Gran Enciclopedia de Navarra

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GAYARRE GARJÓN, SEBASTIÁN JULIÁN

GAYARRE GARJÓN, Sebastián Julián

(Roncal, 9.1.1844 – Madrid, 2.1.1890). Tenor de fama mundial, uno de los mejores habidos en la historia de la ópera. Hijo de modestos roncaleses, comenzó a trabajar muy pronto como pastor. Su padre quiso orientarlo hacia otras salidas y, vista la habilidad que demostraba en el cálculo aritmético, viajó con él a Pamplona y lo colocó en una mercería. El joven duró poco como hortera tras el mostrador: un día pasó ante la tienda una banda militar y Sebastián Julián se fue tras la música. El patrón lo puso en la calle y el frustrado comerciante volvió al valle natal, del que su padre, conocido como “el tío Mariano”, le hizo bajar a Lumbier, villa en la que conocía a un herrero, Quilleri -hoy, casa Quilliri-, que aceptó al joven como aprendiz. En aquella fragua Gayarre aprendió -lo comido por lo servido- los rudimentos del trabajo y debieron de ser notables los progresos del muchacho, por que la tradición lumbierina señala algunos balconajes como obra del futuro tenor.

De la herrería de Lumbier pasó a una de Pamplona en la que paró poco tiempo, porque planteó la necesidad de percibir mayor jornal y lo expuso en términos absolutos: o salario más alto o no volvía al taller. No volvió. Pero estuvo poco tiempo sin quehacer, por que se presentó a Pinaqui*, dueño de fundición y ferretería, que vio en Gayarre buenas cualidades.

Gayarre se acercó al Orfeón Pamplonés, aconsejado por Conrado García*. Joaquín Maya le probó la voz y de entrada el roncalés fue tenor solista. En el Orfeón estudió solfeo. En el verano de 1865 C. García* y J. Maya organizaron una audición para Eslava, cuya primera valoración fue: “¡Es un verdadero diamante!” Quiso probarle personalmente y, él al piano, le fue señalando una tras otra algunas lecciones de su método de solfeo. Gayarre las superó sin dificultad. Eslava sentencio: “Guapo no es el chico, pero cuando acabe de desarrollarse y le crezca la barba, con los trajes del teatro, no estará mal”. A espaldas del muchacho, el maestro burladés sugirió que se presentase a una beca de 4.000 reales en el Conservatorio de Madrid. Conrado García y los orfeonistas le pagaron el viaje a la capital. Ganó la beca -hubo de cantar el Spirto gentil de La Favorita-, mereció un segundo premio de Canto en el curso (1868) y debutó en las tablas, en Tudela, con Luz y sombra. De Tudela, la compañía, en la que Gayarre actuaba con nombre falso, pasó a Zaragoza y el fracaso fue absoluto.

Cuando estalló la revolución de 1868, Gayarre perdió la beca. Quiso enrolarse en la compañía que Gaztambide preparaba para irse a América y no fue admitido. Volvió a Pamplona y Conrado García le montó un recital con el Orfeón, cuyo éxito propició una beca de la Diputación Foral: 1.000 pesetas, para que pudiera estudiar en Italia. Gayarre envió mil reales a casa. Era la primavera de 1869.

Desembarcó en Génova, pasó a Milán y se encomendó al maestro Gelli, que prometió prepararle en poco tiempo. Adoptó a las dos semanas el nombre de Julián, porque “era más usual en Italia Giuliano que Sebastiano, y a mí como me importa poco, y tengo en igual estima a todos los santos, de ahí que he accedido gustoso al gusto de los italianos” (carta de 7.6.1869 a C. García). Debutó en Varese, como Arvino de I Lombardi, que fracasó, e inmediatamente con L´elisir d´amore. La presentación fue un éxito clamoroso, en especial el Una furtiva lagrima, que Gayarre cantó con honda expresividad: momentos antes de salir a escena recibió un telegrama con la noticia de la muerte de su madre el día anterior (Roncal, 4.9.1869). El solía decir que su madre le “dio a luz dos veces: primero a la vida; después, al arte”.

Al triunfo de Varese siguieron contratos en Como, Treviso, Parma (Carnaval y Cuaresma de 1871), Roma (Teatro Apollo), que fue un fiasco con Traviata, y un clamor con Il Guarany de Gomes, presentada un año antes en la Scala milanesa. De Roma, al Carlo-Felice de Génova, donde cantó por vez primera la Lucrecia Borgia de Donizetti.

En 1872 actuó en Sevilla y en Bolonia, donde hizo Tannhäuser. En 1873, volvió a Roma; y luego, Málaga, Padua y San Petersburgo (6.10.1873). La carrera internacional del gran tenor estaba lanzada. Debutó en la Scala, como Fernando de la La Favorita (2.1.1876) y dominó un bienio el teatro milanés, con La lega, I Puritani, Gioconda, Hogunotes, Ana Bolena, Lucrecia Borgia y La forza del destino. También con La Favorita debutó en Covent Garden londinense (1877) donde fue artista anual hasta 1881 y en la temporada 1886-7. Saltó a América y trabajó en Buenos Aires y Río de Janeiro. En el Teatro Real de Madrid se presentó el 4.10.1877, también con La Favorita. A esta sesión asistió su padre, cuya opinión sobre Julián en el escalafón de los tenores se resume en su famosa frase: “Como el de casa, ninguno.” El debut en Lisboa llegó con La Favorita (6.11. 1882) y en París, en el Teatro Italiano (febrero 1884) con Lucrezia Borgia y en la ópera (7.4.1886) con La Africana.

Puede decirse que los años más cuajados y de calidad más aplaudida fueron los del decenio 1876-1886. En éste último, en Londres le afectó una ronquera que no le impidió despedirse del Covent Garden con Lohengrin. Después, en enero de 1888 intervino, a petición del gobierno italiano, en los funerales romanos del rey Víctor Manuel (en 1885 había intervenido en los de Alfonso XII). Tras el verano, que pasó en Roncal, cantó en el San Carlo de Nápoles. Luego, en marzo del 89, suspendió La Africana en Madrid, que interpretó días después, de vuelta de Alhama de Aragón, donde tomó inhalaciones, pero la mejoría fue engañosa, porque apenas pudo terminar la temporada.

Consumió el verano en Roncal. Estaba contratado para Madrid. Se fue de nuevo a Alhama de Aragón. El 31 de octubre comenzó la temporada con Lohengrin. El 8 de diciembre escribió a su amigo J. Enciso: “Yo canto esta noche la última función por ahora y pienso descansar un mes o dos, para combatir esta afección laríngea que me impide cantar con el desahogo a que estoy acostumbrado, y creo que lo conseguiré”. Ese día cantaba Los pescadores de perlas. En la romanza de Nadir, falló. El público le aplaudió. Atacó y de nuevo cantó, aunque surgieran notas menos limpias. Al retirarse, dijo: “Esto se acabó”.

A partir de aquel día Gayarre cayó presa de una honda depresión. Luego apareció la fiebre y tres semanas después los médicos confirmaron que el estado del tenor era muy grave. En la madrugada del 2 de enero de 1890, a las 4,25, murió en su casa de Madrid. Dispuso que le dieran tierra en su pueblo y que el funeral fuera sencillo.

Gayarre como “cantante” figura entre los mejores de la historia. El mismo, días antes de morir, sentenció que en el Real madrileño sólo había habido tres tenores: Mario, Tamberlick y Gayarre. Conocida es también la afirmación de Gounod que, tras acompañarle en una audición privada, afirmó no haber escuchado nunca su música tan bien cantada. Fue un tenor de lujo en los mejores escenarios de Europa. Y como tal, gozó contratos que hoy serían millonarios y fue buscado para estrenos: fue el primer Enzo de La Gioconda (Scala, 8.4.1876) y el primer duque de Ducca d´Alba (Apollo, Roma, 22.3.1882).

Para tener una idea de sus características, puesto que no ha quedado testimonio fonográfico alguno, es menester repasar su repertorio y conocer la época y sus gustos. Gayarre era un tenor lírico, que cantaba “spinto” por la belleza del timbre y la facilidad con que subía hacia el agudo. Se cuenta de él que en alguna velada amistosa llegó a hacer partes de mezzo. No es necesario acudir a anécdotas aun verosímiles. Basta ver que en su repertorio figuran con frecuencia Lucía de Lamermoor, cuyo Edgardo debe dar el re bemol, como en Los Hugonotes, e I Puritani, que exige el mi bemol, o Trovador o en la que debía dar el do sobreagudo. Abundan los testimonios de que esas notas no suponían para él esfuerzo ni la más leve contracción. Sus facultades físicas eran excepcionales, pese a la relativa estrechez torácica. También debe tenerse en cuenta que vivió el esplendor de la música italiana. Sus óperas de éxito son títulos que los tenores de hoy rehuyen, tal vez porque, además de condiciones físicas extraordinarias, requieren una voz dulce y varonil, sin grito.

Gayarre incorporó Lohengrin al repertorio italiano y destacaba como una de sus obras el Don Juan de Mozart -para algunos es el último gran Octavio- y, a la vez, es contemporáneo del Verdi ya consagrado. La ternura con que cantaba Traviata -cualidad hoy ignorada- y el Rigoletto aún no atacado por el verismo posterior fueron otras de sus bazas seguras. A propósito de Rigoletto se cuenta que Víctor Hugo felicitó a Gayarre después de una interpretación.

Finalmente, Gayarre no huyó del verismo: estrenó La Gioconda de Ponchielli, como va dicho. Pero Gayarre supo encajarla en la línea de sus grandes virtudes líricas. El día del estreno, pese a las indicaciones de autor y directores de escena y orquesta, no cantó la “romanza de las barcas” en las candilejas, sino al fondo del escenario, distante y suavizada. Porque Gayarre era muy consciente de que una de sus posibilidades más envidiadas era una inverosímil media voz.

No obstante, hubo épocas en que recibió críticas severas por satisfacer al público con un estilo menos puro.Esperanza y Sola preguntaba en 1879: “¿Por qué de algún tiempo a esta parte el Sr. Gayarre, dejando a un lado la manera bella y sentida con que canta el Spirto gentil de La Favorita, se ha dado a gritar a pulmón batiente?”. El reproche fue breve, porque dentro del mismo año, el crítico se congratulaba de que el roncalés se apartase de “los que en Italia se dicen caballeros de la orden del grito”.

Gayarre fue siempre un roncalés orgulloso de su condición, amante de su pueblo y de su familia, decidido de carácter y al mismo tiempo tierno, lo que acaso explique las aventuras femeninas que se le atribuyeron, no todas fantasiosas, jovial, bromista y pródigo. Si desvió hacia la casa familiar la cuarta parte de la beca navarra que obtuvo, más tarde colmó de atenciones a los suyos y dejó en Roncal las escuelas y el frontón, que en 1887 costaron 250.000 pesetas. A Roncal volvía a vivir los meses de descanso veraniego, en los que se comportaba sin divismo alguno: recorría los parajes que pastoreó de niño, se acercaba a Navarzato -cuya ermita de San Sebastián se proponía restaurar- y participaba en juegos y festejos.

Hasta el último momento, incluso ya atacado por el mal que acabaría con su vida, sostuvo que la voz no debía tener defecto alguno. Si le decían que la pérdida de frescura podía aliñarse con la técnica, él replicaba: “Yo no comprendo la plenitud del sol más que a las doce del día; a las doce y cuarto ya es ocaso”. Y hasta el final vivió poseído por el amor a su arte. Sus últimas palabras fueron “Fernando, Fernando”, el personaje de La Favorita con el que saltó a la fama y a los escenarios del mundo.

En su testamento, protocolizado en 1883, dejó “a la niña María Mantilla 25.000 duros”. La niña era su hija, habida con la tiple del mismo nombre. Esa manda fue la más alta, seguida de la que dejó a su primo Gregorio Garjón, 16.000 duros.

Gayarre es uno de los navarros más conocidos y recordados por sus paisanos. Basta escuchar las copias populares o repasar los callejeros. En Pamplona tiene dedicada una calle desde 1962 (antes otra, en 1890) y el teatro municipal (1903), más desde 1950 en los jardines de la Taconera el monumento cuyo proyecto firmó Víctor Eusa; la estatua que lo corona es de Fructuoso Orduna y representa a Gayarre en Il pescatori di perle.

E. Contreras Camargo y Leopoldo López de Sáa estrenaron el 3.9.1924 la comedia La muerte del ruiseñor, en el Teatro Cómico de Madrid, sobre Gayarre. La acción dice situarse en 1868 y arranca en la herrería del tío Gerancio, abierta al “paisaje feracísimo del valle del Roncal”; es un “cobertizo con emparrado y balconcito sobre el emparrado” en el marco de “montañas rocosas cubiertas de verdura y arbustos que crecen en las barrancadas”. Basten estos detalles para comprobar la falsedad de la ambientación, que no es la única de la obra. Como puede comprobarse en la biografía, en 1868 Gayarre no era herrero en Roncal -donde no lo fue nunca-. Ni los nombres de los nombres de los personajes son reales -salvo Julián y Don Hilarión-, ni los topónimos, ni el lenguaje, ni las costumbres. Entre éstas, aparece un “toro de soga” en la plaza del pueblo.

En los años 50 Alfredo Kraus protagonizó una película biográfica de Gayarre; en 1985, J M.ª Forqué dirigió Romanza final, fantasía sobre el tenor navarro cuyo papel encarnó José Carreras.

Bibliografía

Las biografías más útiles siguen siendo las de Julián Enciso y Hernández Girbal, aunque a veces resultan rendidas ante el personaje. Lo mismo ocurre con Eugenio Gara, Cantarono alla Scala (Milán, 1975), donde Gayarre figura entre los dieciséis grandes nombres del teatro milanés.

Voces relacionadas

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    Casa natal de Julián Gayarre en Roncal

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    Julián Gayarre (S. Asenjo, Ayuntamiento de Pamplona)

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    Fundición de Pinaqui

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    Libro con dedicatoria a Julián Gayarre

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    Julián Gayarre

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    Mausoleo de Gayarre (La Ilustración española)

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    Mausoleo de Julián Gayarre en Roncal (M. Benlliure)

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