hacia 1039) cuando el rey García III el de Nájera la incluyo como arras otorgadas a su mujer la reina Estefanía, junto con Álava, Vizcaya y Rioja. Cabe pensar que esa zona se hallaba encuadrada anteriormente dentro de la influencia de la monarquía pamplonesa. Tal vez con la recesión de las invasiones normandas en la segunda mitad del siglo X comenzó un proceso de acercamiento pamplonés hacia las zonas costeras. En este sentido, la geografía eclesiástica, siempre a la zaga del trazado político aclaró en cierto modo el panorama al incluir casi toda Guipúzcoa bajo la jurisdicción del obispo de Pamplona, por lo menos desde el siglo XII. Sea como fuere este término permaneció vinculado al soberano pamplonés, incluso tras la unión con Aragón a la muerte de Sancho IV el de Peñalén (1076).
Ante el conflicto sucesorio suscitado tras la muerte de Alfonso I (1134) el conde Ladrón, señor de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya fue uno de los enérgicos defensores del alzamiento de García Ramírez como restaurador de la monarquía pamplonesa en el trono. El monarca navarro se tituló rey de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. Su hijo y sucesor Sancho el Sabio defendió como suyo este territorio ante las presiones del soberano de Castilla que deseaba abrir una vía directa de comunicación con Francia. Concedió a los burgueses de San Sebastián (ca. 1180) el fuero de Estella en las adaptaciones precisas para adaptarlo a una población marinera. Alfonso VIII de Castilla que insistía en la anexión de Álava y Guipúzcoa a sus dominios aprovechó la ausencia de Sancho el Fuerte para tomar este territorio (1199) y titularse rey de Castilla, Álava, Campezo, Marañón, Guipúzcoa y San Sebastián.
Navarra quedaba así privada de su salida al mar. Los soberanos navarros no dejaron de reclamar a los castellanos la posesión de estos territorios y pusieron como garantía de pactos y alianzas la devolución de los mismos. Cabe citar la paz firmada entre Teobaldo II y Alfonso X (1255) en la que el castellano cedía a las villas de San Sebastián y Fuenterrabía a cambio de la prestación del homenaje. Sin embargo, la concesión no llegó a ser efectiva en ningún momento. Fue Carlos II, quien deseoso de poder contar con un puerto que le facilitase la movilización de tropas en la guerra de Cien Años, decidió invadir Guipúzcoa y Álava (1368). Esta situación no duró mucho tiempo y el navarro tuvo que desprenderse de estas plazas en el pacto de amistad firmado con Enrique II de Castilla en San Vicente (1373). Así finalizó un periodo de reivindicaciones sobre este territorio, debido en parte a las buenas relaciones mantenidas entre su hijo Carlos III y su cuñado el soberano de Castilla.
Junto a las reivindicaciones mencionadas se añadió un estado más o menos frecuente de bandidaje fronterizo en busca de ganado que obligó a crear unas organizaciones (Hermandades) destinadas a mantener el orden y evitar los actos de pillaje. La primera asociación documentada data de 1329 y se denominaba “Hermandad de guipuzcoanos y navarros”; por parte de Navarra participaban casi todas las localidades fronterizas, por parte guipuzcoana las villas de Segura, San Sebastián, Fuenterrabía, Hernani, Villafranca y Tolosa. A lo largo del siglo XIV se crearon de nuevo estas organizaciones claramente relacionadas con el linaje que ocupaba el cargo de merino mayor de Guipúzcoa, los Guevara, gamboinos que procuraron mantener las buenas relaciones con Navarra, mientras que los Rojas, oñacinos y partidarios de la corte castellana favorecen la inestabilidad fronteriza. La llegada al trono de Carlos III abre un periodo de pacificación que se mantiene, con algunos altibajos, hasta su muerte. Con la coronación del nuevo rey, Juan II, estalla una nueva reyerta fronteriza, que obliga a los navarros a acudir con sus tropas a defender las fortalezas; pero navarros y castellanos firman una tregua (1430) que tendrá como resultado la creación de una nueva Hermandad.
Se instaura una época de buenas relaciones comerciales en la que el soberano navarro aconseja (1435) a los comerciantes pamploneses enviar sus mercancías por mar desde San Sebastián y Fuenterrabía. El matrimonio de Blanca con Enrique IV de Castilla contribuye al establecimiento de un ambiente de amistad entre ambos reinos; mantenido hasta el estallido de la guerra civil en Navarra, en la que los castellanos serán claros defensores del Príncipe Carlos. La fuerte inestabilidad política surgida en el reino favorece el desarrollo de actos de bandidaje en las fronteras que permanecerá, a pesar de las hermandades, hasta la unión con Castilla.